Las pachangas multicolor de Alcalá
Los partidillos entre jóvenes españoles y africanos se reducen desde la violación de una chica junto al centro de inmigrantes


Desde hace año y medio, en las pistas de deporte del Ensanche de Alcalá de Henares, las pachangas de fútbol se han vuelto multicolor. Es muy habitual ver a un equipo de jóvenes españoles blancos contra uno de inmigrantes negros. En ocasiones, hay tantos chavales africanos que hay que montar varios quintetos y organizar un triangular o cuadrangular. Una tarde de competencia especialmente intensa, un adolescente blanco chocó con su contrincante en una disputa de balón y salió despedido dando varias vueltas sobre el duro piso.
A pesar de las rozaduras, se levantó como un resorte hacia su rival. “Ya es la segunda vez que lo haces. ¡Tonto, que eres muy tonto!”, le espetó mientras el infractor se retiraba de manera burlona. Quién sabe si entendía o no. La reacción del chaval español parece hasta tierna para aquellos que conocieron las gradas de los estadios en los noventa, donde solo hacía falta la presencia de un futbolista negro para que arreciasen los insultos y onomatopeyas más racistas. Esto era fútbol de calle, un pique sin más.
Desde que el 28 de junio una joven fuese atrozmente violada junto al centro de inmigrantes por uno de los chicos que residía allí, los partidillos son menos numerosos. Una especie de calma tensa se ha instalado en un barrio de clase media-alta que, a finales de 2023, vio cómo se habilitaba un antiguo cuartel para convertirlo en la precaria residencia de miles de personas llegadas de África a través de Canarias.
El ambiente actual recuerda un poco al de entonces, cuando la desconfianza hacia lo distinto y desconocido se coló en conversaciones y grupos de WhatsApp. No faltaron historias sobre presuntos robos, ataques o intimidaciones sufridas por amigos de amigos. Al hablar directamente con la gente, lo más delictivo que había presenciado la mayoría era a grupitos de jóvenes del centro cruzando por el medio de la calzada.
La presencia de los chavales se empezó a normalizar y se integraron como parte del paisaje urbano del barrio. Algunos paseaban, otros hacían ejercicio; algunos saludaban y sonreían, otros eran más adustos; algunos compraban bollería industrial con la exigua paga que reciben, otros rebuscaban en los contenedores.
Cualquier cosa era mejor que permanecer en un complejo donde vivían y viven hacinados. La preocupación por la cercanía del centro con un colegio también había menguado entre los padres. Y, para los niños, la principal inquietud era saber por qué esos chicos con los que a veces coincidían en el parque hablaban “raro”, sin apenas alusiones a la diferencia de piel.
No se trata de buenismo o malismo. La situación está lejos de ser la idónea en el barrio y está claro que por un centro por el que han pasado ya unas 10.000 de personas habrá de todo, incluido ese miserable violador. Y seguro que habrá habido hurtos, como denuncian algunos comerciantes. Pero lo cierto es que las cifras oficiales hablan de una veintena de violaciones en Alcalá desde 2024 y ninguna, hasta esta última, ha sido vinculada al complejo. Agresiones que, por otro lado, no conllevaron manifestaciones, ni disturbios, ni apariciones de líderes políticos, ni declaraciones de la alcaldesa en los medios generalistas. Quizá aquí sí importaba la diferencia del color de la piel.
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