En defensa de los partidos políticos: sin ellos, no hay democracia
Las formaciones han de reaccionar, desactivar los discursos de odio, recuperar el respeto institucional y construir espacios para el entendimiento

Criticar a los partidos políticos se ha convertido en una costumbre generalizada, sea desde el desencanto, desde la desconfianza, o desde la simple renuncia a la implicación. Pero entre la crítica legítima y el rechazo absoluto hay un abismo que no deberíamos cruzar. En Cataluña las cifras de afiliación a los partidos, tan discutibles como se quiera, muestran una caída de 140.000 a 40.000 personas en los últimos 20 años. Llegados a este punto, conviene recordar con toda solemnidad que sin partidos políticos no hay democracia. A los partidos podemos también aplicar las palabras de Churchill sobre la democracia: son el peor sistema de gobierno, con excepción de todos los demás. Así que no podemos caer en la trampa de pensar que cuanto peor les vaya a los partidos, mejor nos irá a nosotros. Es justo al revés.
En muchos países el descrédito de los partidos ha impulsado el crecimiento de alternativas: movimientos, asambleas y, sobre todo, partidos nuevos que se presentan como la superación del sistema: movimientos personalistas que no tienen más ideología ni posición que la estrategia del líder, la negación de la política y su sustitución por una “sabiduría” que, sin embargo, no es capaz de dar respuesta ni soluciones a intereses sociales distintos y contrapuestos.
Tres males se ciernen sobre nuestras democracias: el populismo, la polarización extrema y la desinformación. Entre ellos se retroalimentan y amenazan con vaciar de contenido el debate público. En este contexto, los partidos políticos tienen la responsabilidad de reaccionar, de desactivar los discursos de odio, de recuperar el respeto institucional y de construir espacios para el entendimiento. Pero no pueden hacerlo solos. Necesitan aliados e incentivos.
Es fundamental el compromiso de la sociedad civil organizada, del mundo académico, de los expertos, de los profesionales. Pero, a la vez, es clave el papel de los medios de comunicación. Necesitamos medios rigurosos, comprometidos con la verdad, que no vivan de la polarización, sino que trabajen por la calidad democrática.
Y necesitamos ciudadanos exigentes con los partidos, sobre todo con el más cercano ideológicamente. Implicarse políticamente es, quizás más que cualquier otra cosa, ejercer la crítica al propio partido desde la identificación de valores y posiciones ideológicas.
Es imprescindible que como sociedad rechacemos los incentivos al insulto, al bulo, al ruido vacío. Valoremos el diálogo, la responsabilidad y el respeto. Los partidos responderán, porque siguen siendo la única institución que se somete periódicamente a la decisión de los ciudadanos y que, por lo tanto, persiguen su satisfacción. Podemos sacar lo mejor de los partidos políticos. Pero requiere un cambio de actitud general.
Defender a los partidos hoy es ir a contracorriente, pero es necesario. Porque sin ellos, lo que colapsa no es solo un sistema, sino la propia posibilidad de construir democracia. Reivindiquemos su valor, empujémoslos a mejorar, y asumamos también nuestra parte. Porque la política no es solo de los políticos; para ser política democrática debe ser de todos y nos necesita a todos.
Meritxell Batet ha sido presidenta del Congreso de los Diputados entre 2019 y 2023 y ministra de Política Territorial entre 2018 y 2019 en el Gobierno de Sánchez.
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