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MÚSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Orgullo y tesón de Raphael: él sigue aquí

Un artista contenido homenajea con su existencia a un público que se autoafirmó en el Sant Jordi de Barcelona

Hay un tesón colosal en Rapahel que le hace cantar como si eso fuese precisamente lo que le une a la vida. No es la naturalidad de un Aznavour en su senectud o de BB King, un viejo bluesmen que nació para morir con la guitarra sin hacerse más pregunta que cual es la siguiente canción, sino algo cargado de orgullo y desafiante actitud ante el paso del tiempo, con el que se relaciona toreándolo indómito. Como si vivir sólo pudiese ser una forma de petulancia, como si cantar tomase forma de desafío en cada estrofa, en cada frase, en cada gesto. Más aún cuando recientemente una dolencia avisase a Raphael que ni tan siquiera él puede esquivar el final. Esa valentía casi taurina es la que le mantiene en forma y le permite sostener una gira con conciertos que si no resultan maratonianos sí tienen una generosa duración para una persona de 82 años que aún pisa escenarios de medio mundo. Su paso por Barcelona en su último recital del año fue resultado de esa indeclinable determinación.

Antes de iniciarse el concierto, a inusual hora temprana, una imagen del Raphael aún joven recordaba de dónde se venía, de décadas atrás. Los ascensores del recinto que evitaban escaleras mostraban colas de personas para las que asistir al concierto de su ídolo también era un pequeño desafío. Por eso nada más salir a escena le saludó una ovación cerrada en la que había también algo de auto homenaje, una afirmación de vida de las 6.200 personas que oficialmente asistieron al recital. Chaqueta negra sembrada de destellos que poco duró antes de su abandono sobre el piano, paso lento y voz segura. Ya en la segunda canción una aclaración innecesaria: “Yo sigo siendo aquel/a pesar de las dudas/ y mi eterna locura”. La idea de singularidad se remachó con ese Digan lo que digan que encendió por vez primera el recinto, caldera de recuerdos poco a poco caldeados por una larga vida. Y en Mi gran noche, de Adamo, uno de los muchos versionados durante el concierto, ya hubo señoras que se levantaron de su asiento para bailar como una más de esas grandes noches vividas. Pero a pesar de arrebatos así, la calma pausó la noche en las gradas, que siguieron el concierto con una especie de admirada contención que el mismo Rapahel no rompió con parlamentos, como si toda su energía hubiese de focalizarse sólo en cantar.

Y lo hizo bien, solvente y sin alardes, con la sabiduría de no descamisar su voz en pos de notas imposibles, sin jugar con el micro y las distancias, conciso en su esfuerzo, conocedor de que envejecer no es más que administrar energías finitas. Un tramo de baladas dejó su voz sólo acompañada por piano y cuerda, y en Amo, sentado en una silla que usó de tanto en tanto, sus dedos aletearon como gesto de apoyo. En Si no estuvieras tú tampoco hubo batería y ya el acordeón acompañó su inmersión en la chanson, reflejo de su último disco, para abordar a Piaf. Había banda nutrida, pero varios temas los cantó o sólo con piano, el tango Malena, o sólo con guitarra, caso del Gracias a la vida que tantos aplausos cómplices generó. Porque en el fondo todo el público estaba celebrando haber llegado hasta ese punto del calendario en la que mirar atrás ofrece una vasta extensión de hojas caídas. Ese mismo es el espíritu de la gira Raphaelísimo, un recorrido por seis décadas de carrera que en el Sant Jordi fueron una celebración común.

Por supuesto que hubo imperfecciones, momentos en los que la voz no respondió, algún lapsus, adaptaciones recortadas y esa búsqueda de la ayuda del público para completar estribillos que permitan descansos en el camino, pero el orgullo y el oficio de Rapahel lo capearon todo. El público lo agradeció con su implicación, y en Estuve enamorado, con guiño a Day Tripper de Beatles, se bailó, de igual manera que en Estar enamorado se mecieron brazos recordando aquellos lejanos años en los que el amor era una irrefrenable explosión química que con su apasionada interpretación Raphael reconstruyó en la muy aplaudida Amor mío. El amor, el subtexto del cancionero de Raphael a lo largo de unos años que retrotrajeron a cuando los Reyes Magos no tenían la competencia de un señor obeso vestido de rojo y El pequeño tamborilero se veía en televisores en blanco y negro. Al sonar, con la nieve cayendo en las pantallas del recinto, se desató la nostalgia y los móviles aparecieron por vez primera para tener otro recuerdo, este en color, de esa Navidad que tanto ha cambiado. Por eso mismo, ver a alguien que ha cambiado sólo por efecto de la naturaleza no dejó de ser un motivo de celebración colectiva.

Con Raphael haciendo amagos de dejar el escenario en el final instrumental de Qué sabe nadie de mí, se deslizó la idea de que los bises se incorporarían al cuerpo del concierto, sin parón. Y si con el tamborilero no hubo suficiente, en Yo soy aquel imágenes del Raphael que fue recordaron más que el paso del tiempo el hecho de que se sigue aquí, viviendo y cantando, haciendo de cantar la razón de vivir. Tras una hora y cuarenta minutos de pop ligero, baladas, canción latinoamericana y chanson, Escándalo arrancó de Raphael unos gestos de baile y el recuerdo a otra fuerza de la naturaleza, Rocío Jurado, cerró la noche con Como yo te amo. Ella se fue, él, como su público, sigue aquí.

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