Viaje por 100 kilómetros de la línea de fuego: una semana de devastación e impotencia entre León y Zamora
Los incendios en Castilla y León, aún sin controlar, devoran miles de hectáreas, destruyen el patrimonio natural de Las Médulas y dejan dos fallecidos


La primera alerta del que podía convertirse en uno de los incendios más extensos de la historia de España llegó a las 14.28 del domingo 10 de agosto. Molezuelas de la Carballeda (Zamora) crepita y un bombero advierte: “Está desmangado, puede irse a 15.000 hectáreas”. Se quedó cortó. Ya supera las 30.000, ha carbonizado la zona comprendida entre Zamora y León y se ha cobrado dos vidas. Y no es el único fuego. Decenas de incendios arrasan el noroeste de la Península: Ourense, Zamora, León y Asturias, además del norte de Extremadura. En toda España, han ha ardido más de 100.000 hectáreas ante la impotencia de autoridades, dispositivos de emergencias y vecinos.
Ese domingo también comenzaron a quemarse Las Médulas (León), Patrimonio de la Humanidad. El operativo de la Junta de Castilla y León (PP), que los bomberos han tildado de enclenque, ha sucumbido y subsiste con refuerzos externos y afanosos voluntarios. El horror y las llamas han protagonizado la semana en Zamora y León, en un espacio de menos de 100 kilómetros en línea recta entre territorios hermanados por la despoblación, el abandono rural y la caída del sector primario.
Lunes: el fuego se ceba con Las Médulas
El fuego ha pintado una naturaleza muerta donde los romanos extraían oro. En el entorno ecológico de Las Médulas (León) ondea una bandera blanca de humo para advertir que el fuego ya ha dejado negra la sierra. Los incendios solo se compadecieron de las minas. Alrededor de estas, 6.000 hectáreas devastadas. Un vecino gruñe: “El viento es la excusa de los políticos”. Abajo, en Carucedo (León), los vecinos refrescan con mangueras el infierno nocturno.
Su implicación, como en tantos lugares esta semana, impidió la debacle. No solo se enfrentan a las llamas. También alimentan a los bomberos, como agradece uno de ellos: “Comimos a las cuatro de la mañana, fuimos a la base [en Zamora] a la una y salimos hacia allá a las cinco de la tarde. Los vecinos de Yeres nos hicieron bocadillos y nos trataron bien”. No había rancho de la Junta: “Parece que vamos con la tómbola y que nos dan de comer en el pueblo si les caemos bien”. Óscar Fernández, de 50 años, se sulfura y afirma que hay mucho epíteto y poco gasto: “Es Patrimonio de la Humanidad y no han invertido un puto duro en retenes”. Manuel Ramos, de 67, vaticina que pronto planearán los buitres con traje y corbata: “Vendrán los cuatro de la foto y al final, lo de siempre”. Lo de siempre: despoblación, escasas inversiones, descapitalización, decadente sector primario y sensación de olvido y descrédito institucional.

El laberinto de carreteras lleva hacia el sur sorteando controles de la Guardia Civil y vías cortadas bajo una creciente cúpula gris. Para los zamoranos, acceder a los municipios de Congosta, Ayóo de Vidriales, Cubo de Benavente o Molezuelas exige dar una gran vuelta para evitar los frentes del fuego. Llueve ceniza y el agua lanzada por los hidroaviones apenas perturba al fuego, que accede por retaguardia sobre casas o parcelas desatendidas. Un brigadista de la Junta resopla en Congosta: “Estoy descolocado, no he parado desde ayer”.
Son las siete de la tarde. Alejandro Menéndez, de 22 años, observa. Su labor son prácticas extracurriculares en su afán por opositar a bombero. Opositar, porque persigue plazas del Ministerio de Transición Ecológica [con plazas de Brigadas de Refuerzo de Incendios Forestales, BRIF], mucho mejores que las autonómicas. Así lo cree un agobiado brigadista estatal: “Hay una diferencia abismal entre las BRIF y otros medios, sobre todo los de la Junta. Tenemos una formación que no dan en ningún sitio y se nota a la hora de coordinarse bien, pero sobre todo en la seguridad. Parece una bobada, pero es más importante que el dinero”. Menéndez lamenta que esos profesionales autonómicos “tienen medios insuficientes y equipamiento regulero”. Araceli Alonso, de 80, refunfuña: “Nunca había visto nada así”. Como salten las llamas al pueblo arderán hasta los vía crucis de madera.
Los focos se multiplican. El enésimo crece por Ayóo de Vidriales. La brigada adolescente de Hodei, Marta, Sara, Lara, Ohiana y Alina flipa: “¡Es muy heavy!”. Frustrados, recitan los males: los tomates del huerto, la peña destruida, la gata que no quería salir de debajo de la cama o los ataques de ansiedad de sus abuelos. “¡Nos tenían que haber evacuado esta mañana, bro!”, exclama una de ellas.
A medianoche, el presidente de la Junta, Alfonso Fernández Mañueco, destaca el “esfuerzo en prevención” y reivindica el operativo desplegado. Todavía resuena la polémica sobre su consejero de Medio Ambiente, Juan Carlos Suárez-Quiñones, quien justifica que el domingo estuviese en un acto en Gijón. “Tenemos la mala costumbre de comer”, despachó. El responsable de gestión forestal, José Ángel Arranz, tilda de “anecdóticos” los fallos de avituallamiento y alega que “los recursos son finitos”.
Martes: el fuego vuelve a la sierra de la Culebra
Un chaval con la camiseta de Mbappé vigila la línea de fuego de la frontera de la sierra de la Culebra, castigada en 2022 y que hoy sufre de nuevo. Las llamas comenzaron en Puercas de Aliste y quemaron 5.000 hectáreas. Hasta allí se llega tras serpentear entre carreteras cortadas y bandas de fuego. Varias personas reposan. La niña Inés reparte botellas; la joven Rocío Macho, de 28 años, brama contra el alcalde por su desidia para desbrozar. “Del monte olvídate”, añade Manso. Pese al espanto de 2022, nada cambia: “Sabíamos que iba a pasar. Estamos cansadas”.

La ruta lleva a Losacio, donde empezó el fuego de 2022. Entonces murieron el bombero Daniel Gullón, el pastor Victoriano Antón, Eugenio Ratón al huir con su padre centenario y el voluntario Ángel Martín. Unos hombres en el bar comentan las promesas de Mañueco de cubrir los daños de los incendios y apuntan que ahí poco han recibido. En el monte, nuevamente, faltan prendas amarillas de la Junta, solo hay osados lugareños. De repente, emerge una cuadrilla de la Junta que se tapa el nombre para evitar represalias porque estaban descansando. Al rato, efectivos del ayuntamiento zamorano. Entre todos y el viento contienen el fuego, pero las ráfagas lo expanden sobre Abejera. Unos voluntarios rompen ramas de roble para arrearle al rescoldo. Suena un móvil: “Dime, cari. Aquí estoy, apagando”. La garganta tardará días en recuperarse del humo. Lidera un joven con un bosque tatuado en el antebrazo. Era bombero. Lo dejó. Es el novio de una hija de Daniel Gullón, fallecido en el incendio de 2022.
En el pueblo de Abejera, dos ancianos caminan confusos. Toribio Martín responde una vez que tiene 80 y otra que 86 años; Paulina Rubio, de 68, calla. El anciano responde al teléfono: “Estoy en la puerta de la iglesia, que he librado la casa”, dice. Al anochecer, hay luces parpadeantes, sirenas rojas y haces azules de vehículos oficiales de todo tipo, salvo autonómico.
Miércoles: duelo en Quintana y Congosto
La marea de desalojados por el incendio imparable de Molezuelas se ha instalado parcialmente en Camarzana de Tera (Zamora) y en Astorga y La Bañeza (León). Los menores, en el fondo, viven un campamento improvisado; los mayores, un suplicio. Venancio Cristóbal, de 64 años, masculla: “Es muy pesado”. María Jesús, de 74, descansa su pierna de zapato ortopédico junto a dos bastones en Camarzana: “No es mi cama, pero se duerme bien”. Ella, de Villageriz, lleva dos noches refugiada.

En Quintana y Congosto están de luto. La esquela de Abel Ramos cubre el tablón de anuncios de Quintana. Ramos, voluntario de 36 años, falleció el día antes en la carretera de Nogarejas hacia Quintana y Congosto (León). “Estaba integrado en el operativo, aportó medios, por lo que la directora de extinción le asignó una tarea”, explicó Quiñones. Abel murió en su desbrozadora. Su amigo Jaime Aparicio, de 37 años, falleció ese mismo miércoles también dando la batalla al fuego. Las autoridades salen a advertir de que la ciudadanía debe acatar las órdenes que llegan de las fuerzas de seguridad mientras los bomberos redoblan sus quejas por su precariedad laboral.
Cunde ya la desazón con las instituciones y los políticos. En especial, donde gobierna el abandono. Una familia solloza ante una casa hundida. Solo queda la fachada, como si fuera el atrezo de una obra de teatro. “Es penoso que dejen que se quemen los pueblos”, suspiran. La localidad de Tábara ha habilitado un polideportivo: camas, sábanas, almohadas, microondas, neveras, ropa y, como destaca emocionada Beatriz Madrid, de 44 años, “cariño y comprensión”. Es solo uno de los espacios habilitados para quienes tienen que dejar su casa ante la amenaza del fuego. Se cuentan por miles. Ese día, en concreto, llegan a más de 9.000.
Jueves: llegan las silenciosas llamas de Ourense
Un grupo autoproclamado “patrulla pirata” vuelve a zarpar. Los brigadistas de Villardeciervos (Zamora) vieron el humo el martes desde la base, pero no fueron movilizados. “Incomprensible”, dicen. Por eso, el martes y el miércoles por las noches han colaborado voluntariamente en la extinción, fuera de horario: “Estábamos deseando que nos mandaran al incendio porque se está quemando nuestra tierra”. El retén censura que muchas actuaciones en zonas casi liquidadas, por dejadez, volvieron a prender. Trabajo perdido, riesgo latente.
Más calmado, el alcalde de Abejera (Zamora), Ángel Andrés (PP), expresa “ánimos apagados” y dolor hasta en el alma: “Quienes hemos estado sin parar estamos machacados, pero tenemos que seguir”. Andrés reprocha la descoordinación de la UME, sorda si no ordena su jefe: “¡En un incendio hay que poner gente a la primera! Tienen protocolos que deberían saltar si hay peligro, no vale correr después de que pase”. Cuatro habitantes están ingresados por quemaduras al incendiarse el coche donde huían. El zamorano explota: “Pasó en la Culebra y pasa ahora, increíble que dejen arrasar la sierra. Es inhumano”. Los grandes fuegos empiezan a calmarse en varios focos, pero lo peor viene desde la comunidad autónoma vecina, desde Ourense, donde los incendios llevan días prendiendo de forma silenciosa pero intensa.
Viernes, sábado y domingo: bomberos al límite
Castilla y León sigue ardiendo. Los focos de Puercas y Molezuelas bajan pero el fuego de Las Médulas se ha unido al de Llamas de la Cabrera y los dos forman un frente común devastador; la situación también es cruda en los Picos de Europa leoneses, en guerra con el fuego en Barniedo y con Asturias y Cantabria muy cerca de verse invadidas por la desgracia; también humean Palencia, Ávila o Salamanca, donde la sierra de Béjar mira con pánico el desarrollo del fuego en Cáceres, cuya línea ascendente se ve alimentada por la falta de medios de la Junta para ese sector sureste; Ourense amaga con lanzar llamas a Zamora, donde Sanabria se santigua y la Culebra carga cubos, prepara tractores y extiende mangueras. Tortura para los bomberos, exhaustos.

El sábado por la noche alguno comió un triste bocadillo de lomo del tamaño de su mano. Un miembro de la BRIF teme lo peor: “Si se lía lo esperado en Zamora, León y los Picos de Europa, va a colapsar el dispositivo de la Junta. La gente está al límite y podría ocurrir algún incidente grave. Hay cuadrillas de tierra sin descanso y en condiciones muy malas. Hay responsabilidades claras de la Junta, ha llegado el momento de decirlo. Argumentos sobran. La coordinación no es buena, pero viene por falta de personal, medios y formación y si añades la tensión política entre administraciones…”. La única esperanza, el agua bendita contra una maldición anunciada.
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