La familia de Fayad cambia por fin Gaza por Valladolid: “Aquí todo es fácil”
Los padres, sobrinos y hermanas de un palestino afincado en España logran llegar al país para iniciar una nueva vida fuera de la guerra


Mohamed Abumuaileq tiene cuatro años y su hermano Aseel, seis. Esto significa que han vivido, respectivamente, media vida y un tercio de vida en guerra. Ambos nacieron en Gaza, víctima del genocidio israelí sobre el pueblo palestino. Del mismo modo que ahora sonríen cuando comparten un helado recién sacado del congelador, hasta hace unas semanas lloraban porque sufrían el hambre y el frío desde hace dos años. Sonríe su tío, Fayad Abumuaileq, muchos meses desesperado en su empeño de traer a Valladolid a sus sobrinos, a sus hermanas y a sus padres: tras mucha labor silenciosa, el Ministerio de Exteriores logró rescatarlos, pues contaban con permisos en regla para brindarles una nueva vida. “Aquí todo es fácil”, resume Danya, tía de las criaturas, por la comodidad del agua caliente, la electricidad, la nevera abastecida y todos esos lujos mundanos privados por la invasión sobre Palestina.
Los hermanitos revolotean por un luminoso salón con dos sofás y una mesa de comedor con varias sillas donde se sientan Fayad junto a sus hermanas Lina, de 30 años y mamá de los renacuajos, y Danya, de 21. También la matriarca, Widad, de 60; el padre está de viaje para ver a otro pariente. El rostro de Fayad ha cambiado de unas semanas a esta parte, pues cuando EL PAÍS se reunió con él para difundir su afán por traer a Valladolid a su familia se lo veía nervioso, tenso, con ansiedad. Ahora no para de sonreír y abraza a sus sobrinos cuando estos le reclaman mimos y se suben a su regazo.
“Lo más duro desde que llegaron ha sido escuchar las historias del día a día. Muchas que no nos contaban por teléfono por no asustarnos o directamente porque se les olvidaban porque eran muchas”, explica este gazatí. Lo hace ante relatos sobre las penurias para buscar leña, la ausencia de electricidad para iluminarse por la noche o cocinar, o el gran suplicio de que el patriarca saliera de casa a por comida o ayuda humanitaria y que pasaran varias horas sin saber si iba a regresar. Su empeño le hizo saltar a la escena mediática tras sacar una campaña en la plataforma change.org, con miles de firmas pidiendo que se le apoyara.
Su padre siempre volvía, zanja, pese a varias enfermedades que ahora se tratarán en España. Lo mismo para Mohamed y Aseel, quienes ya han asistido a pediatras y ahora aguardan a enrolarse en un colegio donde proseguir la educación truncada en Gaza. Los niños chocan con fuerza las palmas ajenas y huyen, revoltosos, cuando se les amaga con reprender. Luego se sientan a escuchar ese idioma nuevo del que ya recitan los números, o dicen “agua” cuando beben de la botella, lujo inviable antes del viaje. Su tío precisa que el traslado definitivo, vía Cisjordania, fue el 26 de octubre tras un primer amago de sacarlos el 22, aunque entonces se priorizó a personas heridas o enfermas. La anterior vez que salieron de la Franja, detalla, había carreteras y construcciones donde ahora no hay más que escombros. El hombre agradece que el Ministerio de Exteriores, tras meses de obrar con discreción, consiguiera agilizar el proceso para sacarlos de esa zona de riesgo, donde el vecindario ha sufrido múltiples muertes y ataques de Israel.

Una vez en España, primero habitaron la vivienda que Abumuaileq comparte con su pareja e hija, ambos trabajadores en Valladolid. A partir del 1 de noviembre, se mudaron a un piso de alquiler con condiciones amables que unos papás del colegio de la hija de Fayad les han facilitado. “Aquí estamos viviendo con lógica. Lo que allí costaba cuatro horas aquí son 30 minutos, los niños pueden salir a jugar al parque y antes no iban ni a la calle”, relata el adulto, a quien se le entrecortan las palabras para describir ese cariño popular entre columpios y toboganes: los padres instan a sus hijos a jugar con los novatos y compartir juguetes con ellos. “Hemos tenido muchas ofertas de ayuda psicológica, la gente nos ayuda en todo… Llevo ocho años en Valladolid y no he sufrido nada de racismo. Estoy encantado con el apoyo que España ha dado a Palestina, el boicot al equipo israelí de la Vuelta ciclista, las manifestaciones, la Flotilla de ayuda… la gente ha ido muy lejos para defendernos”, valora el gazatí.
El “alto el fuego” acordado por Israel le despierta recelos, pues siguen dándose asesinatos o bombardeos indiscriminados, y para él hay una gran trampa en ese pacto: “Sin suministro o ayuda humanitaria es como una guerra; si no nos dejan recuperarnos, es una guerra en silencio, con muertes sin bombardeos”. La familia sigue mirando de reojo a su patria mientras buscan cómo prosperar. Danya, que se maneja bien en castellano, resume así el escenario: “Aquí todo es fácil”. Los grifos y los interruptores funcionan y Valladolid es una ciudad amable y manejable para el forastero, de modo que confía en pronto poder estudiar idiomas y lanzarse al mundo laboral. Su hermana Lina, licenciada en Química y profesora de instituto y de universidad en Palestina, espera pulir el lenguaje y homologar sus títulos para volver a ejercer como docente. Su madre, Widad, ríe cuando ve a sus nietos corretear por el salón o adentrarse en la cocina en busca de algunas galletas con dátiles, delicias que ofrecen al visitante junto a un té caliente de hierbabuena casero, que les recuerda a sus orígenes.
Fayad afirma que estas primeras semanas andan puliendo flecos de tramitar documentos con el trabajador social que se encarga del grupo. Les gestiona los permisos de residencia que muestran y es responsable de que los chiquillos tengan un colegio adecuado para igualar el ritmo correspondiente a sus edades. Hasta entonces, añade, seguirán haciendo amistades en el parque junto a su prima Amaya y esos pequeños que se acercan a los nuevos usuarios sin imaginarse que hasta hace unas semanas vivían una guerra sin saber exactamente qué es lo que estaba sucediendo y por qué les pasaba a ellos y a su familia.
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