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Ser celíaco en tiempos de modernos: “Decir que una dieta sin gluten es más sana es una creencia popular falsa”

Los expertos estiman que en España hay medio millón de celíacos, pero solo un 40% del total están diagnosticados por la dificultad de identificar la patología

Un obrador sin gluten, en Madrid.

Las redes sociales han revelado que los hombres tienen una extraña propensión a pensar en el Imperio romano. ¿Cuál es el tuyo? Varias firmas de EL PAÍS cuentan en esta serie aquello en lo que no pueden dejar de pensar y buscan lo que hay detrás. Esta entrega trata de entender por qué un animal como el tigre genera tanto misterio y atracción.

Créanme, como catalán arraigado que puede comerse el tomate pero no el pan, escribir este artículo es todo un reto. Siempre he sido, como toda abuela de vecino suele decir, de buen comer. Sin embargo, resulta frustrante cuando, tras un eterno y confuso diagnóstico de especialistas desnortados, con tubos que van hasta el intestino grueso y pruebas de conejillos de indias, la genética te castiga con tan solo ocho años a una vida sin trigo. Un alimento que, por otro lado, quizá sea el pilar de la dieta mediterránea. Esa frustración se ha tornado en obsesión, pues uno no puede desprenderse de ella cuando cruza la puerta de su casa (o de su nevera).

Hace unos cinco años se extendió entre la farándula hollywoodiense la mala idea de que una dieta sin gluten es más sana. Discúlpe, pero nada más alejado de la realidad. Al cuerpo hay que darle lo que nos pide. Pero la gravedad del asunto no radica en el esnobismo de unos pocos, que se han convertido en demasiados, sino en que la comida es el propio tratamiento del celíaco. “No existe ningún estudio avalado por la ciencia que sugiera que una dieta sin gluten es más saludable. Es una creencia popular falsa. De hecho, sí que hay estudios que indican lo contrario”, subraya Irene Puig, periodista y portavoz de la Asociación de Celíacos y Sensibles al Gluten de Cataluña. No existe cura, y el único recurso que tiene un celíaco para vivir en paz sin tener que ubicar un retrete cerca es una dieta libre de gluten. Así que no me robe usted mi medicina.

Ser celíaco, llamémoslo por su nombre, por favor, es una enfermedad, no una moda. Para empezar, hay que diferenciar entre una persona celíaca y otra sensible al gluten. La primera es una persona predispuesta genéticamente que padece una enfermedad crónica y sistémica, con la que la exposición al gluten afecta a su sistema inmune y provoca la destrucción de las vellosidades intestinales. En el segundo caso, el cuerpo sufre síntomas, habitualmente digestivos, cuando ingiere gluten, pero el sistema inmune no interviene y no hay consecuencias a largo plazo. Pero no solo eso, también hay un sin fin de patologías que pueden desarrollarse de forma paralela si no se sigue una dieta estricta, como anemia, infertilidad, dermatitis, osteoporosis, estrés o ansiedad, entre otros.

Y es que no vengo a hacerles una tediosa radiografía de cómo funciona la enfermedad celíaca, sino a mostrarles unas migajas de las tantas situaciones a las que un celíaco se ve forzado a enfrentar prácticamente a diario, y que en ocasiones rozan el absurdo. No les culpo, pues hasta el propio enfermo suele ignorar cómo reacciona su cuerpo ante la proteína del gluten. Y para demostrarlo, un dato escalofriante: el 60% de los celíacos no saben que lo son, según datos del Ministerio de Sanidad.

Pero abordemos lo más incómodo primero: los rasgados bolsillos de un celíaco. Las estanterías de los supermercados pueden resultar ser un dolor de cabeza. Primero, por el mal etiquetaje de los productos, algo que hace que llenar el carrito sea una tarea interminable. Y en segundo lugar, por la poca diversificación del mercado de alimentos sin gluten. Y eso que España es una especie de jardín de las delicias para los celíacos, no como Francia, donde un celíaco, si no es rico, no come más que arroz. Quienes padecen esta enfermedad crónica o “de lujo” invierten una media de 1.000 euros más al año en la cesta de la compra, y todo sin ayudas económicas por parte de las administraciones, como indica el informe de 2025 de la Asociación de Celiacos y Sensibles al Gluten. Así que, lo siento, permítame decirle que si gana el Sueldo Mínimo Interprofesional, que le entre en la cabeza... ¡No puede permitirse la enfermedad!

Por no hablar de lo insufrible que puede resultar irse de viaje, cuando uno debe lidiar con un equipaje que incluya víveres para días de travesía en países en los que quizá se desconozca el término “celíaco”. La lista puede ser larga: pan sin gluten -porque el pan es universal-, bollería industrial siempre que se tenga estómago para ello, embutidos, quesos, frutos secos y un largo etcétera. Total, para que después haya que arriesgarse a colarlo por un control de seguridad en caso de no haberlo engullido todo en el vuelo.

Otro punto: la terraza y las cañas. Algo tan cultural, extendido y apetecible en España, pero que no lo es para los cerca de 500.000 celíacos que habitan en nuestro país. Todo celíaco tiene ese amigo o amiga “urbanita” que alza el dedo y dice: “¿Tienen cerveza sin gluten? Es que hincha menos”. Y otro le sigue con un: “Mejor me pido la pasta sin gluten, que no engorda”. Perdone, pero si usted no quiere hincharse, pídase una clara o, porque no, un agua con gas.

A todo celíaco le han preguntado alguna vez, seguramente sin excepción: “¿Usted es muy celíaco o poco?“. Pero la respuesta siempre es la misma. Uno lo es, y punto. Esto provoca que quien lo sufre desarrolle un estado de hipervigilancia cuando se mueve por el mundo, ya que las dudas de terceros generan mucha incertidumbre, no vaya a ser que haya contaminación cruzada o simplemente se cuele cualquier cereal con gluten (trigo, avena, centeno, espelta y cebada).

Esto no es baladí. El problema, según explica Puig, genera confusión. “Cuando una persona pide un plato sin gluten y luego un postre con, o una cerveza mismo, despista a los profesionales de la hostelería. Eso provoca que los establecimientos no sigan los protocolos con rigor, y ahí es cuando la patología y los riesgos que conlleva equivocarse se banalizan”, señala Puig.

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