Raphael está de vuelta: “No he llorado ni una sola vez en estos meses. Estoy muy bien enseñado”
Seis meses después de haber sido diagnosticado con un linfoma cerebral primario, el cantante vuelve a actuar en el Teatro de la Zarzuela. Allí empezó su leyenda hace 60 años. “No quiero que el público sufra por mí. Por eso sigo”, asegura a EL PAÍS

El 3 de noviembre de 1965, Raphael (Linares, Jaén, 82 años) entró al Teatro de la Zarzuela como una estrella en ascenso. Después de tres horas de concierto en directo, y con solo 22 años, salió convertido en un astro absoluto. En esa época, los artistas que triunfaban en España solían actuar en festivales y no cantaban solos ante un público sentado. “No se atrevían. Pero yo no tenía otro camino. Tenía que ser todo o nada. Fui a por todo”, explica el cantante a EL PAÍS.
Si Antonio el Bailarín no le hubiera cedido el teatro madrileño para su gran noche, la historia habría sido otra. El show del 65, el primero que hizo en solitario, marcó un antes y un después en su carrera. “Supongo que todo habría sido muy diferente”, admite. Poco después lanzó su primer LP, Raphael; dio su primer concierto navideño en televisión, en el que interpretó por primera vez El Tamborilero, que sigue siendo el villancico más vendido en España; y representó al país en Eurovisión con Yo soy aquel. Alcanzó la séptima posición con el tema de Manuel Alejandro.
Seis décadas y 70 millones de discos vendidos después, El Divo de Linares vuelve al Teatro de la Zarzuela para dar tres espectáculos con su gira Raphaelísimo. El primero fue este jueves y los otros dos serán el sábado y el domingo. Es su forma de celebrar el sesenta aniversario de su primer gran concierto, pero también es su manera de anunciar que está de vuelta seis meses después de haber sido diagnosticado con un linfoma cerebral primario, un tipo de tumor cerebral poco frecuente. Cantar en La Zarzuela es como una “cábala” para él. En 2003, tras recibir un trasplante de hígado, también actuó allí. “Es como un seguro para mí. No estoy nervioso. ¿Cómo voy a estar nervioso si esta es mi casa de toda la vida?”, dice horas antes del primero de sus tres shows en el teatro madrileño.
Cuando canta, el torrente vocal de Raphael es desbordante. Ahora, cuando habla, su voz puede sonar como un hilo fino. Pero a grandes rasgos sigue siendo “aquel”: una estrella, siempre en control. No quiere recordar la mítica noche del 65, en la que lo acompañaron el gran Waldo de los Ríos, Gregorio García Segura y el dúo Los Gemelos. “No soy de esas personas que están hablando del pasado. Me lo nombras, lo recuerdo y me da cosita. Me gusta oírlo, sentirlo, pero no quiero recordarlo”, insiste.
Raphael viene a hablar del futuro, pero ante las preguntas insistentes sí recuerda algo de aquel concierto: al día siguiente tuvo que presentarse en el cuartel de Colmenar para empezar el servicio militar. Lo raparon y hasta llevó peluca en algún concierto. Un año después, con la mili ya hecha y el pelo más largo, empezó su trayectoria internacional. En 1967 representó por segunda vez a España en Eurovisión con Hablemos del amor, también compuesta por Manuel Alejandro. En el 68 le ofrecieron competir de nuevo en el certamen europeo, pero no aceptó. “Ya estaba contratado con mucha anticipación para unos conciertos en Francia. Fue mejor así”, reconoce. Ese año, Massiel ganó el festival con su La la la.
Ha seguido la última edición Eurovisión y todo el jaleo que vino después. No entiende por qué Melody quedó en antepenúltima posición. “No he visto a una colega con tanta fuerza. Salió a partirse la cara y a por todas”, afirma. “Los puntos dependen de los gustos de la gente y del estilo de la canción, que a veces gusta y a veces no. Son muchos colores. No consiguió los votos, pero demostró una profesionalidad intachable. Me gustan las personas que salen a matarse por un sueño”.
Él sigue matándose por su sueño. No ha perdido las ganas de triunfar. “Quita la palabra ‘triunfar’ porque es muy poca cosa. Pero sí puedes decir que no he perdido las ganas de hacer realidad mis sueños… o lo que me toque”, aclara. Después de Madrid, le esperan 20 conciertos más por toda España: Marbella, Cádiz, Sevilla, Córdoba, Donostia, Palma de Mallorca, Valencia, Bilbao, Granada… Va a estar cantando hasta fin de año. ¿Cómo lo aguanta? “Cantando un día sí y el otro también. Eso es bueno. Con todo lo que he pasado, no me he olvidado de cómo cantar. De eso no me voy a olvidar nunca”.
Durante estos meses alejado de los escenarios, se ha sometido a un tratamiento para su linfoma cerebral. Es críptico sobre el tema. Dice frases cortas. Algunas ni siquiera las termina. Prefiere pasar de puntillas por la enfermedad, aunque no es la primera vez que se enfrenta a ella. “Estoy malacostumbrado. Gracias a Dios, he salido de todas”, dice. “No he llorado ni una sola vez en estos meses. Estoy muy bien enseñado”. Luego matiza: “Hombre, no he tenido miedo. He tenido pánico. Pero hay algo en mí que me hace plantarle cara. Yo le planto cara y siempre salgo bien”.
En ningún momento se le pasó por la cabeza ponerse a pensar si iba a volver o no a los escenarios: “Estaba con una cosa mucho más importante que cantar. No me preocupaba volver a un escenario. Me preocupaba no poder volver a mi familia”, revela. Habla mucho de su familia: Natalia Figueroa, su esposa desde hace 53 años, y sus tres hijos. “Le temo más al dolor que pueda ocasionarle a ellos que al dolor propio. Que sufra yo, pues bueno… yo me he buscado las cosas. Pero ellos no tienen por qué sufrir”. Dice que sigue trabajando por su familia, porque a ellos les encanta lo que hace. Y por sus fans. “Los quiero mucho. No quiero que el público sufra por mí. Por eso sigo”.
Ahora está bien de salud. “He salido de una bien”, sostiene. Pero el susto que pasó hace poco más de seis meses no se lo quita nadie. El 17 de diciembre pasado, empezó a sentirse mal mientras grababa un programa especial de Navidad con David Broncano. No le salían las palabras. “Fue una cosa que no esperaba. En ningún momento perdí el conocimiento. Entendía todo, pero yo no podía contestarles”, recuerda. “En algún momento logré meter una frase que siempre digo: ‘Lo que tenga que ser, hágase ya”.
Raphael siempre ha dicho que no se va a retirar. Y lo mantiene. Está enganchado al público. “Y a mis amigos, y a mi familia”, añade. Joan Manuel Serrat tiene 81 años y ya no canta. Julio Iglesias tiene 81 y está retirado. Joaquín Sabina tiene 76 y se está despidiendo de los escenarios. Raphael va a cumplir 83 y quiere seguir. Y sigue. Tiene fuerzas para volver y para que vuelvan los demás: “Es que no vamos a tener otro Serrat, ni otro Sabina, ni otro Julio. Cuando me los encuentre, trataré de que cambien de opinión y que vuelvan”. Tampoco vamos a tener otro Raphael. Después de él, ¿qué? “Después de mí, habrá un poquito más de mí”.
Al Rafael de 22 años que hace seis décadas cantó por primera vez en solitario solo le diría una cosa: “Pide volver. No te despidas”. Cuando termine sus tres conciertos en Madrid, el Raphael de 82 años no dirá “adiós”. No le gustan las despedidas. “Hombre, cuando me toque despedirme, sabré afrontarlo con dignidad. Pero, por ahora, eso está muy lejos”, insiste.
Unos días antes de esta entrevista, Felipe VI concedió los primeros títulos nobiliarios de su reinado. Entre los agraciados, Luz Casal, ahora marquesa de Luz y Paz. “Todos muy merecidos”, subraya Raphael, con 335 discos de Oro, 50 de Platino y uno de Uranio a sus espaldas. Ahora también suma el galardón de Persona del Año por la Academia Latina de la Grabación, un reconocimiento que recogerá en Las Vegas, en vísperas de los Grammy Latinos. ¿Le habría gustado un título? “¿Un marquesado? A quién no le gustaría eso. Pero hay que aguantarse cuando a uno no le toca. Que tú hayas pensado que me lo merecía, me alivia un poquito”.
Si tuviera que elegir un título nobiliario propio, uno a la altura de sus logros y su trayectoria, no sabe cuál escogería. Tratándose de Raphael de España, El Divo de Linares, el marquesado de Linares sería lo más lógico. Pero ese está cogido por una familia linajuda desde los tiempos de Amadeo I. El asunto no le interesa mucho. Quiere cambiar de tema. Después de todo, lleva más de medio siglo casado con una aristócrata de pura raza, hija del marqués de Santo Floro y nieta del conde de Romanones. Raphael se despide dando uno de esos grandes titulares a los que nos tiene acostumbrados desde hace 60 años: “Yo no pido títulos, pido salud para seguir a mi marcha por muchos años más”.
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