Ir al contenido
_
_
_
_

El ladrillo se resiste a abrazar los algoritmos

Pese al potencial para reducir emisiones, la digitalización y la cultura de la eficiencia no llegan a la mayoría de edificios empresariales

Modernos edificios de oficinas en Jardins de Ca l'Aranyó, en el barrio barcelonés de Poblenou.
Elena Horrillo

Las personas pasan de media entre un 80 y un 90% de su vida en interiores, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Estos edificios, viviendas, oficinas, centros comerciales, colegios, hospitales o museos son los responsables del 40% del consumo energético a nivel mundial —30% en el caso de España— y, en nuestro país, casi el 58% de ellos se construyó antes de que llegara la primera normativa que introdujo unos criterios mínimos de eficiencia energética. Por eso, la modernización del parque edificado y el avance hacia los edificios inteligentes y cero emisiones es un asunto capital.

Pero, ¿qué es un edificio inteligente? Mariano Vázquez Espi, profesor titular en el Grupo de Investigación en Arquitectura, Urbanismo y Sostenibilidad de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) rememora una conferencia de Francisco Javier Sáenz de Oiza en la que el ilustre arquitecto navarro reflexionaba sobre los edificios inteligentes y se preguntaba, “¿los anteriores eran tontos?”. Más allá del marketing tras el término, lo que no tenían los anteriores era una serie de dispositivos y sensores que permitían recolectar, monitorizar y conectar datos, posibilitando activar automatizaciones destinadas a aumentar el confort y la eficiencia energética. Pero ¿esto lo tienen las construcciones actuales? “Hoy en día los edificios son uno de los sectores menos transformados digitalmente y existe un potencial enorme”, asegura Rubén André, director de la unidad de negocio Buildings de Siemens en España y Portugal.

Datos como aval

Precisamente los datos le dan la razón; según un informe de Johnson Controls, apenas el 13% de las empresas tienen sistemas integrados para que sus edificios sean espacios inteligentes capaces de lograr niveles de consumo energético óptimo. “Hay razones varias. Una es falta de información; otras la falta de incentivos económicos o fiscales; otras es que la gente no percibe cuál es el beneficio económico y el retorno, y luego que, en vez de haber una integración de responsabilidades sobre lo que es hacer edificios que funcionen bien, hay una dispersión entre un montón de agentes, explotadores, mantenedores, promotores, etcétera”, reflexiona Luis de Pereda, director del Instituto Europeo de Innovación y Desarrollo Tecnológico (EIT).

De Pereda apunta a la fragmentación de responsabilidades, algo que aparece varias veces en las distintas conversaciones mantenidas con los expertos. “El promotor no quiere meter más de lo estrictamente normativo. La persona que explota el edificio prefiere ir a unos sistemas reglados, aunque consuman más, pero de menos inversión inicial y que le compliquen menos los procesos de explotación. A los mantenedores se les contrata con criterios que no están basados en el rendimiento del mantenimiento y los usuarios desconocen los beneficios que podrían tener si gestionan bien”, explica el director del EIT. En definitiva, si todos no reman en la misma dirección, el resultado no será todo lo óptimo que podría ser.

Baste un ejemplo. El RP11, un edificio de oficinas situado en Azca (Madrid), está considerado como uno de los smart buildings más avanzados de Europa. “La fachada de doble piel pasiva respirante es la primera vez que se construye en España. Lo que hace es recuperar el calor que se genera entre dos capas de vidrio de 20 centímetros. Tiene unos filtros que, por inducción y por el cambio de temperaturas, va soltando el calor al exterior, no necesitas de sistemas adicionales”, explica Enrique Tazón, director del proyecto en Fenwick Iribarren Architects.

En cuanto a la parte smart, Tazón señala que el edificio cuenta con sensores asociados a las luminarias que ofrecen más de una decena de lecturas, además de tener una “duplicidad de servicios y de sistemas para asegurar, al menos, un buffer de horas de autonomía del edificio”. Algo que ha adquirido relevancia tras el apagón general en la península Ibérica del pasado 28 de abril. Y la clave para conseguir todo esto es que los intereses de todos los agentes confluyan, desde el promotor al usuario final. “Desde un inicio sabían que su público objetivo iban a ser tecnológicas”, apunta Tazón, que sentencia: “No eres capaz de hacer un edificio así si la propiedad no está conforme o empuja para tenerlo”.

Pero la necesidad de sinergias no acaba ahí. Cuanto mayor sea el encaje entre el edificio, los sistemas de gestión y el entorno, más sostenible será. Lo primero, el edificio. Para Beatriz Arranz, profesora de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid de la UPM, y miembro del grupo de investigación HEAT (Hábitat, Energía y Arquitectura en Transición), trabajando esta parte se puede conseguir mucho: “Con una geometría adecuada, una orientación adecuada, aislamiento térmico, protección solar, reducimos bastante la energía”. A ese trabajo se suma el diseño de las redes de climatización, de iluminación y una buena selección de equipos que asegure la eficiencia. “Integrar desde el principio los niveles de inteligencia y gestión en la concepción de un edificio, permite una economía de medios enorme”, incide De Pereda.

El entorno es vital

Y por supuesto, el entorno. Como apuntan desde GCA Architects, artífices del Smart22@ en el barrio de Poblenou (Barcelona), “un edificio inteligente no solo es aquel que incorpora tecnología, sino que ha sido diseñado de manera inteligente para adaptarse al entorno y a las particularidades del lugar”. Porque no es lo mismo las condiciones de climatización ni las limitaciones de construcción que tiene un edificio en Azca, dentro de la isla de calor en el centro de Madrid, que en un terreno abierto lejos de otras edificaciones. El problema, señala Arranz, es que las simulaciones energéticas con las que trabajan, teniendo en cuenta los archivos climáticos que son una media de los diez últimos años, están ofreciendo unas proyecciones que probablemente sean más optimistas de la cuenta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Elena Horrillo
Colaboradora de la sección de Extras, El Viajero y Estilo y vida. Inició su labor profesional en la Cadena SER. También ha colaborado con las revistas Icon, Buenavida y Traveler. Es licenciada en Sociología por la Universidad de Salamanca, tiene un doctorado en Análisis Político por la UPV/EHU y cursó el Máster de periodismo EL PAÍS.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_