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La médica jubilada que acogió a dos desalojados de Badalona: “Ellos necesitan de nuestras voces blancas”

La vecina aceptó los insultos de “llévalos a casa” y relata cómo su familia y sus amigos respaldaron el gesto humanitario

Médica jubilada Badalona

Ángela Valeias siguió desde casa el desalojo del antiguo instituto B9 de Badalona, el mayor asentamiento informal de Cataluña. El miércoles por la mañana no se sintió con fuerzas para acercarse al recinto, pero pasó el día entero pendiente de lo que ocurría. “Para mí, fue una salvajada”, recuerda. “Tenía una tristeza enorme. No me lo podía creer”, añade sentada en la cocina de su casa en el centro de Badalona. La presencia de más de un centenar de personas sin perspectivas de alojamento temporal, abandonados por las administraciones, la dejó paralizada. “He viajado mucho, he estado en la India y he visto miseria y pobreza, pero aquello… en una ciudad como Badalona, era vergonzoso”, dice. Valeias asumió los insultos, de algunos de los vecinos, el “llévatelos a casa” que entonaban y acogió durante algunos días a dos de los desalojados. Cuenta que su entorno familiar sintió más miedo por la reacción de los vecinos de Badalona, por su “discurso de odio”, que por los propios desalojados del B9.

Los días siguientes al desalojo, esta médica jubilada pasó por la plaza delante al antiguo instituto. No comía y se quedó horas observando a la gente que había pasado la noche a la intemperie, impedida de organizar sus tiendas de campaña por orden de la Guardia Urbana. “Sentí una impotencia brutal. Esto no estaba en nuestras manos, era una responsabilidad de la administración”, relata.

Entre los grupos concentrados frente al antiguo instituto B9, Valeias se acercó a dos jóvenes senegaleses, Abdou y Serigne. Poco después, un compañero activista le dijo: “Estas personas necesitan nuestras voces blancas”. Desde entonces, la frase no ha dejado de resonarle y la repite siempre que tiene ocasión.

Con el frío intenso y la constante negativa en proveer un albergue temporal del principal impulsor del desalojo y alcalde de Badalona, Xavier Garcia Albiol, Valeias llamó a una amiga. “Quiero que me digas que no estoy loca”, le dijo. Minutos después, sin pensarlo más, se giró hacia uno de los chicos y le preguntó si quería ir a dormir a su casa. “No podía hacer otra cosa. Sentí que aquello era una emergencia humanitaria”, explica.

Los tres compartieron piso durante el fin de semana y en esos días de convivencia, el vínculo se construyó en gestos pequeños. Los dos jóvenes la ayudaban a encontrar las gafas cuando las perdía por la mesa, dormían en el sofá o en una alfombra, y llegaron incluso a preparar una comida típica senegalesa. “Ahora ya somos familia”, resume ella. “No sé adónde nos llevará esto, pero hay un vínculo”.

El apoyo de su entorno fue inmediato, aunque no exento de preocupación. Familiares y amigos la llamaron para advertirle del clima que se estaba generando. “Hay mucha gente loca por ahí, cuídate”, le dijo un sobrino. El temor no tenía que ver con los jóvenes, sino con la reacción social y con los mensajes intimidatorios que empezó a recibir en redes sociales desde que decidió acogerlos.

El domingo por la mañana llegó, por fin, una buena noticia. Abdou y Serigne eran dos de los 15 seleccionados y habían conseguido una plaza temporal de acogida en la parroquia Mare de Déu de Montserrat. “Estábamos contentísimos”, recuerda Ángela. “Desayunamos juntos, celebrándolo”. Pero al llegar por la noche se encontraron con una protesta vecinal que bloqueaba la entrada. Los insultos empezaron casi de inmediato: “Fuera violadores”, “ladrones”, “regresen a vuestro país”. Mientras intentaba reaccionar, contestar a la gente, los jóvenes se colocaron delante y le decían, le repetían una y otra vez: “No pasa nada”. Muy impactada, ella no podía aceptarlo. “Claro que pasa. Esto no es normal”, respondía, desbordada. “Ellos me calmaban a mí todo el rato”, rememora.

La escena la marcó profundamente. “Descubrí un nivel de odio que no reconocía en mi ciudad. Sentí que se había cruzado una línea roja”, dice. Al volver a casa, no pudo contener la rabia. “Nunca había reaccionado así. Sentí que hay un discurso institucional irracional y nos estaban enfrentando unos contra otros, y eso es muy peligroso”. Ángela insiste en que entiende el malestar de parte del vecindario con el asentamiento, pero rechaza las soluciones simplistas. “Es una situación muy compleja y las soluciones no pueden ser echar a la gente a la calle”, afirma. “Lo que no se puede aceptar es el racismo”. Recuerda que en Badalona también se han cerrado albergues y se ha expulsado a personas vulnerables, como el actual albergue de Can Bofi Vell, ocupado por parte de los desalojados del B9 desde la semana pasada.

Los jóvenes, tímidos y silenciosos, arrastran en la mirada una historia marcada por el dolor. Ambos llegaron a España en patera, aunque en años distintos. Abdou buscó desde el inicio un lugar con mar para poder trabajar como pescador, un oficio cada vez más difícil de sostener en España. Serigne perdió a sus padres y vino con la intención de ayudar a sus hermanas. “No venimos aquí locos”, repiten. “Venimos a trabajar y a vivir tranquilos”. Abdou ha pasado años durmiendo en la calle y el B9 era solo un refugio cuando llovía o hacía frío.

Desde que los acogió en casa, Ángela evita leer los comentarios en redes sociales. “No quiero contaminarme”, dice. Prefiere fijarse en otros gestos: una vecina que preparó caldo para los desalojados, otra que ofreció mantas, gente del barrio que se acercó a decirle “muy bien” y que bailó con ellos en la fiesta vecinal. “La gente buena no hace ruido”, reflexiona. “Pero existe, y es mucha”. Rechaza cualquier lectura heroica de lo ocurrido. “Lo que yo he hecho no es nada extraordinario. La noticia no debería ser esta”, insiste. “Los protagonistas de esta historia son ellos. Tratar a otro ser humano como una persona, concluye, debería ser lo normal. Lo verdaderamente grave es que esto sea la excepción”.

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