Ensalada de habas, calabacín y romesco

Me gustan las ensaladas que se salen del sota-lechuga, caballo-tomate y rey-cebolla con el que nos castigan en tantos sitios, sobre todo cuando la lechuga es iceberg y el tomate de corcho. Los huertos del mundo están llenos de productos que sirven igualmente para estos menesteres, y no hablo de las típicas rúculas, endivias, pimientos o espárragos. Me refiero más bien a verduras que, ligeramente cocidas o marinadas y aliñadas con gracia, son capaces de formar platos frescos, ligeros y perfectos para ser consumidos a temperatura ambiente.

Partiendo de este principio, la semana pasada preparé una ensalada cuyo protagonista principal es una de las superstars de la primavera, el haba fresca. Como en esta época ya están grandecillas, al menos en Barcelona, las cocí brevemente para ablandarlas y poder quitarles la piel -sí, ya sé que es un rollo, pero a veces para disfrutar hay que currar. La otra verdura que tenía a mano era calabacín, que así a pelo es un poco desagradable, así que lo tuve marinando un buen rato para que soltara agua y adquiriera una textura crujiente pero más tierna.

Unos rábanos, un par de hierbas y una salsa de la que soy refans como el romesco terminaron de componer una ensalada perfecta para la primavera. Se puede tunear todo lo que se quiera, añadiendo alguna hoja verde o un queso de cabra, por ejemplo. Lo que es importante es no pasarse con el romesco, porque si no no te sabrá a nada más que a eso.