Un brote navideño de xenofobia en los desalojos de Badalona
García Albiol aprende qué sucede cuando se aplica su doctrina


El brote de xenofobia, racismo y aporofobia que ha estallado en Badalona se ha convertido en un escandaloso contrapunto para la Navidad. La tradicional celebración cristiana del amor fraterno y la paz pierde cada año un poco más su sentido religioso en beneficio de la explosión hibernal del consumismo. Y justo ahora, cuando las autoridades locales engalanan e iluminan alegremente los centros de las ciudades, en el suburbio, allí donde la ciudad pierde su nombre, un numeroso contingente de inmigrantes pobres es arrojado sin misericordia ni contemplaciones a la más cruda intemperie. A vivir bajo un puente. O a la ribera de un río. A pasar la Navidad bajo la lluvia y el frío.
Las víctimas de la explotación política de la miseria, el miedo a los extranjeros y el racismo sobre la que ha basado su ascenso el actual alcalde de Badalona, Xavier García Albiol, son esta vez personas que malvivían refugiadas en un semi ruinoso edificio público abandonado. La mayoría son subsaharianos, doblemente marginados por su condición de pobres y africanos emigrados a la rica Europa.
El escándalo es especialmente hiriente porque este es un país en crecimiento económico desde hace años, que necesita imperiosamente mano de obra extranjera. Y los empresarios no dudan en recurrir a ella. El Gobierno catalán tiene un Departamento de Bienestar Social que debiera ocuparse de crisis como esta, perfectamente previsible, conocida y anunciada, pues el desalojo se efectuó con cobertura judicial y bajo control de la policía. Ha brillado por su incapacidad. Y no parece que aprenda.
No es la primera vez que ante situaciones críticas de este tipo resulta que quien sale al quite no son las administraciones públicas, sino entidades cívicas y los servicios sociales de la Iglesia. Parroquias, sacerdotes y monjas que viven el amor fraterno instalándose en los suburbios. Asociaciones vecinales de los barrios populares que conservan la solidaridad de clase que hace medio siglo las convirtió eficaces dinamizadores de las respuestas políticas.
Eran otros tiempos y una de las diferencias con los actuales es que entonces se presionaba a unos ayuntamientos políticamente débiles y socialmente insensibles. Ahora en Badalona lo que ha habido es la dolosa imprevisión de un alcalde que se ha pavoneado de lanzar a la intemperie a 400 personas pobres sin darse siquiera cuenta de que su primera obligación legal era ayudarlas, no perjudicarlas. Pero esto ha sido posible porque desde hace demasiado tiempo las políticas del Gobierno catalán para afrontar las múltiples derivadas de la ola inmigratoria han sido insuficientes, actúan desbordadas. Vivienda, escolarización, asistencia social, transporte no están ni dirigidas ni dimensionadas adecuadamente para afrontar este reto.
La dinámica económica tiende a encapsular a los contingentes de población más desamparados. Es lo que sucede en La Mina, en Sant Roc y en tantos barrios pobres. La novedad es que ahora han llegado los políticos que manipulan estos problemas mezclándolos con otros como la delincuencia común, el negocio de la droga, la islamofobia o el choque cultural con emigrantes pobres de otros continentes.
Albiol es un adelantado en el PP de Cataluña de la doctrina que preconizan Vox y Aliança Catalana. Ahora está aprendiendo qué sucede en su ciudad después de años de malhablar de los inmigrantes y de dejarles sin techo. Es terriblemente sencillo: los que sufrían, sufren un poco más, se quedan ahí pasando frío; algunos de los penúltimos en llegar abogan por echarlos al mar, otros acuden en su ayuda y la ciudad queda dividida. Todo eso empapado de tierno espíritu navideño.
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