¿Quién dijo que una señal de tráfico no puede ser sexy o tener sentido del humor?
En este imperio romano, la señalética es una obsesión heredada. Una indicación bien diseñada, reconforta. Las que no se entienden, cabrean


En una de las montañas más icónicas de los Dolomitas, en Italia, hay carteles que avisan explícitamente de que no se puede hacer pipi en la montaña, so pena de que te corten los huevos. También en Italia, las señales de tráfico pueden ser una maravilla, como la que avisa de los túneles: no es la típica boca de la infraestructura, sino una ilustración en perspectiva, mucho más sexy, con la luz al final del ídem. La señalética (sea o no de tráfico) también puede ingeniosa y dejarnos boquiabiertos. O absurda y poco afortunada: en Bruselas, en el aviso de zona peatonal la persona que camina va medio agachada, como si sufriera lumbago. Y en el metro de Barcelona una valla alerta desde el perogrullo: “Enlace cerrado cuando la puerta está cerrada”. En el metro de Londres, tiran de ironía para avisar a los que llevan una pinta de más de que no es buena idea acercarse al borde de los andenes. O se ponen serios: entonces explican con texto y cifras que las escaleras mecánicas están estropeadas y será preciso subir o bajar 71 peldaños.

A ver, personalmente, el imperio romano que me tormenta todos los veranos es la vuelta al trabajo. Ojalá pudiera evitarlo, pero toooooooooodos los días cuento los que me quedan para volver. Pero, dado que dedicar este texto al vértigo del final del asueto sería poco edificante, me he buscado otra obsesión vacacional: el diseño de las señales de tráfico y la señalética en general (museos, transporte público, bares). Colecciono por igual fotos de maravillas y desastres.
La cosa me viene de mi padre, que conducía mirándolo todo menos la carretera. Apoyaba los brazos en el volante, como asomado a un balcón e iba cantando lo que veía: cumbres, desvíos hacia lugares conocidos, vistas… Murió hace más de 30 años y los coches y velocidades eran otros. Además de conducir sin mirar al asfalto, mi padre se dedicaba profesionalmente a cuestiones vinculadas al diseño y se ponía malo cuando una señal estaba mal pensada, ubicada, dimensionada, calibrada en colores o no se entendía. Cuando no cumplía su función.

Justo lo contrario ocurre cuando un elemento gráfico hace su trabajo. Se te queda grabado. Me refiero a la pegatina que había en el ochentero metro de Barcelona: la del niño que se pillaba la mano entre las puertas y al que su madre miraba aterrida. El brazo del dibujo estaba tan hinchado y rojo y los pelos del chaval tan tiesos que te dolía solo de verlo.
La mítica pegatina del metro, con todo, no era de todo oficial. En materia de señalización, las señales de tráfico son las más sagradas, explica el fundador y director creativo de la consultoría Avanti, Alex Dobaño. “La vial está super regulada, como la de evacuación o emergencias, o las sectoriales: puertos, hospitales, maquinaria o productos químicos. Dobaño es experto en pictogramas, el elemento gráfico de las señales, y entre los trabajos recientes, desde su despacho, donde son especialistas inclusión, evaluaron los que ha incorporado el Ayuntamiento de Madrid. “Nos preocupa la representación de la diversidad ciudadana”. ¿Ejemplos? Que haya diversidad cuando en las señales hay niños y niñas, las cuestiones de género o edad, “donde siempre hay tensión entre la tradición y la renovación que permite avanzar”. Para que un pictograma sea validado debe superar una prueba cognitiva: “Que se entienda, que el 60% de los que lo ven identifiquen el sentido de lo que representa o debes hacer ante un pictograma”. Y un segundo examen perceptivo: “Afinar el diseño, la calidad”.
Pero a veces hay cuestiones culturales que provocan sorpresa. Como la señal del túnel en Italia. La primera vez choca, luego ya se entiende. Son también culturales las que solo existen en algunos países, “como la de prohibido llevar elefantes en el remolque, en India”, ejemplifica Dobaño. En Asia tampoco es raro ver la de prohibido escupir. La de los Dolomitas, que indica claramente que a-quien-mee-en-cualquier-lado-le-cortamos-los-huevos, pertenecería al capítulo de señales no oficiales pero explícitas.
En España, la Dirección General de Tráfico acaba actualizar su catálogo. La alerta de animales en una carretera, pasa de un corzo a un jabalí. La locomotora de tren de vapor evoluciona a tren con catenaria. Y se incorporan pictogramas que ilustran una pareja de personas mayores (ni van solos, ni caminan encorvados), electrolineras o patinetes eléctricos.

Despachos como Avanti también tienen encargos de lo que se llama wayfinding, la manera de moverse: sea en una ciudad, un camping o un museo. Aquí la receta es “minimo esfuerzo y máxima intuición para moverse”. En los recorridos por la Sagrada Familia, han añadido información que avisa del tiempo de subida y bajada de las torres por las escaleras. En Londres, algunos carteles incluyen el tiempo para llegar a los destinos más conocidos.
En Barcelona, donde en diseño solemos sacar buenas notas, el Ayuntamiento fue pionero al modernizar los pasos de cebra para evitar resbalones con la pintura cuando llueve. Ya no tienen las rayas blancas que les dan nombre sino solo los cuadrados de los extremos del espacio reservado para cruzar a los peatones. El Manual de Señalización Urbana de la capital catalana fue hace 25 años una biblia para el sector, aseguran el director de Servicios de Movilidad, Adrià Gomila, y el coordinador del área Ángel López. Los elementos urbanos también forman parte del wayfinding. La suma de señales de tráfico, pintura, semáforos, separadores de carril bici, tipos de pavimento o placas de calles, es incontable. Solo contando señales verticales, en las ciudades, aseguran, hay una cada cuatro metros.
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