Pasión por el ‘true crime’: “Hay mil y una reacciones al encontrar un cadáver”
El hallazgo de un muerto puede provocar bloqueo o traumas. También los hay que enseguida toman fotografías. “Debemos proteger el escenario rápidamente, sobre todo por la privacidad de las víctimas”, explica un policía


El true crime, género de narrativa que se centra en crímenes reales, explorando sus detalles, investigaciones y personas involucradas, vive un momento álgido. Millones de personas están enganchadas a programas como Crims en TV3, Crímenes en Netflix o Una historia de crímenes en Prime Video. Mucho antes de que este género entrara en los hogares de medio mundo, a través de la radio o la pantalla, ya era parte de mi trabajo y una de mis pasiones. Deformación profesional, le llaman.
Desde 2020, según el balance anual que llevan a cabo los Mossos d’Esquadra, han muerto en Cataluña a manos de terceros 340 personas. El año pasado fueron 68, 44 hombres y 24 mujeres, 66% en un homicidio y un 34% fueron asesinadas. Este 2025 llevamos 33 crímenes. En la demarcación de Girona la media anual es de una decena. Algunos son localizados en sus domicilios, sin embargo, hay un amplio abanico de escenarios donde los criminales deciden deshacerse del cadáver de sus víctimas. Todos podemos recordar titulares como: “Hallan en un contenedor...” o ”Aparece flotando en un río, en un canal o en un pozo...”. También otros como: “Una persona que buscaba setas ha encontrado los restos…" o “Los obreros localizan en una casa en ruinas un cuerpo sin vida…”. Y un largo sin fin, que incluye plantas de reciclaje, coches abandonados, campos, playas, descampados, bosques, cunetas e incluso papeleras.
Las más de dos décadas que llevo dedicada a informar, especialmente de temas medioambientales y de sucesos, me han llevado, lamentablemente, a desear más encontrar un cadáver que un simpático delfín. Confieso que envidio a toda esa gente que un día han sido los que han encontrado, en el lugar más insospechado, un cadáver que dará pie a una investigación. Y preguntándome: “¡¿Y por qué no yo?!”.
Uno de los asesinos en serie más prolífico que ha dado la provincia de Girona, Josep Talleda, a los 64 años se deshizo en dos sacos que tiró a la orilla del río Güell, a escasos 100 metros de mi casa, de una de sus víctimas, una joven prostituta albanesa de 22 años… Pero fue un naturalista que paseaba por la zona quien lo descubrió. No pude evitar lamentarlo y pensar…“¡Yo también paseo por ahí!”. Pero no, nada… Años después, a finales de septiembre de 2013, unos jóvenes que buscaban chatarra en un bosque cerca de la playa de Sa riera, a centenares de metros mi casa familiar, en Begur, encontraron dos bolsas con un cuerpo. Otra vez se inició una investigación que bien podría haber empezado una llamada mía… ¡pero tampoco! Hay quien puede creer que soy rara, me consuela que parte del colectivo policial me entiende. También deberían hacerlo, entre otros, los meteorólogos, no pueden negar que le gustaría vivir un gran tornado o un huracán.
La obsesión se convirtió en tal que, después que para evitar ser acusado de homicidio un toxicómano a quien le murió de sobredosis una chica en su cama, se deshiciera de ella en un bosque de chopos de la Selva, a pie de la autopista, siempre miro al suelo cuando circulo por la AP-7. Imagina que a lo lejos detecto un bulto… Tampoco puedo evitar hacer un barrido casi enfermizo entre las hojas que caen de los plátanos de la Devesa de Girona, por rieras y canales y cualquier lugar recóndito o lleno de vegetación que siempre me parece más que idóneo para que un criminal se deshaga de su pobre víctima y dificulte su localización.
En julio del año pasado, por casualidad, acabé en Teo, el pueblo coruñés donde Rosario Porto y Alfonso Basterra, según la sentencia, una fría noche de noviembre de 2020 dejaron en una pista forestal el cuerpo sin vida de su hija de 12 años adoptada en China. A pesar de los resoplidos de mi marido, escandalizado, no paré hasta que localicé el lugar. Quería comprobar, in situ, si era verdad que era fácil ver el cuerpo al pasar andando por la carretera, uno de los que fue puntos clave de la investigación del conocido Caso Asunta.
Para documentarme de cómo reacciona la gente que en algún momento en su vida ha hecho lo que yo no, localizar la víctima de un crimen, he hablado con varios investigadores. Quería saber la reacción de aquel que llama al 112 o a una Policía Local para avisar. Todos coinciden: “Hay mil y una reacciones al encontrar un cadáver”. Depende de la edad de quien lo localiza, de la de la víctima, de si se conocen, del estado del cadáver, de cómo ha muerto, de la experiencia personal, de la formación profesional y de muchos otros factores. Algunos se bloquean, otros sufren un trauma difícil de olvidar. Pero también están los que hacen fotos. Es un tema a tener en cuenta, destaca el subinspector, jefe de turno regional operativo de Girona, Albert Tomàs: “Debemos proteger el escenario rápidamente, sobre todo por privacidad de las víctimas para evitar que en segundos aparezca en las redes sociales, pero hasta que conseguimos hacerlo, si hay gente en el lugar, hacen fotos”.
Tras hablar con policías que lo viven decenas, centenares de veces durante su carrera para hacer una introspección y exteriorizar mi, hasta ahora no confesado Imperio romano, algo se tambalea. Al intentar ponerme en el lugar de los desafortunados que, sin quererlo ni esperarlo, vivieron el macabro hallazgo, he empezado a pensar si la obsesión se estará difuminando y si, quizás, estará cerca la caída de mi Imperio romano.
Las redes sociales han revelado que los hombres tienen una extraña propensión a pensar en el Imperio romano. ¿Cuál es el tuyo? Varias firmas de EL PAÍS cuentan en esta serie aquello en lo que no pueden dejar de pensar y buscan lo que hay detrás. Esta entrega trata de entender la obsesión por el true crime.
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