Amaia Arguiñano: “¿Tú sabes lo que es poder invitar con 18 años a dos amigas a Arzak?”
La hija pequeña del cocinero más mediático dirige la Bodega K5 donde elabora txakolis de fama internacional


Decir que la Bodega K5 de Karlos Arguiñano y cuatro socios, se encuentra en un lugar idílico es quedarse corta. Al frente de la misma está Amaia Arguiñano (Zarautz, 38 años), la hija pequeña del cocinero televisivo, quien decidió cambiar la velocidad de las motos por la lentitud del vino hace siete años y no se arrepiente ni un día. “Tenemos 15 hectáreas de viñedo y 15 de bosque. Y solo producimos con nuestra uva, que es la local, la hondarribi zuri. Yo siempre venía a la vendimia y lo sentía como algo emocional de la familia”, dice orgullosa mirando al horizonte de Aia, Gipuzkoa.
Pregunta. ¿Se acostumbra una a estar rodeada de esta belleza?
Respuesta. He viajado mucho por trabajo, pero cuando volvía siempre apreciaba el privilegio de vivir aquí.
P. Es la única de su familia con carrera universitaria
R. Se me daba bien estudiar, hice ingeniería técnica mecánica en Mondragón y después la ingeniera superior industrial especializada en materiales.
P. ¿Y qué le decían en casa?
R. Me apoyaban mucho, pero también es cierto que mi madre decía que una ingeniería no era bonito. Ja, ja, ja. Que en todo caso hiciera Agrónomos...
P. ¿Y no le tiró nunca la hostelería?
R. Mientras estudiaba, trabajé los veranos en la recepción del hotel y en la barra del restaurante y supe que en hostelería no quería trabajar. Aunque luego me dediqué a las motos durante siete años y acabé trabajando también los domingos. Ja, ja. ja.
P. ¿Cómo acabó en el mundo de las motos?
R. Al finalizar la carrera me fui a San Francisco a estudiar inglés y estuve nueve meses experimentando lo que era estar lejos de la familia. A la vuelta me puse a buscar trabajo de ingeniera. Mi aita [padre] tenía un equipo de motos e iban a empezar el mundial. Me ofrecí y les pareció bien porque les hacía falta un telemétrico, que es quien controla los sensores de la moto. Era currar en el box, en pista. Y así empecé.
P. ¿Cuántas mujeres había?
R. En el mundial había solo dos en los equipos técnicos. Pero no me imponía porque estaba acostumbrada a estar en casa con cinco chicos. Para mi madre siempre fui uno más. Y también porque en Euskadi hay más mujeres estudiando ingeniería por la cantidad de industria que hay.
P. ¿Y cómo fue cambiar la velocidad de las motos por la lentitud del vino?
R. La adrenalina es diferente. En momentos de vendimia el cuerpo va a mil también. Pero cuando estaba en las motos llegó un momento en el que quise tener familia y no me veía viajando todo el rato, sino estando aquí, en casa. Y volví.
P. ¿Y siempre ha trabajado en empresas de su familia?
R. No, antes de entrar en la bodega tuve una oferta de otro equipo de motos donde estuve un año. Dije que sí porque quería sentir cómo era trabajar sin sentir ser “la hija de”.
P. No apellidarse Arguiñano
R. Eso es. Y fue una experiencia muy buena.
P. ¿Ha sentido presión por su apellido?
R. Casi siempre he ocultado mi apellido, las reservas en restaurantes las hacía con el de mi madre o con el nombre de mi amiga. Aún, a veces, me cuesta decirlo, incluso cuando organizo visitas en la bodega.

P. Ahora tienen una escultura de su padre en la puerta
R. Ahora no se me olvida el apellido, no. Ja, ja, ja. Mi aita empezó en la tele cuando yo tenía dos años, pero nos han educado normal, para que no llamáramos la atención ni sentirnos más que otros. Mis padres han sido súper trabajadores toda la vida.
Mi padre podría haber comprado apartamentos y alquilarlos, pero prefirió plantar 50.000 cepas y dejar raícesAmaia Arguiñano
P. Su madre ha estado siempre en la sombra
R. E igual ha sido la que más ha trabajado de todos. Yo he querido también ser así. Cuando entré en la bodega me daba vértigo saber que tendría que exponerme a las redes sociales y a los medios porque siempre me ha gustado estar en un segundo plano.
P. La bodega comenzó hace veinte años. ¿Qué cambios hizo usted al entrar?
R. Al principio me dediqué a aprender mucho. Después, entre los enólogos y yo quisimos hacer algo más premium e hicimos el Kaiaren, con el que nos dieron 96 puntos en Decanter. Además, abrimos la bodega al enoturismo y creamos la tienda online. También hemos hecho un vino dulce de vendimia tardía, poco común aquí, y este verano hemos sacado Kilima, un espumoso de elaboración ancestral. En total, de todas las marcas, hacemos una producción de unas 70.000 botellas al año.
P. ¿Dónde le ha hecho ilusión ver un vino suyo?
R. Que un restaurante de alta gastronomía en Japón nos escoja es precioso, pero también uno de Getaria.
P. ¿Por qué desde el principio decidieron hacer solo txakoli?
R. Porque querían darle más valor, hacer un vino de calidad que pudiera ser de guarda, algo que en el mundo del txakoli en ese momento casi nadie hacía. Mi padre entra solo en los negocios que le emocionan. Siempre dice que podría comprar apartamentos y alquilarlos, pero lo que le motivaba fue plantar 50.000 cepas y que sus bisnietos y las siguientes generaciones digan que su bisabuelo plantó esta uva con la que se hace este vino. Me emociono —dice mientras se le empañan de lágrimas los ojos—. Él siempre ha querido dejar raíces.
P. ¿Y usted también siente eso?
R. Ahora trabajando en la bodega, sí.
P. ¿Cómo es una reunión familiar de los Arguiñano?
R. Lo más. Todos los domingos nos juntamos en el caserío donde viven mis aitas. Podemos llegar a ser unos treinta.
P. ¿Y quién cocina?
R. Mis hermanos con mi aita.
P. Su padrino es Juan Mari Arzak. ¿Qué significa ser su ahijada?
R. Un lujo. Primero porque conocí la alta gastronomía desde muy pequeña. Siempre me ha mimado mucho y, comparado con mis hermanos, me hacía unos regalos increíbles: una bici, mi primer móvil… pero hubo un momento, cuando yo sentía que tenía todo, que cuando me preguntaba qué quería de regalo, le pedía una comida en su restaurante con una amiga. ¿Tú sabes lo que es poder invitar a dos amigas con 18 años a Arzak? Es un regalazo.
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