El arte de los fiscales para convencer al jurado popular: “Les resulta difícil aceptar que la maldad existe”
La ley que colocó a ciudadanos a juzgar crímenes cumple 30 años. Dos representantes del ministerio público reflexionan sobre cómo los nueve elegidos emiten un veredicto

“Nos puede sorprender el delito de profanación de cadáveres porque pensamos en esas películas góticas en blanco y negro en el que dos personas entran por la noche en un cementerio para robar un cadáver y dárselo a un científico loco para que experimente”. Así es cómo explicó el fiscal del caso del Rey del Cachopo, condenado por el crimen de su exnovia Heidi Paz, por qué había que condenarlo también por haber desmembrado su cuerpo. Frente a él, nueve hombres y mujeres que tenían que decidir sobre el futuro de ese hombre menudo de verborrea incesante. El fiscal sabía cómo tenía que dirigirse a ellos para hacerles llegar una investigación policial y judicial de años con decenas de documentos, términos técnicos, declaraciones e informes periciales.
Esos nueve miembros del jurado llegan a la sala el primer día con una sensación de extrañeza, curiosidad y fastidio. Frente a ellos, la primera persona a la que escuchan hablar casi siempre es el representante de la Fiscalía. Sus informes o alegatos finales destacan por la contundencia. “Este es un relato de perversión, maldad y sadismo”, afirmó la representante del ministerio público del caso de Marta Calvo, donde se juzgó a un asesino en serie de prostitutas. “Una manada de lobos sale a cazar y cuando sale a cazar tiene por objetivo común una presa, mientras unos atacan, otros evitan la defensa”, describió la del juicio de Samuel Luiz, el joven asesinado en A Coruña al grito de “maricón”. “La justicia no es una mierda, claro que existe”, parafraseó el fiscal a la viuda negra de Patraix, condenada por orquestar el asesinato de su marido. “Ese sentimiento humano de pensar que nadie normal puede hacer algo tan brutal. Desgraciadamente, el mal gratuito existe”, sentenció el del crimen de la Guardia Urbana, donde dos compañeros de la policía de Barcelona mataron y quemaron al novio de ella.
Marta García de la Concha es la fiscal coordinadora del servicio del jurado de la Fiscalía Provincial de Madrid. Por sus manos pasan decenas de causas cada año que acabarán siendo juzgadas por ciudadanos de la calle. “Al principio lo consideran una carga, algo que altera su vida, pero al final casi todos muestran entusiasmo y alguno dice que repetiría“, comenta. Según la Memoria 2024 de la Fiscalía de la Comunidad de Madrid, en la región se celebraron 44 juicios con jurado en 2023. A esto se añaden 12 conformidades sin juicio, es decir, casos en que el acusado aceptó la pena. En toda España fueron 450.
Hace 30 años que se aprobó la ley del tribunal del jurado, y el primer juicio de este tipo tuvo lugar en Palencia en 1996. La primera vez que De la Concha se sentó frente a un jurado fue hace 21 años, era el caso de un sobrino que había matado a su tío. Su obsesión era que no se apreciara una eximente total de su responsabilidad en el crimen por tener una patología mental. El jurado no la apreció. A su lado, el fiscal experto en jurado Javier Sarría rememora también su primera vez. Se juzgaba a cuatro hombres por haber dado muerte a un chico joven, mientras uno apuñalaba, los otros evitaban que nadie pudiera socorrer a la víctima. “Varios miembros del jurado lloraron cuando intervinieron los padres del chico. Muchas veces es inevitable”, señala.
En ocasiones, su primera función es explicarles qué hace un fiscal. “Te encuentras con personas que no saben que en España existen jurados populares, piensan que es algo de las películas americanas. Y lo que más destacan también es que les sorprende que los fiscales y los abogados de la defensa y la acusación tengamos buena relación y nos hablemos con normalidad”, comenta la coordinadora, consciente de que a veces tienen que luchar contra el imaginario colectivo de la ficción. También es curioso cómo algunos de los seleccionados intentan escaquearse. “Es habitual que busquen en Google cómo librarse de un jurado”, bromea De la Concha.
En España, estos ciudadanos no se limitan a contestar si alguien es culpable o inocente. Al final de las sesiones de la vista oral se les plantea una serie de preguntas a las que ellos tienen que responder de forma argumentada. ¿Considera que la víctima fue atacada por sorpresa? ¿Está probado que la mató después de haberla agredido sexualmente? Son ejemplos de las cuestiones que se les plantean y que después utilizará el magistrado para redactar la sentencia. “El hecho de que estén obligados a motivar su resolución les exige esa seriedad, porque luego tienen que explicar cada decisión, no se limita a un sí o no”, indica De la Concha.
A través de las preguntas que el jurado puede hacer a los testigos o a los acusados, siempre sale a relucir lo que más les importa: ¿por qué lo asesinó? Para los fiscales, el móvil del crimen no es relevante, sino las pruebas. “No puedes meterte en la psique del acusado, llegar a la conclusión de por qué lo hizo. Todos tendemos a buscar una explicación a unos actos tan horribles, pensamos que tienen que tener una motivación profunda cuando no hay una patología mental. Les resulta difícil aceptar que la maldad existe”, comenta De la Concha.
En uno de los últimos juicios de Sarría, los integrantes del jurado inundaron de preguntas a las psicólogas y psiquiatras. Se trataba del crimen de la presidenta de la comunidad de vecinos de Carabanchel, asesinada por una inquilina morosa a la que reclamaba facturas atrasadas. “La sorpresa del jurado es que para matar no hay que tener un móvil muy potente y la experiencia es que se mata por auténticas estupideces”, resume el representante del ministerio público.
Cuando todo el trabajo está hecho, el jurado se retira a deliberar. Una tarea que puede durar horas o días. Cuanto más largo, más nervios provoca en los fiscales. O no. “Yo no sabría decir si me preocupa más que vuelvan pronto”, señala De la Concha. Sarría recuerda los tres días de deliberación del juicio en el que se acabó condenando a tres Dominican Don’t Play por el asesinato de un chico en una fiesta, ocurrido en Madrid en verano de 2021. “Estaba que me subía por las paredes, tenían que decidir sobre muchas cuestiones y tenían que hacer un encaje de bolillos”, rememora.
Con el veredicto se acaba el trabajo del jurado. Allí es donde se concluye el trabajo de años de instrucción. Los acusados reciben la decisión con enfado o resignación. Los fiscales, casi siempre con satisfacción. De los 44 juicios de esta modalidad celebrados en Madrid en 2023, 43 acabaron con sentencia condenatoria.
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