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72 horas en la capital mundial del reggae: Rototom exporta a Benicàssim el concepto de festival ‘slow’ y con mensaje

Una inmersión en las tres primeras jornadas del certamen internacional radiografían el alma de este fenómeno cultural transgeneracional que une a público de 100 países y constata que su fluir pausado no merma el activismo social más enérgico

Carlos y Silvia, chilenos y residentes en Estocolmo, en el festival de música reggae Rototom Sunsplash, en Benicassim (Castellón).

Sábado 16 de agosto. 14.30 horas. El recinto de conciertos del Rototom Sunsplash en Benicàssim (Castellón) lleva abierto apenas media hora. El canto de los grillos recuerda que la ola de calor azota. El todavía tenue aroma de los puestos de comida jamaicana anuncia que la 30ª edición del festival dedicado a la cultura de la isla caribeña que transforma, durante ocho días —hasta el 23 de agosto— la mediterránea Benicàssim en la capital mundial del reggae, empieza a bullir. A ritmo lento, pausado, como todo aquí dentro.

El bochorno alienta esa calma inherente que erige a Rototom en la aldea gala del mapa festivalero español, resistiendo con ritmo propio al sonido electrónico o indie-pop que prevalece en el grueso de citas musicales veraniegas. Una burbuja temporal donde conviven generaciones, culturas y formas de ver el mundo bajo una filosofía: paz, respeto y comunidad.

En una de las zonas de pinar de esta aldea global, una familia tinerfeña —Lidia y Alfredo y su hija Nora, de 6 años— se refugia de la canícula antes de exprimir las primeras horas de experiencia Rototom de su vida. El festival, que conocieron por la presentadora del escenario principal del certamen, la también canaria Sistah Vibes, estaba ya en sus planes, pero querían esperar a que Nora fuera más mayor.

El público disfruta de un concierto en el festival Rototom Sunsplash de Benicàssim (Castellón).

Se quedan el fin de semana y Nora lo tiene claro: “Quiero ir a las actividades del mundo mágico”, dice en alusión a Magicomundo, el espacio cultural para el público infantil del Rototom. “Y ver a Shaggy”, indica, completando con el embajador mundial del dancehall su lista de imprescindibles musicales. “Pero Shaggy actúa el miércoles, y ya no estaremos”, le recuerda su madre, ante la mirada resignada de Nora, que olvida pronto. “Vamos a disfrutar en familia. Hasta que el cuerpo aguante”, corrobora Lidia.

Una bienvenida a los 30 con declaración de intenciones

La primera tarde de la 30ª edición, con el lema Celebrating Life, avanza. Decenas de idiomas, nacionalidades, edades y estilismos se funden entre el público que va llenando esta ciudad, efímera, del reggae. Gota a gota. En sintonía con esa pausa, activa, eso sí, con la que el Rototom se perfila como pionero de un nuevo paradigma de festivales que prioriza la experiencia consciente sobre el espectáculo fugaz. Es un festival slow en toda regla. “Es una tradición venir, por la cultura, la música y el mensaje sobre todo”, explica Carlos, chileno, 76 años y residente en Estocolmo. Hace diez años que asiste a Rototom junto a su pareja, Silvia (67), con la que acaba de acceder al recinto.

Mensaje. Rototom recibe al público con ese mensaje al que apelan Carlos y Silvia. La ingente bandera palestina del acceso, que reproduce el artículo 3 de la Carta Universal de los Derechos Humanos, sobre el derecho a la vida, la libertad y la seguridad de todas las personas, es ya una declaración de intenciones. “Uno no puede callarse ante determinadas cosas”, apostilla Silvia.

Celebrando la vida. Defendiendo Palestina, el debate de clausura del espacio de reflexión del festival, el Foro Social, ahondará en este mensaje el 21 de agosto junto a la directora de UNRWA España, Raquel Martí, y el periodista Gonzo. “Es importante que con la situación actual la gente se entere de ciertas cosas. Hacer conciencia”, indica Carlos respecto al Foro Social, por el que pasarán también la ministra de los pueblos indígenas de Brasil Sonia Guajajara, el biólogo e investigador del CSIC Fernando Valladares o la viñetista en EL PAÍS Flavita Banana.

Rototom despliega además proyectos como ‘Move 4 Gaza’ para apoyar a entidades culturales que trabajan en la Franja buscando la resiliencia a través de la cultura, y campañas para ayudar a financiar proyectos como el hospital del campo de refugiados palestinos Ein El Hilweh en Líbano.

Tres asistentes se sacan un 'selfie' frente a un mural en el festival Rototom Sunsplash, en Benicàssim (Castellón). A un lado, la bandera de Palestina.

El sol sigue apretando, pero la vida fluye en el recinto. “Rototom es para eso: para aprender, disfrutar y dejarse llevar, para fluir. Fluir, esa es la palabra”, coinciden Berta, Laia y Dani, andaluza, castellonense y madrileño, respectivamente. En la africana área Jamkunda la obra autobiográfica ‘No es país para negras’ regresa con su creadora, la actriz Silvia Albert, pionera en abordar el racismo desde los escenarios. El arte urbano y el parkour copan la agenda del área para público joven, Teen Yard, y el circo emerge en ese “mundo mágico” que ansía visitar Nora.

20.00 horas. Una batucada agrupa al público y lo reconduce a través de la plaza de Bob Marley hacia el escenario principal, uno de los siete de la cita. La banda británica Aswad estrena el Main Stage y las 30 ediciones. Es la apuesta de Carlos y Silvia, junto a Channel One en la Dub Academy, como apasionados de la cultura sound system de la que bebe también el universo sonoro del Rototom. “Estamos los ocho días; nos ‘porcionamos’ porque no tenemos 25 años —dice Silvia entre risas— pero así todo vendremos a las tres de la madrugada a ver a Channel One el martes 19. Nuestro número uno. El legado caribeño en Londres”, detalla.

La esperada puesta de sol, con el skyline del Desert de les Palmes, acompaña el tránsito a la noche, y el deseo de ese aire fresco que no llega. La reivindicación vuelve a saltar al escenario. Silvia Albert, invitada por Sistah Vibes, proyecta desde el Main Stage antes del concierto de Morodo su mensaje contra el racismo. “¿Es Rototom un país para negras?”, pregunta en un guiño al título de su obra. Y el público responde, al unísono, con un enérgico: ¡sí!.

Más allá de los escenarios: ciencia helada, yoga y diálogo con una ministra de Brasil

Domingo, 17 de agosto. La voz mística de Burning Spear inspira el cartel de la segunda jornada. También Julian Marley, hijo de Bob Marley, en el primer guiño del festival al 80 aniversario que la leyenda jamaicana habría celebrado en 2025, y que completan The Wailers (18), Ky-Mani Marley (20) y Marcia Griffiths (21). La banda jamaicana Third World, haciendo gala de su eclecticismo, sorprende con versiones como Con te partirò de Andrea Bocelli o Seven nation army de The White Stripes. La chilena Ana Tijoux agita Lion Stage con su hip-hop mestizo.

Julian Marley, hijo de Bob Marley, en pleno concierto la noche de domingo.

Pero hasta que el perfil nocturno del festival impere, Rototom exprime las horas de luz con un latido cultural que suena más allá de los escenarios, y que funciona por contacto humano y sin mirar el reloj.

“¿Es aquí donde hacen el taller del helado”? pregunta Lluna (8 años) ante un abarrotado Discovery Lab, el espacio para la divulgación de la ciencia, donde un experimento a temperaturas bajo cero enseña a elaborar helado casero con nitrógeno líquido. Muy cerca, bajo la cúpula del área Pachamama se puede hacer yoga, asistir a un taller de agroecología o escuchar un diálogo sobre sabiduría ancestral entre la ministra brasileña y líder indígena Sonia Guajajara o el viral Soy Tribu.

La gastronomía planetaria se palpa. La cooperativa Abarka imparte un taller de cocina africana en directo. Más de 30 propuestas integran el restaurante al aire libre del festival. De las injeras etíopes a las jamaican patties (empanadas) de ternera picante, soja vegana o pollo, el arroz rastafari o el plato nacional de la isla caribeña: ackee con pescado salado (ackee and saltfish).

Rototom, el festival que no termina cuando te vas

Las 72 horas en la cuna del reggae se cumplen sin tregua meteorológica el lunes, 18 de agosto. La reflexión sigue: colectivos y vecinos comparten las historias de solidaridad y autoorganización tras la dana. En Discovery Lab un ‘aperitivo magnético’ resuelve dudas sobre física y ciencia, bajo la frase de cabecera del área, de Ramón y Cajal: “Observar sin pensar es tan peligroso como pensar sin observar”.

En La Siesta, la zona de hamacas, no queda ninguna libre. Cerca, la tienda de discos acerca un recorrido visual, y sonoro, por el dub, el reggae jamaicano y francés, junto al africano o asiático, afro tropical, rocksteady y hasta por el salsa-son que suena en ese momento y anima a bailes improvisados. Cientos de vinilos que ratifican la pluralidad de gustos que enraízan en el festival. Diversidad no sólo entre un público de más de 100 países, sino también entre los artistas. En la tercera velada de este Celebrating Life, Jamaica une generaciones e invita a un viaje por el roots reggae de The Wailers y el ciclón dancehall de Spice, escenificando la esencia del Rototom, un fenómeno transgeneracional y plural poco habitual en la cultura festivalera, y que deja huella: Rototom no se acaba cuando te vas, se queda dentro.

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