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Encarnita Polo, icono popular con un legado que trasciende los tópicos

La actriz y cantante sevillana fue una mujer de encanto arrollador y vida tan azarosa que en cualquier otra geografía ya habría merecido su buen ‘biopic’

Fernando Neira

Que no nos obnubilen las truculencias ni avatares. Al margen de lo que acaben dictaminando las crónicas de sucesos, con Encarna Polo Oliva se nos acaba de marchar un icono de la cultura popular española de la segunda mitad del siglo XX, una mujer de encanto arrollador y vida tan azarosa que en cualquier otra geografía ya habría merecido su buen biopic de trasfondo más sociológico que meramente folclórico. Sirva como ejemplo esta pincelada de una conversación con este periodista hace 11 veranos, cuando Polo presentaba La partitura de mi vida, la autobiografía que se esmeró en redactar para la Fundación AISGE. “De niña cantaba frente a una casa de putitas para que las mujeres me tirasen dinero desde las ventanas, y con esas monedas pagaba la entrada de mis primeras sesiones para los cines de verano. He sacado dinero siempre…, excepto ahora”.

En las primeras filas de aquella tórrida jornada veraniega la aplaudían Paco Clavel, José Manuel Parada o la añorada Pilar Bardem, reflejo involuntario de una España plural y orgullosa que supo reconocer el legado de la artista hispalense más allá de tópicos, prejuicios y demás mentalidades estereotipadas. “Para mí siempre será esa eterna sonrisa de la copla yeyé”, resume a preguntas de este diario la divulgadora coplera albaceteña Lidia García, responsable del podcast ¡Ay, campaneras! Por supuesto que a doña Encarna siempre la asociaremos con el archiconocido Paco, Paco, Paco, que ya bien entrado el siglo XXI vivió una insólita segunda juventud viral después de que un youtuber la sincronizara con el vídeo de Single ladies, de Beyoncé (reconozcámoslo: el efecto, 16 años después, sigue pareciéndonos impactante). Pero García subraya que su talento y talante merecen un aplauso más genérico. “El ritmo nuevo que imprimió a la copla se conjugaba con una simpatía única y particular, con esa alegría arrolladora a la hora de presentar las canciones. No solo logró que la copla nos pusiera a bailar, sino que el carisma también le ayudó mucho en su faceta televisiva”.

El diagnóstico es parejo si acudimos al periodista y crítico cinematográfico Juan Luis Álvarez, que trató con cierta frecuencia a Encarnita desde la segunda mitad de los años ochenta. “A ella le hacía mucha ilusión que le dijera que había sido la más avanzada, incluso aunque fuese de ideas conservadoras, pero era la pura verdad”, rememora. “A los que éramos niños cuando el mítico Pasaporte a Dublín de TVE [1970] nos fascinaba su torbellino colorista, que nada tenía que ver con lo que veíamos luego en la calle. En realidad, aquel programa era una carrera de modernidad entre ella y Karina…”.

Álvarez también añade una apostilla interesante en términos de estilo musical. En algunos de sus grandes hitos de pop lolailo, desde Los piconeros a Juanita Bandera, su entonces marido, el brillantísimo compositor y arreglista bonaerense Adolfo Waitzman, introdujo ya las primeras guitarras eléctricas, una licencia estilística que luego se volvería icónica y revolucionaria con Gipsy rock (1974), el elepé que forjó el mito de Las Grecas. Después de la separación matrimonial, Polo no cejó en el empeño de recuperar el cetro musical de sus mejores años, aunque las circunstancias nunca volvieron a resultarle favorables.

Nos abduce tanto la retórica desarrollista en torno al dichoso Paco, Paco que corremos el riesgo de olvidar algunas otras páginas muy meritorias, en particular la adaptación al castellano (1968) de La balada de Bonnie & Clyde o, casi mejor aún, la sintonía (compuesta por Watzman) de Este señor de negro, una serie de TVE dirigida por Antonio Mercero que a finales de 1975 paralizaba a medio país frente al televisor, con José Luis López Vázquez en un papel protagonista que había concebido el humorista gráfico Antonio Mingote. La voz de Encarnita (“¿Quién eres tú? ¿Quién te mandó venir? / “Y todo de negro, me haces reír”) era la señal inequívoca, como recordarán nuestros mayores, para abandonar los quehaceres domésticos y repantingarse en el sofá.

El actor Pepe Viyuela, siendo muy jovencito, era de esa media España que veía a Polo frente al televisor: “Recuerdo ver sus canciones en televisión: enseguida te llegaban, eran muy pegadizas. El Paco, Paco está en la memoria colectiva. No sé si era consciente de que acercaba esos ritmos aflamencados al pop y creo que es una pionera de lo que se está haciendo ahora en música latina. Ella lo llenaba todo de alegría. Mis padres, cuando aparecía, mandaban callar y escuchar. Porque, además, caía muy bien”.

La música oscureció con creces la faceta de doña Encarna como actriz, que sobre todo merece mención por la serie italiana Scaramouche y por una película de Ignacio Iquino titulada 07 con el 2 delante (Agente: Jaime Bonet), parodia entre cándida y tontorrona que rodó en 1966 compartiendo protagonismo con Cassen. Bien es cierto que luego daría que hablar sobre las tablas gracias al montaje La feria de Cuernicabra, representado en el Teatro Nacional de Santo Domingo, por avalar el resumen que nos formula el periodista Álvarez. “En un momento dado, fue una señora muy rompedora en este país”.

Rompedora y, como decimos ahora, transversal. Un dato simpático. El prologuista de sus memorias, las mencionadas La partitura de mi vida, fue el académico y periodista Luis María Anson, director durante muchos años del Abc. El día de la presentación, Anson se levantó de entre el público y anotó: “Siempre me encantó estar entre actrices, porque son genios de la escena. A Encarnita la admiro desde siempre, igual que me asombra la energía y coherencia de Pilar Bardem, aunque sus ideas no coincidan con las mías. A ellas les debemos un gran aplauso de agradecimiento”.

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