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Una novela donde el acto de comer se convierte en un manifiesto feminista

Cocinar con las sobras que otros tiran a la basura. Reunirse en torno a una mesa y dejarse llevar. Expresar miedos y deseos son temas que aborda la primera obra de Laura Williams, ‘Las Devoradoras’

Laura Williams Las Devoradoras

Tras leer la novela Las Devoradoras de Lara Williams (Blackie Books) te llegas a preguntar: ¿Cuántas cosas hacemos porque realmente nos apetecen? ¿Cuántos platos nos comemos porque los deseamos? ¿Cuántas maneras distintas tenemos de relacionarnos con la comida? ¿Y con nuestro cuerpo? La novela narra la historia de Roberta, una joven inadaptada, vulnerable y solitaria que encuentra en el acto de cocinar una vía de comunicación, aún más, “un parachoques: un acto de cortesía previo al desmadre carnal”.

Desde sus años en la Universidad, compartiendo apartamento con otros estudiantes, hasta su vida en pareja, la historia de Roberta transita entre varias contradicciones vitales: entre el deseo de querer agradar y el desaliño corporal; entre la búsqueda del sabor y la huida del sentimiento; entre el dejarse llevar y el querer controlar el tiempo. La vida de la protagonista discurre en una rutina, nada estimulante, hasta que conoce a Stevie, una estudiante de bellas artes, con quien compartirá su deseo de crear un club gastronómico femenino “pero en plan salvaje” —subraya Roberta—.

El club se crea como un espacio de expresión, de liberación de los miedos, de dar licencia al ser indomable que habita en cada una de las protagonistas de la novela; un club de lo ‘políticamente incorrecto’, donde no hay normas para comportarse en la mesa, donde se permite comer a manos llenas, bailar, drogarse y cantar antes, durante y después del banquete. Un club donde la cocina se prepara con lo recolectado en los contenedores de basura, situados en las traseras de los supermercados. Un grito de rebeldía que a ratos produce asco, a otros, placer, y, a muchos, liberación.

“Montar un Supper Club me resulta en cierto modo raro, porque era darle carácter oficial a algo personal y muy meditado”, reflexiona la protagonista. “Durante toda mi vida, la comida y el amor eran dos elementos que había estado irremediablemente conectados. La ilusión de cocinar para una pareja. (..) Las comidas de los domingos con mi tía (...) Una vez, una chica rolliza que iba conmigo a clase de Filosofía dijo que se moría de hambre con estas palabras: ¡Me comería el mundo entero! Y provocó un intercambio de miradas entre sus compañeros de aula. Yo, sin embargo, no pensé que tuviera un apetito desmedido, sino un gran corazón. (...) Toda mi vida estaba dominada por el tira y afloja del apetito: por querer devorar, pero también ser devorada” Esto es lo que define al personaje y, en gran medida, la esencia de esta novela: el hambre de liberación y el deseo de ser deseada, amada. “El acto de cocinar dotaba de cierta dignidad al hambre, que se había convertido en algo espantoso —narra la protagonista—. No recordaba cómo me había enfrentado al hambre, a su desenfreno animal, como anterioridad. En casa engullíamos, éramos una familia de buen comer. Podías sentarte delante de la tele y atiborrarte a patatas fritas, o arrancar pedazos de pan y embadurnarlos con margarina sobre el fregadero de la cocina. Todo aquello tenía algo de bravuconería: dejar comida en el plato era cosa de pringados, y si no tenías buen saque, era porque te pasaba algo”

El club de mujeres va evolucionando en la novela, convirtiéndose en un desmadre incontrolable donde, en ese círculo cerrado que confiere la mesa, todo vale: la ocupación, las drogas, la desnudez, los besos, la verdad... la verdad y los miedos. Y, entre tanto descontrol, la transformación del cuerpo. “A medida que pasaba el tiempo íbamos engordando (...) Esa idea de engordar fue para Stevie la transformación “quería que nos convirtiéramos en proyectos artísticos vivientes”

Mientras se organizan las sesiones gastronómicas femeninas, la protagonista va narrando su vida, envuelta en prejuicios, sexualidad no sentida, abusos, manipulaciones, falta de deseos, miedos... Y, entre medias, reflexiona sobre cómo caramelizar una cebolla al estilo de Momofuku o Julia Child; cómo conseguir un buen fermento para el pan casero; cómo hacer un guiso de cazador con lo que has encontrado en los cubos de basura; o cómo preparar un cóctel con los elementos que encuentras en la nevera. Narraciones minuciosas que aparecen en momentos determinados de la novela, aparentemente inconexas con la trama pero, todos y cada una de ellas, fundamentales para dar el sentido global de la historia.

Así, en esencia, es la primera novela de Lara Williams que, en 2019, The Guardian escogió entre los mejores libros del año y la calificó como Club de lucha feminista. El tema de la mujer, la cocina como vía de expresión, escape o manifiesto feminista lo hemos podido ver también en novelas como La Gula de Asako Yuzuki (Editorial Temas de Hoy) o en la serie manga Cocinando juntas de Sakaomi Yuzaki (editorial Tomodomo) En todas ellas, la mujer y el acto de comer aparecen vinculados a una manifestación por romper tabús, por dejar a un lado las formas sociales impuestas, por mostrar la liberación femenina y su reivindicación por la igualdad.

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