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Frenesí de festivales veraniegos en la costa: “Cada ciudad quiere el suyo, es una norma no escrita”

Los destinos turísticos multiplican su oferta cultural en verano, frente a unos inviernos de parón. Los promotores pretenden corregir la estacionalidad y prolongar el calendario de citas

Escenario pequeño, conocido como Lenovo, del Concert Music Festival, en Chiclana de la Frontera
Jesús A. Cañas

Un fin de semana de mitad de julio la gaditana Yolanda Vallejo, su marido y sus dos amigos pulverizaron su récord personal de saraos del que ellos denominan “el verano del sí+”, según explica: “Jueves, concierto de Jennifer López; viernes, de Marc Anthony; sábado, de Raphael, y el domingo ya con un Nolotil en la playa de La Caleta”. Desde la pandemia esta bibliotecaria, de 55 años, decidió que no pensaba perderse un concierto del sinfín de festivales y programaciones culturales que jalonan la provincia de Cádiz en verano. Normal que hasta tenga ganas de que llegue el invierno. “Estoy deseando, porque me voy a quedar en el sitio”, confiesa entre risas.

Como Vallejo, millones de españoles residentes en la costa, en ciudades pequeñas o en pueblos ven cómo la estacionalidad turística que llena los hoteles y apartamentos de sus municipios también multiplica los festivales. Durante los meses de junio a septiembre, no hay localidad alejada de las grandes ciudades de Madrid, Barcelona o Valencia que no tenga una apretada agenda de conciertos y actuaciones, de pago o gratuitas. El espejismo acaba con la llegada del otoño y el invierno, en los que el foco de la programación vuelve a las grandes ciudades. O al menos, por ahora, porque después de comprobar la viabilidad económica del bum de festivales del verano, los promotores empiezan a explorar si en las localidades pequeñas y medianas hay mercado para eventos de masas en los meses de temporada baja y media.

“Se organizan más festivales en verano porque hay más público y porque los artistas giran en esas fechas, y en espacios abiertos, y eso facilita la contratación. No es solo porque la gente esté de vacaciones”, resume Tali Carreto, promotor y responsable de comunicación de festivales por todo el país con su empresa La Mota. La familia Casillas, de Sanlúcar de Barrameda, y su empresa Concert Tour fue de las primeras que detectaron que ahí había una vía de negocio cuando, en 2018, creó Concert Music Festival en el poblado almadrabero de Sancti Petri, en Chiclana de la Frontera.

Siete ediciones después, la cita presume de haber creado una marca propia, en la que cada año el grupo invierte entre 10 y 12 millones de euros. “Fuera de eso, en invierno hacemos giras. Llevamos la vuelta de El Último de la Fila, de la que ya tenemos 350.000 entradas vendidas, o la gira de Los Pecos. En invierno, nos vamos a las grandes capitales y, en verano, volveremos a tierras cálidas, somos como los pájaros”, resume Rafael Casillas, máximo responsable de Concert Tour. “Es más fácil en las grandes capitales y mucho más complicado en ciudades pequeñas o pueblos costeros”, añade el promotor.

Yolanda Vallejo es ya una incondicional del Concert Music, también de otras citas como el Tío Pepe Festival, de Jerez. Este verano ha visitado el poblado chiclanero para ver a Raphael y, de las tres grandes citas veraniegas que le quedan, una más será allí. Tan consciente es de la edad dorada que vive el ocio en la costa en verano que hace un año que bautizó sus quedadas con sus amigos en estas semanas como “el verano del sí, este año es el del +”, bromea. Aunque el advenimiento de apuntarse a todo le vino a raíz de la pandemia: “Nos dimos cuenta que la vida cambia en un minuto. Creo que es cosa de una generación, de los puretones, porque seguir este ritmo de comprar entradas, cena y copa es bien caro”.

Vista del recinto del festival Tío Pepe en Jerez de la Frontera.

Ese modelo en el que la experiencia a veces pesa más que el artista es el que busca la mayoría de los festivales boutique, como el Concert o Starlite Occident de Marbella. Otros persiguen llenos absolutos, como la marca Puro Latino, que en su edición de julio en El Puerto de Santa María sumó 40.000 asistentes por cada uno de los tres días que duró. De hecho, en esa suma de elementos de unos cantantes con ganas de giras y millones de personas de vacaciones en localidades que multiplican su población en verano, otra tendencia inclina aún más la balanza a que los números cuadren solo en estos meses: la predilección de los artistas por grandes espacios. “Si antes la medida eran Rivieras [sala madrileña con capacidad para 2.500 personas], ahora es Movistar Arenas [15.000 espectadores, también en Madrid]”, añade Carreto.

Pero tanto Casillas como Carreto advierten ya síntomas de fatiga en el ecosistema de los festivales de verano. “Ha sido un bum”, explica el dueño de Concert. “Fue una eclosión total, sumado a que cada ciudad quiere tener su festival, es como una norma no escrita. La vida se abre camino y todo vuelve al ecosistema natural. Sobrevivirán los que puedan”, añade Carreto.

Y ahí quizás el futuro esté más allá de los meses de calor. Que se lo digan a Carreto, que lleva años como corresponsable del Monkey Week, el festival que tras nacer en 2009 en El Puerto y mudarse a Sevilla, este noviembre vuelve a la ciudad gaditana. “La suerte de organizar un festival fuera de verano es poder reducir costes en logística de alojamiento. Esto no es un festival al uso, es más una feria profesional, una oportunidad para ver a artistas que empiezan a despuntar. Los festivales en la periferia resultan muy atractivos para el público y para los profesionales”, relata Carreto, en referencia a una cita por la que pasaron desde Nathy Peluso a Rosalía antes de ser artistas de masas.

Casillas tiene claro que más allá de los grandes números y el gusto de los artistas más potentes por girar en verano, hay otro factor clave para que en el invierno las citas de masas no cuajen en localidades medianas y pequeñas, más allá de que haya público suficiente o no: “En estos lugares creo que hay pocos espacios, sobre todo grandes, para hacer cultura. En Cádiz y Jerez hay teatros con programación de otoño e invierno que se llenan, así que público hay”.

De ahí que el empresario se haya lanzado a la aventura de hacerse con la explotación del edificio de la antigua Estación de Tren de Cádiz, un espacio patrimonial de principios del siglo XX que Casillas pretende reconvertir en un espacio para exposiciones, congresos y gastronomía. “Teníamos ganas de un sitio donde no tuviéramos que montar y desmontar. La idea es abrir un gran centro polivalente donde la gente pueda disfrutar la estación. Queremos fomentar lo que hay en grandes ciudades, pero en Cádiz. Pero estamos contando con una ciudad en la que no existe eso en invierno”, resume el promotor, que trabaja con la idea de tener el espacio de 5.000 metros cuadrados listo para finales de 2026.

Está por ver si gente como Yolanda Vallejo se convierte en asidua del nuevo espacio de Casillas en otra estación. Por ahora, ella solo se centra en vivir con intensidad el verano. Mientras, va planificando más allá: “Ya tenemos entradas para el verano que viene”. Y eso que aún no se ha cogido oficialmente las vacaciones de este año. Cuando lo haga, ya tiene destino: “Me voy a Toledo, a descansar, que llevamos un trote”.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.
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