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bocata de calamares
Columna
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La invasión de los zombis sin hogar

La deshumanización de los ciudadanos en situación de pobreza extrema, como los que se refugian en Barajas, sirve como engrasante para la desigualdad en una sociedad que prima el individualismo y la competición

Una persona sin hogar se prepara para dormir en la T4 del aeropuerto Adolfo Suárez-Madrid Barajas, el 12 de mayo.
Sergio C. Fanjul

Lo malo de una sociedad tan desigual es que a veces los pobres hacen feo. Surgen por ahí, donde no se les espera, recordándonos el resultado más siniestro del funcionamiento de las cosas. Por ejemplo, en los flamantes vestíbulos del enorme aeropuerto con el que queremos deslumbrar a los que llegan, con una arquitectura celebrada en todo el orbe y bautizado como el primer presidente de la democracia, Adolfo Suárez Madrid-Barajas.

Bienvenidos: este es el éxito de Madrid, la ciudad del oropel castizo, del gin tonic en el rooftop, la mejor ciudad donde invertir en el ladrillo y hacer compras de lujo. En Barajas, centenares de personas sin hogar van a refugiarse de la vida en las calles y, maldita sea, su presencia derrumba el castillo de naipes madrileño. Como dan vergüenza se les barre bajo la alfombra, que en un aeropuerto equivale a recluirlos en un piso poco transitado. AENA, de hecho, ha anunciado que tomará medidas para impedirles el paso. No vayan a asustar al visitante.

En algunas redes y medios se ha presentado a la gente sin hogar como una horda de zombis fúngicos sacados de The Last of Us o The Walking Dead. Se muestran imágenes de personas deterioradas por dormir en el exterior, caminando con dificultad y lentitud, como un zombi; se habla de peleas, de plagas, de inseguridad, de adicción. Lo que debería ser motivo de compasión lo es de asco.

Se pone el foco en las molestias que generan y no en la injusticia que sufren, se potencia la degeneración que representan, cuando esta degeneración es más bien la del sistema. Es el proceso de deshumanización y construcción del Otro: una persona sin hogar, un niño gazatí, qué importan, no son como nosotros, hay algo malvado en su esencia, podemos barrerlos allá donde no molesten.

Hace un par de años, para la elaboración de un libro sobre este asunto, pude conocer a decenas de personas sin hogar, además de a los expertos y activistas de la heroica red de sinhogarismo. Los que viven a la intemperie, los que no tienen un cuarto de baño propio, los que tienen que ingeniárselas para cargar el móvil (porque hoy en día se puede vivir sin hogar, pero no sin móvil).

Después de este periplo me pasó como en el parchís, que la meta está al lado del punto de salida: lo que aprendí es lo que ya me decía mi tía Vicen ante la gente sin hogar del Oviedo de los años ochenta. Que yo, que ella, que cualquiera, podríamos acabar viviendo entre cartones y guardando nuestras cosas en un hoyo del parque. Nunca me lo creí.

Personas sin hogar durmiendo en el aeropuerto de Barajas, el 12 de mayo de 2025.

Pero en la calle conocí a doctores en Filosofía, profesoras de inglés, monjas budistas, artistas gráficos, farmacéuticas. Gente de todas las nacionalidades, de toda orientación e identidad sexual. Lo más horrendo es que hay personas que trabajan y que, aun así, viven en la pobreza: es el fenómeno de los trabajadores pobres, causado por una creciente precariedad.

Muchas empresas se han desconectado del bienestar de sus empleados y el trabajo ya no cumple su función social: la de proporcionar una vida digna al trabajador, y no solo beneficio al empresario. El otro día vi a dos jóvenes en la cola del hambre de una iglesia de Malasaña con la llamativa mochila de rider de Glovo a la espalda.

La sociedad de la gente sin hogar tiene la misma composición que la nuestra, solo que el resto les hemos dado la espalda: caer en la calle no es un problema individual, sino un asunto estructural y requiere soluciones políticas. El 20,9% de la población madrileña está en riesgo de pobreza y exclusión social, según la Red Europea de Lucha contra la Pobreza (EAPN).

Esto es, una de cada cinco personas que te cruzas por la calle: si hay miseria, que no se note. Durante 2024, según el INE, la tasa de pobreza aumentó en Madrid un 10% (mientras que en el resto del Estado disminuyó ligeramente). La emergencia habitacional, por supuesto, colabora: cuando no se puede acceder a una vivienda, queda hacinarse (el hacinamiento también es considerado una forma de sinhogarismo) o pernoctar en la calle, al albur de la meteorología y las palizas.

Con la gente pobre se ha aplicado históricamente, como me contó el sociólogo Pedro Cabrera, la piedad o la horca. Los pobres buenos, víctimas de razones ingobernables, y los pobres malos, que sufren la justa consecuencia de su irresponsabilidad o vagancia. Ahora que nos dicen que tenemos que competir y que todo lo que nos pasa es culpa nuestra, que los pobres son los justos perdedores de este juego, es de comprender que cada vez haya menos piedad y haya más horca.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.
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