“Se me queman las neuronas. Necesito estar en un lugar fresco para poder rendir en el trabajo”. Las cafeterías se convierten en oficinas de autónomos sin aire en casa
Cada vez más cafeterías funcionan como oficinas para nómadas digitales que acuden a ellas como refugios climáticos. En España, los espacios para huir del calor siguen siendo escasos y, en muchos casos, privados

Un portátil, un enchufe libre y una mesa junto al aire acondicionado. Así sobreviven al verano muchos trabajadores autónomos que no tienen climatización en casa. Como consecuencia, desde que el teletrabajo explotó tras la pandemia, decenas de cafeterías en España se han transformado en oficinas improvisadas. Ahora, con temperaturas superando los 40 grados, estos espacios asumen un nuevo rol: el de refugios climáticos. Ya no se trata de salir a trabajar un día puntual, sino de adoptar cafeterías como una extensión natural de la oficina o del hogar, coinciden los dueños de estos refugios climáticos con café.
Solo el 36,7% de los hogares españoles cuenta con aire acondicionado, según datos del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE). Aunque algunas ciudades han comenzado a habilitar espacios públicos contra las olas de calor, la red sigue siendo limitada. En Madrid, apenas hay 40 refugios oficiales, en su mayoría bibliotecas y centros culturales. Fuera de estos lugares, el confort suele tener un precio.
En barrios céntricos madrileños como Las Letras o Chamberí, las cafeterías se han convertido en auténticos salvavidas. “En verano hemos notado un aumento de personas que se instalan a trabajar varias horas. Nos dicen abiertamente que no pueden estar en casa. El café se convierte en una excusa para buscar un entorno cómodo, fresco y productivo”, cuenta Rufino Paniza, cofundador de Osom Coffee, cafetería nacida en 2021 con sedes en Madrid y Barcelona.
Desde su inicio, Osom se concibió como espacio híbrido. Además de un local en Las Letras (Osom Cantine) y otro en Barcelona (Osom Nou), crearon Osom House, en Chamberí, diseñado específicamente para trabajar. “Hoy ese espíritu híbrido forma parte de nuestro ADN”, apunta Paniza, quien asegura que en verano tener un buen sistema de climatización no es un plus, sino algo casi básico. De hecho, detalla, muchos clientes preguntan directamente por ello antes de decidir quedarse.
“Más allá del café, valoran el confort y la posibilidad de pasar tiempo sin agobios”, ahonda el hostelero. Predominan perfiles de autónomos, así como creativos, programadores y trabajadores en remoto. Algunos llegan por la mañana y se quedan hasta la tarde. Para ello, Osom ha adaptado mesas, reforzado el wifi y la climatización y creado el espacio collab, con tarifas específicas por tiempo de uso que van desde los 12,50 euros.
El fenómeno no es pasajero. “La forma en que trabajamos ha cambiado para siempre. El calor extremo pudo acelerarlo, pero la necesidad de espacios híbridos va más allá del verano”, asegura Paniza.
A su local de Chamberí ha ido esta semana la publicista Camila Ramírez, quien trabaja en remoto y no tiene aire acondicionado en su piso. “Siento que llega un momento en que no puedo pensar, se me queman las neuronas. Necesito estar en un lugar fresco para poder rendir en el trabajo”, explica.
La realidad del calor urbano apoya su percepción. En Madrid, el centro puede registrar hasta 8,5 grados más que zonas verdes como la Casa de Campo, según la Agencia Estatal de Meteorología. Es el llamado efecto isla de calor, agravado por el asfalto y los edificios, que impiden que la ciudad se enfríe por la noche. En la última década, las temperaturas urbanas españolas aumentaron 0,73 grados, frente a 0,58 en zonas rurales, según el Observatorio de la Sostenibilidad. Las noches tropicales —mínimas superiores a 20 grados— ya son habituales.
En Barcelona, donde las tardes estivales invitan más a la playa, las cafeterías también son refugios. En Three Marks Coffee (Ausias Marc, 151), abierto en 2018, trabajar allí fue una costumbre que surgió naturalmente. “Nunca fue el objetivo, pero sucedió”, explica Marco de Rebotti, cofundador del espacio. Allí permiten ordenadores solo de lunes a viernes y en la planta superior, para mantener la tranquilidad.
En verano no notan más clientela trabajando, pero sí una mayor atención a la comodidad climática. “No es algo decisivo, pero complementa la calidad del café y el ambiente”, apunta Rebotti, quien busca mantener un equilibrio entre quienes trabajan y quienes simplemente quieren disfrutar del café con tranquilidad.
De vuelta en Madrid, en la última cafetería abierta en el barrio de Puerta del Ángel, llamada Nofin (Puente de Segovia, 3) y pensada para ciclistas, si hay una figurita de un gato de la suerte encima de la mesa es que se puede usar para trabajar. Una carta indica las normas: Una hora libre para utilizar el ordenador pidiendo lo que sea; para estar media jornada (4 horas) hay que consumir un mínimo de 15 euros y si se quiere una jornada completa (8 horas) son 25 euros.
En la madrileña calle San Lucas, En Bruto, abierto en 2023, combina café de especialidad, pan fresco y buen ambiente. “Nunca planteamos un espacio para el teletrabajo, pero la atmósfera invitaba a quedarse”, cuenta Inés Luján, directora de marketing. En verano, asegura, aumentan claramente los clientes que buscan refugiarse del calor. “Muchos encuentran aquí un oasis fresco, tranquilo y con café rico”.
Luján coincide en que las cafeterías se están convirtiendo en refugios. El aire acondicionado, por tanto, se deja sentir en las preferencias de los clientes: “Más que una demanda explícita, es algo que esperan encontrar”. Por ello, En Bruto ha adaptado su espacio con enchufes, wifi potente y una carta pensada para largas estancias. Durante la semana, las mesas están ocupadas por portátiles, pero los fines de semana se guardan para preservar el espíritu social del negocio.
Luján cree que este fenómeno ha llegado para quedarse: “La gente ya no busca solo buen café; busca lugares donde estar a gusto, concentrarse y sentirse parte de algo. Eso no desaparecerá”. Mientras las ciudades siguen calentándose, las cafeterías seguirán siendo lo que han sido siempre para muchos: un escondite, puede que hasta la extensión de su propia casa. Aunque haya que pagar por ello.
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