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Las memorias de Juan Carlos I
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Catalanes en la corte del rey Juan Carlos

Un detalle significativo del 23-F separa las versiones de Juan Carlos y de Anna Balletbó, ya fallecida

Lluís Bassets

Nadie podrá discutir el interés del esfuerzo memorialístico realizado por el ex rey Juan Carlos de Borbón. Sobre el acierto de tal empresa narrativa, la verdad de los hechos narrados o la exagerada amplificación del protagonismo del narrador habrá opiniones para todos los gustos. Pocas dudas debería haber sobre el valor de un testimonio tan raro entre quienes pertenecen a la clase excepcional de los monarcas y el seguro provecho que extraerán los historiadores, el que ya estamos sacando los periodistas y el que corresponderá también a cualquier lector curioso e interesado en nuestro inmediato pasado.

Uno de los hechos relevantes que se deduce de la jerarquía establecida por la memoria de Juan Carlos es el levísimo peso de Cataluña y de los catalanes en una persona imbuida y poseída por su destino histórico, que invoca el nombre de España como el tema continuo de su vida, hasta englobar, anular u ocultar cualquier otra cosa, incluso comportamientos reprochables. El habitual recurso inicial al índice onomástico tropieza con una solitaria mención, la de Juan Antonio Samaranch, a quien atribuye prácticamente todos los méritos de los Juegos Olímpicos de Barcelona, compartidos y subordinados a los méritos propios, naturalmente. Juan Carlos ha sido el primer rey español plenamente constitucional, un monarca republicano en sus propias palabras, pero todo lo bueno de su reinado cae en el cesto de los méritos personales en una versión narcisista y complaciente consigo mismo propia de quien tiene justa y literalmente un rey en el cuerpo.

El lector español debe saber que dicho índice de nombres es incompleto y se presenta como “indicativo” solo en la edición francesa, aunque no se sepa muy bien en qué sentido hay que entender las indicaciones si no es el capricho del autor. Además de Samaranch, solo dos catalanes más merecen una especial atención, Josep Tarradellas y Ana Balletbó, aunque sin derecho a índice. Pujol, que no está, es solo una sombra episódica y inquietante en la narración, en contraste con Pasqual Maragall, cubierto de elogios como Tarradellas. La restauración monárquica de la Generalitat republicana, una de las proezas de la transición, se convierte en la versión del monarca en “un acto simbólico fuerte, respondiendo a las demandas identitarias catalanas”, que consistió en invitar a la Zarzuela al presidente catalán entonces exilado “para que reconociera públicamente la legitimidad de la Corona y la unidad del país”.

Balletbó, la otra protagonista, protagoniza el episodio más largo, durante la noche del 23-F, mientras Tejero tiene secuestrados al Gobierno y al Congreso. La entonces diputada socialista, embarazada de gemelos, convenció a los guardias civiles golpistas para que la dejaran salir del hemiciclo, y una vez en la calle llamó al Palacio de la Zarzuela. Su versión de los hechos, que ha contado numerosas veces a los medios de comunicación, difiere de la narrada por Juan Carlos solo un detalle, aunque significativo. La conversación fue larga, conducida por las preguntas del rey acerca de la situación en el interior del Congreso e interrumpida por otras llamadas que el monarca iba recibiendo, hasta que la diputada preguntó si también ella podía preguntar. Balletbó, periodista profesional además de diputada, se interesó por la actitud de Juan Carlos ante el golpe, cuestión de gran enjundia aquella noche que alguien como Balletbó no podía obviar: “¿Y usted qué piensa hacer?. “‘Estoy al servicio de los más altos intereses del Estado y de la democracia’, le respondí yo sin un segundo de duda”, se puede leer en ‘Reconciliación’. En la versión de la diputada, en cambio, la referencia a la democracia fue un añadido del rey ante la reacción de la diputada, alarmada por ‘los altos intereses del Estado’, y resultado de repregunta “¿y nada más?”, momento que aprovechó el monarca para añadir rápidamente “y al servicio de la democracia”.

Para Juan Carlos, como otros protagonistas de la transición, Cataluña es un problema de mayor peligrosidad que el País Vasco, incluso en el momento de mayor actividad asesina de ETA. Imbuido de la razón que tenía en desconfiar ya entonces, tal como cree que los hechos han demostrado en 2017, proyecta el presente e incluso el lenguaje actual sobre el pasado, de forma que la Cataluña que asoma en su relato cuenta con unionistas e independentistas desde los tiempos de la transición, vocablos que no entraron en el uso público generalizado hasta después de su abdicación.

Muchos sostienen que no debió publicar este libro. Puede que perjudique a la institución o que proporcione munición a los enemigos de la Constitución, los de un lado y los del otro, los de aquí y los de allí. Puede que sea un esfuerzo ‘inoportuno e innecesario’ tal como la Casa Real ha considerado el video promocional, adjetivos que se podrían ampliar a la consideración que merece el libro. No deben ser débiles tales razones, aunque obvien la utilidad e incluso el servicio público de un ejercicio memorialístico que viene a enriquecer el conocimiento de nuestra historia reciente, y desde este punto de vista es perfectamente oportuno y también necesario.

A veces la verdad se abre paso en la niebla, a pesar de las omisiones e incluso las deformaciones y mentiras de los protagonistas en sus ejercicios rememorativos. Es una pena que el libro haya sido publicado cuando Anna Balletbó ya no puede leerlo ni añadir su comentario, porque falleció el pasado octubre, como la gran mayoría de quienes hubieran podido matizar la versión juancarlista de su reinado.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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