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AENA esconde 10 metros más abajo a las personas sin hogar de Barajas tras las quejas de las aerolíneas

Los que pernoctan en el aeropuerto, entre 300 y 400 personas, según las últimas estimaciones, son reubicados en zonas menos visibles y se les deniega el acceso en las entradas del metro

Personas sin hogar ubicadas en la planta 1.
David Expósito

Nadie ha tenido el corazón, la boca o las orejas más cerca del suelo de lo que las ha tenido Óscar Vásquez. Quizá por esa proximidad a la superficie, Vásquez, de 47 años, pensó que aquella baldosa sobre la que dormía desde 2023 en el ala derecha de la planta 2 de la terminal 4 del aeropuerto de Barajas sería “su suelo”. Sin embargo, su suelo ya no es su suelo. Así lo decidieron los responsables de AENA cuando las aerolíneas, como Fly Emirates, se quejaron de que delante de sus mostradores estaba el suelo y la cama de cientos de personas sin hogar mientras las imágenes corrían como la pólvora en los medios de comunicación. La cifra, una vez pasado el invierno, oscila todavía entre las 300 y 400 personas. Como no se las puede hacer desaparecer, había que intentar al menos ocultarlas. Y lo consiguieron 10 metros más abajo, en la planta 1, donde los turistas solo pasan por error.

La planta 2 es ahora una oda al orden y a la pulcritud aparente. Allí se realizan los check-in. Allí también están las tiendas y restaurantes, así como la farmacia, los baños públicos o la pequeña comisaría de la Policía Nacional. Lo que ya no hay son asientos. Se retiraron hace unos días después de que muchos trabajadores se negaran a prestar sus servicios por una plaga de chinches. Primero se ordenó limitar su uso con cintas de plástico hasta que finalmente han sido todos eliminados.

Los mostradores de Fly Emirates se ha convertido en intocables, nadie puede pasar una vez están cerrados. Para ello, hay vigilantes a su alrededor cada dos por tres y un sin fin de postes con cintas retráctiles acordonan la zona. Lo que ningún pasajero de los que circula por allí cuando llega la noche puede imaginar es lo que tiene bajo sus pies.

La planta 1 se ha convertido en una suerte de gueto para quienes acuden a pernoctar. “No son capaces de echarnos, pero sí de arrinconarnos. Aquí nos dejan a nuestra suerte”, cuenta Vásquez al extender la manta sobre el cartón, en el lado de la cristalera. Esta nueva ubicación no le gusta. La compara con una “colmena”. “Cuanto más juntos estamos, más conflictos tenemos”, afirma.

Lo que más le preocupa es que ya no se puede separar de los que dan problemas, los que beben y consumen. “Estamos todos en el mismo saco”. Antes, Vásquez se afanó en aquella baldosa de la planta 2 que podría haber llevado su nombre. Nadie le discutía el sitio ni le molestaba. Podía “estar al margen” del mundo. Eso se acabó.

La ubicación donde se amontona a todos es un pequeño pasillo con oficinas que ahora mismo no están operativas, pero que pueden volver a estarlo en cualquier momento. Por ahí transitan apenas un puñado de trabajadores. Jamás lo hacen los turistas, salvo que se haya equivocado de salida. Cuando alguno aparece, “sus caras son de terror”.

Un grupo de personas sin hogar duerme debajo de unas cintas mecánicas por donde pasan los pasajeros.

Isidro —nombre ficticio—, de 40 años, no quiere revelar su identidad para no sufrir represalias. Es agente de pasaje en la T4, normalmente en turnos de tarde y de noche. “Nunca habíamos visto una plaga de chinches. Desde hace una semana estamos con tres y cuatro trabajadores con picaduras diarias. Se está fumigando, pero el problema sigue. Una de las consecuencias es que se está arrinconando a las personas sin hogar. En lugar de darles una solución, se agrava su problema ocultándolos a la vista de los demás”, comenta.

“Si a los trabajadores, que dormimos en casa, nos duchamos y lavamos la ropa, nos está afectando a la salud con mareos, sarpullidos y dolores de garganta, ¿qué no le pasará a esta gente? Ahí abajo no hemos visto fumigar. Es una situación lamentable. Terminará sucediendo algo gordo”, se queja.

El sindicato ASAE ha puesto en conocimiento de la Comunidad de Madrid este problema sanitario. La Comunidad de Madrid, a su vez, la “ha trasladado a la Subdirección General de Sanidad Exterior del Ministerio de Sanidad para que realice el diagnóstico de situación para identificar la plaga y lleve a cabo las gestiones oportunas”.

AENA, en un comunicado, afirma que “la empresa especializada en desinsectación no ha determinado en ningún momento en sus informes la existencia de una plaga”. Los insectos están “en puntos muy limitados” y, por otro lado, “no se puede confirmar” que el origen sean las personas sin hogar del aeropuerto.

Según la compañía, ellos “no ubican en ninguna planta, pero se realizan trabajos, por lo que no siempre estas personas permanecen en las mismas zonas”. Sin embargo, ASAE denuncia que estas personas “han sido forzadas a marcharse de su ubicación original” por las “presiones” de las aerolíneas.

“Los esconden en la planta 1, el lugar menos visible. Estamos ante la mayor degradacion del aeropuerto internacional más importante de España en su historia. Si este Bronx no se corta, lamentaremos algún muerto más”, declara Antonio Llarena, secretario general de ASAE, en referencia al fallecimiento de una persona sin hogar el pasado 20 de marzo.

Por su parte, el Ayuntamiento de Madrid explica que “siguen manteniendo reuniones técnicas con responsables de AENA, de la Delegación del Gobierno y de la Comunidad de Madrid para que, de manera coordinada todas las administraciones competentes, podamos ofrecer una respuesta digna a las personas que viven y pernoctan en el aeropuerto”.

La planta uno de la Terminal 4 donde han sido reubicadas las personas sin hogar.

Los problemas de seguridad son frecuentes en Barajas. Sin ir más lejos, el 27 de abril, un hombre desató un extintor en la puerta de salida de la planta baja de la T4. Comenzó a dirigir el llamado “agente extintor” a los allí presentes —azafatas, vigilantes, pasajeros— hasta que una importante nube gris cubrió la zona durante varios minutos.

Cinco días antes, el 22 de abril, una reyerta. En los mostradores 950-970 se enfrentaron dos varones, uno que se defendía con un cuchillo y otro que lo hacía con un destornillador. El martes de esta semana le fue retirado a otro varón “una navaja de grandes dimensiones”.

La principal novedad en cuanto a medidas de seguridad es un ambiguo cartel en la puerta del metro. “Para la permanencia y acceso al aeropuerto será requerida la información necesaria”, puede leerse. Tres agentes uniformados, capitaneados por uno llamado Juan, se colocan como un muro de contención en la puerta automática de la terminal 1 a partir de las once de la noche.

“¿A dónde va usted?“, preguntan. A todo aquel que responde que viene a pernoctar le impiden el paso. Sin embargo, son plenamente conscientes de que no sirve para nada. ”Se dan la vuelta, entran por el parking o con el autobús y al rato los vemos por el pasillo. No los podemos echar. En realidad, hay vía libre“, admite Juan.


Cartel en la puerta del metro sobre el acceso al aeropuerto.

El albergue clandestino que se ha formado en la planta 1 de la T4 acoge todo tipo de realidades. Mientras unos guardias de seguridad tratan de separar a tres hombres peleados cerca del ascensor, otro agente llama la atención de un señor escondido en una esquina que estaba masturbándose.

A cinco metros de la escena, la española Rosa V., de 67 años, el venezolano David Romero, de 33, y el argentino Manuel Castellano, de 36, tratan de aclarar un plan conjunto para salir del suelo de Barajas. Romero y Castellano, ambos sin papeles, niegan que la mayoría de los allí presentes sean solicitantes de asilo, como asegura el Ayuntamiento de Madrid. “No conozco a ninguno”, afirma Castellano. Tras hacer un repaso de sus respectivas vidas, Romero lanza una pregunta:

—¿Sabéis cuál fue el mejor momento desde que estoy aquí?

“Fue la noche del apagón. Los pasajeros acamparon también por este pasillo, estaba a reventar de personas, no solo de sintecho”, responde. Dice Romero que esa noche durmió mejor porque sintió que, “de nuevo”, formaba parte de la misma historia que el resto de la gente, y no de una que se escribe siempre como “enterrada”, varios metros por debajo de la de los demás.

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Sobre la firma

David Expósito
En EL PAÍS desde 2018. Su trabajo está centrado en la crónica y el reportaje local para la sección de Madrid, donde ejerce como fotógrafo y redactor. Anteriormente, también ha sido editor gráfico en la sección de Fotografía y en Suplementos. Es coautor del libro 'Utopías urbanísticas. 44 paseos por las colonias de Madrid'.
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