Chandrexa de Queixa: arde sobre quemado en el lejano Ourense
Este municipio montañoso habituado al fuego es arrasado por la peor oleada que se recuerda debido a la extrema sequedad del suelo y a un viento endiablado e impredecible


Chandrexa de Queixa son poco más de 400 habitantes en 171 kilómetros cuadrados del Macizo Central orensano y la mayoría superan los 70 años. Incluido su alcalde, el popular Francisco Rodríguez, con 78 años a sus espaldas, 34 de ellos en el poder. Sentado en su despacho, “machacado” después de dos noches sin dormir, admite que la maleza campa a sus anchas por estos confines de población escasa y envejecida. Últimamente no hay verano sin fuegos, pero nada como lo que están sufriendo estos días, confirman sus vecinos. “Esta noche fue espantosa. No recuerdo vientos así, era un huracán. Yo creo que alcanzaron los 90 kilómetros por hora. Un coche no corre tanto como ese fuego”, cuenta el regidor sobre el avance voraz de las llamas.
Ese viento endiablado e impredecible y un territorio sequísimo explican esa estampa de montes ennegrecidos y humeantes en los que se ha convertido Chandrexa de Queixa. Son ya 6.000 las hectáreas quemadas desde el pasado viernes, casi una tercera parte de la superficie municipal y más de la mitad de las 11.500 hectáreas que ha devorado esta ola incendiaria en Galicia. Se trata de una grave catástrofe ambiental en un paraje de gran valor y el fuego sigue sin ser controlado. “Ni las frondosas paran las llamas; hasta los carballos [los robles] están secos”, lamenta un agente ambiental sobre los dos meses y medio sin lluvias que acumula la zona. Lo hace a la entrada de la aldea de Parafita, una de las que fue asediada la pasada noche.

En la mañana que ha seguido al infierno, los hermanos Lamelas están sentados en el exterior de su casa en Parafita. Mari Carmen, Pepe y Carlos Lamelas habitan un núcleo con diez moradores en invierno que se duplican en verano. “Fue una barbaridad, está todo muy mal gestionado. Había una motobomba con cuatro tíos”, musita Pepe. “No quedó monte ninguno, pero no fue lo peor”, añade Mari Carmen señalando a Carlos. Él ha perdido sus 170 cabras y su mastín llamado León. Está destruido. Lo único que ha encontrado de su rebaño son cadáveres carbonizados. “Me quemé al intentar salvarlas y no pude”, rompe a llorar. “Estoy arruinado para toda la vida”.
Los incendios de Chandrexa de Queixa han arrasado colmenas, pastos y fibra óptica. Un vecino de Parafita se ha quedado sin 400 rulos de hierba, el alimento de los animales guardado para el invierno. “Hay pueblos que no sé dónde van a llevar el ganado” a pastar, admite el alcalde, que asegura estar en contacto con la Xunta y la Diputación de Ourense, ambas en manos de su partido, para solicitar la declaración de zona catastrófica. El presidente de la Xunta, Alfonso Rueda, advierte de que “la situación va a seguir siendo muy complicada al menos durante los próximos días”.
El regidor admite que estos montes no están limpios y son un polvorín para unas condiciones climatológicas extremas como las de este verano. El Ayuntamiento solo desbroza unas 400 hectáreas de fincas privadas cobrándoles a sus dueños. “¿Hay que hacer más? Sí, evidentemente, pero tenemos que contar con medios”, se queja Rodríguez. Propone “preparar pastores y volver a tener rebaños que limpien los montes, porque no se puede pensar solo en desbrozar”.

Carlos Lamelas, el vecino que ha perdido sus cabras, clama contra la burocracia que las administraciones imponen para limpiar fincas. “Llevamos toda la vida desbrozando sin permiso y ahora, desde hace tres o cuatro años, hay que hacer papeleo”, explica. “Es muy costoso. Te hacen ir mil veces a Trives [a media hora de trayecto] y cada vez que vas, no llevas el papel que piden”. Y critica al alcalde: “No tiene ni idea de gestionar esto. Si él no hace, al menos que nos deje hacer a nosotros”.
En Chao, la aldea del eterno regidor de Chandrexa, la tierra quemada llega casi a tocar las casas. La pasada medianoche, Rodríguez estaba cenando tranquilamente después de visitar uno de los núcleos afectados. Un vecino irrumpió en su casa gritando “¡está el fuego encima del pueblo”. “Pensé que era una broma y le dije que se sentara a tomar un café”, recuerda. Cuando se asomó, descubrió que no.
Las llamas cercaban Chao mientras dos niños dormían plácidamente, apunta Marcos, que nació en este lugar pero ahora vive en Barcelona. Tanto él como Noa, que está en casa de sus padres, están convencidos de que los fuegos de estos días “son intencionados”, aunque no se ha pillado a ningún incendiario in fraganti. Por muchas sospechas que se tengan, aducen, no se puede hacer nada si no son sorprendidos en el momento.
El presidente de la Diputación de Ourense, el popular Luis Menor, ha hecho un llamamiento a la ciudadanía para que denuncie. Sostiene que “muchas veces se sabe quién” pero “nadie se atreve a delatarlo”. “Tenemos el mejor dispositivo contra el humo de toda España, y aún diría de todo el mundo”, proclama el sucesor de la dinastía de los Baltar al frente de la provincia.
Cuando prende, la extinción en el Macizo Central orensano es muy complicada. Todos los años arden áreas de difícil acceso a más de 1.000 metros de altura. “Las dificultades orográficas son terribles. Son zonas peligrosas y las brigadas no pueden entrar, solo los medios aéreos”, señala el alcalde de Chandrexa de Queixa. Por eso acaban siendo incendios enormes, con facilidad para revivir. A su municipio entran fuegos originados en otras localidades de estas montañas como Vilariño, Castro Caldelas o Montederramo. Y viceversa.
“Pero esta tierra tiene mucha fortaleza”, subraya el regidor con optimismo. “Si viene un otoño con agua, en marzo, después de nevar, estará recuperado y será un manto verde”. Los vecinos no lo tienen nada claro. “Esta vez no va a ser tan fácil”, lamenta Noa.
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