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“Esto duele e indigna”: la queja de la hija de Lucrecia Pérez porque el PP se desmarque del homenaje a su madre asesinada por racismo

El 33º aniversario del homicidio causa un choque entre Más Madrid y el partido de Almeida, y aviva la denuncia de que las redes acogen discursos de odio

Hija de Lucrecia Pérez
Juan José Mateo

La voz de Kenia Carvajal se quiebra al otro lado del teléfono. Es 13 de noviembre. Se cumplen 33 años desde que cuatro neonazis asesinaron a su madre, Lucrecia Pérez, por ser inmigrante, dominicana y negra. Y encima se acaba de enterar de que el PP de José Luis Martínez-Almeida se niega a apoyar una declaración institucional para homenajearla con motivo del aniversario; de que tampoco vota a favor una propuesta en ese sentido en la junta de Moncloa-Aravaca; o de que mantiene su rechazo a recuperar el mural de brillantes colores que la recordaba en Aravaca. En ese barrio de la capital le quitaron la vida a Lucrecia Pérez de un balazo mientras malvivía en un cuartucho de lo que había sido la discoteca Four Roses. Corría 1992. Ha pasado ya casi medio siglo. Pero la España de hoy, piensa Kenia, sigue sin estar vacunada contra el racismo.

–“Esto duele. Estoy indignada”, dice la hija de Lucrecia Pérez sobre la decisión del PP, coincidente con Vox.

“Inmigrante maleante”. “Pateras a las hogueras”. “Inmigración stop. Los españoles primero”. El Madrid en el que es asesinada Lucrecia está lleno de pintadas que son declaraciones de guerra. Kenia tiene 6 años la noche del 13 de noviembre de 1992. Su madre (“mi mamá”, dice ella) y su amiga Katy cocinan una sopa a la luz de una vela en un edificio destartalado, sucio, frío y desangelado, donde varios dominicanos malviven a la espera de un trabajo que les permita mandar dinero a casa y comer algo caliente. El guardia civil Luis Merino Pérez llega a la zona con Felipe M.B., alias Palalo; Víctor F.R., alias Oxi; y Javier Q. M., los tres últimos de 16 años. Son neonazis de la plaza de los Cubos y están “de caza”.

Conducen un Talbot Horizon. Luis porta su pistola reglamentaria. Víctor, un cuchillo de monte. Felipe, una navaja y un punzón. Casi 35 años después, un solitario grafiti recuerda a su víctima en el corazón de Aravaca. “Lucrecia vive”, se lee allí donde un día la alcaldesa Manuela Carmena (Ahora Madrid) permitió que se pintara un mural con el rostro de la asesinada, que luego fue tapado por el actual gobierno del PP con la excusa de unas obras para mejorar el aislamiento del edificio que decoraba. Este jueves hay un ramo de flores junto a la frase. Está justo debajo de la cara serigrafiada de Lucrecia, donde se marchita poco a poco. Del mural original no queda ni rastro. Otra herida abierta.

“No quieren el mural porque habla de racismo”, sostiene Amelia Romero, que a los 89 años (“90 en mayo” precisa) es la memoria viva de Aravaca, de cuya asociación de vecinos fue presidenta en la época del asesinato. “Quieren borrar la historia. Pero ocurrió”.

Y tanto. La plaza principal de Aravaca se llenó de protestas: “¡Se siente, se siente, Lucrecia está presente!“. Las calles de España, de manifestaciones contra el racismo. Fue un punto de inflexión. La sociedad española cambió para siempre.

“La respuesta fue unánime en cuanto a las instituciones y los partidos”, dice Esteban Ibarra, el líder de Movimiento contra la Intolerancia, que recuerda que entonces el código penal no recogía el agravante de racismo (delito de odio), ni había una fiscalía especializada, ni una oficina de delitos de odio en el Ministerio del Interior. “Todo eso no nos lo han regalado, lo hemos conquistado”, recalca. Y alerta: “Ahora mismo hay una involución, con un salto cualitativo desde el covid, con una actividad enorme en las redes sociales, con mensajes que son dinamita, y de gran potencia, porque los adolescentes se socializan ahí”.

Esa impresión se sustenta con datos. En 2024 se investigaron 1.955 infracciones penales e incidentes de odio en España: los vinculados al racismo y la xenofobia fueron los más numerosos (41,13%; un 6% menos que en 2023), según datos del ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones.

Además, un estudio sobre el impacto del racismo en España elaborado por el Consejo para la Eliminación de la Discriminación Racial o Étnica (CEDRE) concluyó que en 2024 se había producido un incremento de las personas que dicen sentirse discriminadas por su origen racial o étnico en España respecto a la edición anterior del informe (2020), pasando del 31% al 33%.

Finalmente, al calor de los disturbios de Torre Pacheco (Murcia), por la agresión sufrida por un hombre de 68 años a manos de tres agresores de origen magrebí, en julio hubo 190.000 mensajes con características de discurso de odio en las redes, frente a los 184.000 de los tres meses anteriores, según el Observatorio español del racismo y la xenofobia. Un polvorín a punto de estallar y alimentado por la extrema derecha, que ha puesto en la diana a los menores extranjeros no acompañados y a los inmigrantes ilegales en general.

“Hay gente que en pleno siglo XXI sigue siendo racista, que se alimenta del odio, que utiliza las redes, y los medios, para seguir difundiendo el racismo y que crezca”, lamenta Kenia Carvajal. Tras no apoyar la declaración institucional ni la propuesta en homenaje a Lucrecia impulsados por Más Madrid, el PP defiende su obra en defensa de la memoria de la asesinada. Que la plaza que lleva su nombre, o el monumento que la retrata, se impulsaron bajo gobiernos suyos. Que en años anteriores apoyó una declaración institucional de homenaje. Que si ahora la rechaza es porque el asunto, considera, es reiterativo, pese a que considere el asesinato “atroz”, y lo condene sin medias tintas. Que no hay cambio de estrategia, ni de posición.

Pero 33 años después, su decisión reaviva recuerdos que son una tortura para Kenia. Está la memoria de la carta de Lucrecia que recibe su marido, Alfredo, cuando ella ya ha sido asesinada. “Cuando salga del lío, mi amor, te mandaré 2.000 dólares para que salgas del campo y montes un negocio mejor”, le dice al viudo la letra de una persona que ya no existe. Está el recuerdo de la gente subida a los árboles para el multitudinario entierro en su tierra. Y el de las pintadas que manchan Madrid celebrando su asesinato: “Lucrecia jódete. Skins Cubos”.

“Me ha sorprendido mucho. Me afecta, la verdad”, critica Kenia la decisión del PP y Vox. “No entiendo el porqué”, recalca. “Mi madre vino a este país por un sueño que no pudo cumplir. Le quitaron la vida por ser inmigrante. Un mural y que se la recuerde no molesta a nadie”, razona. “Me siento indignada. La Administración tiene que buscar soluciones para ayudar y proteger siempre a las víctimas de discriminación, de racismo, no quitar un mural, o un homenaje, como si no importara porque el asesinato haya cumplido 33 años”, añade. “Sí importa. A mí y a mis familiares nos duele. A todo un país y a los que vivieron a su alrededor nos duele”.

Es el caso de Romero: “Lo que vivimos, el ambiente que había, fue tremendo. Pero lo que ocurre ahora es más preocupante porque hay un movimiento generalizado en Europa, vuelve el racismo”. Coincide Regina Chambel, la nueva presidenta de la asociación vecinal. “En ese momento había mucha tensión social, ahora es un barrio muy tranquilo”, precisa. “Pero los mismos bulos antiinmigración que se escuchaban en Aravaca, lo que entonces eran rumores boca a boca, se escuchan ahora en los medios y en todas partes, en tertulias, en redes sociales”.

El WhatsApp de Kenia está ilustrado con una foto en blanco y negro de Lucrecia, que lo hipotecó todo para viajar a España. Es la única que tiene. Ahora no descarta escribirle una carta al alcalde Martínez-Almeida para hacerle saber su malestar. Porque Kenia tiene algo muy claro: hay que defender la memoria de Lucrecia Pérez Matos para que el pasado no se repita.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Comunidades y está especializado en información política. Trabaja en EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.
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