Ir al contenido
_
_
_
_
Vermú y verbena
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Saber decir adiós

Existe en España una incapacidad colectiva para despedirse de forma rápida y ordenada. Cuesta mucho lanzarse al abismo del adiós

Una pareja de viajeros se abraza en el aeropuerto de Barajas
Enrique Alpañés

En Italia no hay diferencia entre despedirse y saludarse. Su ciao es una palabra multiusos, la llave que abre una conversación casual, y el lazo con el que cerrar una agradable velada. Cuatro letras que se pronuncian rápido y sin miramientos. Una de las cosas que más le llamó la atención a mi marido, al llegar a Madrid desde su Roma natal, fue esta pequeña diferencia. No era tanto que tuviéramos una palabra para decir hola y otra, diferente, para adiós, sino cuánto tiempo tardábamos en pronunciar esta última. Aquí no dices adiós, te das la vuelta y emprendes tu camino. Una despedida tan eficiente es casi de mala educación. La etiqueta de la buena partida exige empezar con un “nos vamos a ir yendo”, o un, “¿pedimos la penúltima?”, para ir allanando el camino. Después, empiezas cada frase con un “bueno” y poco a poco, introduces tímidos adioses que se van repitiendo, cada vez con más vehemencia, hasta que alguien se harta (normalmente el camarero) y se disuelve definitivamente la reunión.

Me gusta saludar a mis amigos con afectos individuales. Reparto besos y abrazos con efusividad folclórica. Pero a la hora de despedirme lo hago de forma grupal y atropellada, que si no montamos un besamanos que ni el día de la Hispanidad. Además, este momento es el que aprovechan muchos para sacar nuevos y apasionantes temas de conversación que, por lo que sea, no se han tratado en las cinco horas de reunión previas. “Por cierto, no hemos comentado nada sobre lo de Menganito”, dicen, y revientan con una sola frase toda la operación despedida.

Tengo una amiga especialista en estos menesteres. Con ella hay que negociar los adioses como tratados de paz, e incluso una vez firmados con besos, los trasgrede. Estás tú tan tranquilo alejándote cuando se le ocurre una última cosa que comentar, y si hace falta te la grita mientras se va, continuando una conversación en movimiento hasta que esta se hace imposible. Hay otra amiga que es aún peor: se empeña en sacar fotos grupales cada vez que nos vemos, y solo se acuerda de esta tradición en el último momento, con el bolso amarrado, los besos dados y el taxi en la puerta. Tiene mi amiga una sensibilidad artística especial, y podemos repetir la foto hasta que el resultado es digno de una exposición monográfica en el MoMA.

No me había dado cuenta de que esto fuese un rasgo nacional hasta que me lo señaló mi marido, entre fascinado y francamente molesto con todos nosotros. Fue entonces cuando empecé a fijarme en cómo se despide la gente y me convertí en un voyeur de los adioses ajenos. Miraba con atención los corrillos a la salida de los cines. Espiaba disimuladamente a los parroquianos en la puerta del bar. Era un poco como ver la escena inicial de Love Actually, pero marcha atrás. Después de un concienzudo estudio de campo, confirmé que hay una especie de discapacidad colectiva para despedirse de forma ordenada. Es un problema nacional.

Una vez que has entendido esto, hay muchas singularidades culturales que empiezan a tener sentido, o al menos, explicación. Fue en Ibiza donde se popularizó la cultura del after (que es una forma de disfrazar de fiesta la ansiedad que da el final de las cosas). Es aquí donde las bodas se han alargado hasta cubrir el doble de horas que en cualquier otro país razonable. También se ha institucionalizado la sobremesa, esa comida más allá del comer, sin ninguna excusa que nos ate a la mesa.

Cuesta lanzarse al abismo del adiós, así que hemos popularizado una fórmula menos definitiva, y decimos “hasta luego” incluso a desconocidos a los que no vamos a volver a ver, ni luego ni nunca. La cosa se nos ha ido tanto de las manos que hemos tenido que buscar atajos sociales para evitar las despedidas. La bomba de humo solo tiene sentido en estas coordenadas geográficas y sentimentales. También se habla de “despedirse a la francesa” y me pregunto si en Francia dirán “despedirse a la española” para referirse a este modo tan nuestro de ir postergando el adiós.

Puede que este rasgo sea desesperante para un extranjero, pero hay algo bonito en no saber poner punto y final a una velada. En esta obsesión por estirar lo efímero. Buscar excusas y refugiarse en una última foto, un último trago o un nuevo tema de conversación. Decir muchas otras cosas, porque en el fondo, lo que no quieres es decir adiós.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_