Cierra el Café Central, meca del jazz en Madrid
Los propietarios del negocio de la plaza del Ángel se ven abocados a poner fin a 43 años de historia y 35 trabajadores perderán su empleo el próximo 12 de octubre

La música en el Café Central está afrontando sus últimos compases. No hay manera de encontrarle remedio al final abrupto para unas citas melómanas que, salvo en lo peor de la pandemia, acontecían todas las noches del año desde hace más de cuatro décadas. El escenario más paradigmático del jazz en Madrid y en buena parte de Europa habrá de guardar el más doloroso de los silencios una vez finalice la actuación del próximo domingo 12 de octubre. A partir de ese instante, el rincón por el que han desfilado casi todos los grandes artistas, nacionales e internacionales, que la música más libre e improvisada ha dado en las tres o cuatro últimas generaciones, pasará a ser un mero recuerdo.
Salvo milagro, no hay vuelta atrás. Las familias propietarias del inmueble del número 10 de la plaza del Ángel (distrito Centro) se han negado en redondo a renovar el contrato de alquiler con los socios del Central, que ya han asumido la imposibilidad material de continuar con el negocio de hostelería y música en directo una vez finalicen estas 11 últimas y agónicas semanas de vida. La mala noticia se hará pública mediante un comunicado la próxima semana, pero entre el martes y el miércoles se le ha ido trasladando a los 35 trabajadores y trabajadoras en nómina; camareros, cocineros, programadores y encargados que se ven abocados a una pérdida inminente de empleo.
“Ni siquiera sabemos qué quieren hacer con el local”, expresaba este mediodía el programador del Café, el asturiano Javier González, con voz desolada. “Sus abogados solo nos han transmitido que no hay negociación posible. Desde el Central disponíamos de derecho de tanteo y podríamos optar a igualar una eventual oferta, si se nos comunicase, pero sencillamente quieren rescindir el contrato, sin más explicaciones”.
La decisión supone poner fin de un plumazo a una historia de pasión musiquera que arrancó un ya lejano 12 de agosto de 1982 y ha ido sumando, noche tras noche, más de 14.500 actuaciones y un total de 1,3 millones de espectadores. Y todo ello a golpe de tenacidad y gracias a la búsqueda de un lugar singular y con encanto: en cada concierto del Central apenas hay sitio para 70 espectadores y el escenario, relegado a un esquinazo, es de una estrechez angustiosa, puesto que el piano y la batería apenas dejan espacio para el resto de intérpretes. Pero todos los popes del género han dejado su impronta en esos exiguos metros cuadrados. “El Central es pura autenticidad”, exclamaba Joshua Edelman, pianista estadounidense afincado en Bilbao que ha ofrecido más de 700 conciertos en este recinto. “Esa esquina te hace sentir en el meollo mismo de la vida. Puedes tocar en lugares más despejados, pero el ruido de los cubiertos y los vasos se convierte ahí en parte de la propia música”.
Javier González, el valenciano Juantxu Bohigues (jefe de sala, novelista en sus ratos libres y organizador de un premio literario en torno al Central) y otros encargados del local se afanaban ayer en completar una lista, inevitablemente incompleta, con algunos de los nombres que más han brillado a lo largo de estas casi 15.000 noches que parecieron inextinguibles y ahora enfilan la recta final. La nómina es abrumadora: hay que abrirla con los dos nombres históricos del jazz español, Tete Montoliu y Pedro Iturralde, pero sumemos a estrellas internacionales ilustrísimas (Brad Mehldau, Paquito D’Rivera, Lou Bennett, Mark Turner, Kenny Barron, Benny Golson, Sheila Jordan, Ron Carter…) y a la aristocracia del gremio patrio, comenzando por los irrefutables Javier Colina, Chano Domínguez, Jorge Pardo, Lluís Coloma, Ignasi Terraza o las mucho más jóvenes Sílvia Pérez Cruz y Andrea Motis.
Algunos convirtieron el Central en parte de sus rituales artísticos y hasta de su modus vivendi. El extraordinario pianista, compositor y ensayista neoyorquino Ben Sidran y su hijo, Leo Sidran, llevan visitándonos con periodicidad anual desde hace más de un cuarto de siglo, e incluso registraron un álbum delicioso en directo, Cien noches (2008). Y las visitas navideñas de Javier Krahe terminaron afianzándose como una tradición tan arraigada como los villancicos en la Plaza Mayor hasta que la muerte nos privó, en julio de 2015, del sardónico trovador de Malasaña. Leo Sidran recibió el martes la noticia del cierre y planea unos conciertos postreros a finales de septiembre. Lo corroboraba, conmovido, desde la ciudad de los rascacielos: “El Central es el lugar del mundo que más impacto ha tenido en mi vida. Entré por vez primera con 20 años, cuando era un estudiante extranjero en busca de un lugar al que agarrarme, y se convirtió en hogar y comunidad. Esto no es solo la pérdida de una sala de conciertos: supone convertirme de nuevo en peregrino en mi ciudad adoptiva”.
Los dos socios titulares del Café, que han preferido relegar la portavocía en sus trabajadores, llevan varios meses peinando los distritos céntricos de la ciudad, y algunos de la periferia, en búsqueda de una ubicación alternativa para que el Central sobreviva en un segundo emplazamiento. Todas las gestiones al respecto han fracasado hasta ahora, aunque incluso ayer habilitaron una dirección de correo (central2.0@cafecentralmadrid.com) por si algún potencial arrendador pudiese ofrecer un local adecuado. Las perspectivas no son halagüeñas, aunque los artífices del club se resisten a tirar la toalla. “Podríamos aspirar incluso a un espacio más holgado”, anota Javier González, “pero, por ahora, no hay manera de encontrar nada aprovechable”.
González está tirando de agenda para que los centraleros más ilustres, como Edelman, Colina, Ignasi Terraza Trío o Sidran, sean los grandes protagonistas en estas semanas antes del acorde final. Llegados a ese 12 de octubre, y salvo milagro in extremis, del Central ya solo quedará un currículo sin apenas parangón. Down Beat, la biblia del jazz mundial, lo incluyó en su listado de los 100 mejores clubes del planeta, mientras que la revista Wire lo situó en el octavo puesto a nivel europeo.
Por si fuera poco, su innegable fotogenia –el aire demodé, los espejos art decó– le ha servido para erigirse en escenario de series y largometrajes de culto, desde Anillos de oro (Pedro Masó) a Tenéis que venir a verla, de Jonás Trueba. La fotógrafa Asia Martín retrató entre sus paredes a los portugueses Madredeus en el año 2000, en el cénit de su popularidad, para la portada del álbum Antologia. “En realidad, si nos acercásemos lo suficiente a esos espejos”, concluye el músico Leo Sidran, “podríamos escuchar nuestros propios latidos”.
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