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La odisea de Rafie, el egipcio que llegó a Málaga cruzando el Estrecho en flotador: “Solo quería ver a mi madre una vez más”

El hombre, rescatado por un barco de recreo la semana pasada, se echó al mar con un amigo porque no tenía dinero para una patera. Antes de su rescate, cinco barcos lo ignoraron

Rafie posa en Málaga, una semana después de ser rescatado en alta mar. Foto: García-Santos
María Martín

Durante dos días, solo vio agua. Rafie flotaba a la deriva, con el cuerpo machacado, los labios agrietados y la mirada ida. Llevaba un traje corto de neopreno y unas aletas, y avanzaba encajado en un flotador negro medio desinflado, como los que usan los niños en la playa. Nadie sabía quién era, ni de dónde venía, cuando un velero lo rescató el pasado 16 de julio a unos 20 kilómetros de la costa de Benalmádena (Málaga). Una semana después, a salvo y feliz, Rafie, de 23 años, cuenta su historia: una travesía imposible para llegar a España sin dinero ni barco, armado apenas con sus brazos y el empeño de no dejarse morir.

De lejos parecía un pez o un pájaro, era una mancha negra en un mar tranquilo, pero al enfocarlo con los prismáticos se veía que era un hombre pidiendo ayuda. El vídeo del rescate, grabado desde el barco que lo encontró, recorrió las redes sociales con cientos de miles de visualizaciones. En las imágenes se observa cómo los tripulantes, una familia andaluza, maniobran para acercarse a él, le lanzan una cuerda y lo sujetan por los brazos para subirlo a bordo. Ya en la cubierta, Rafie se dejó caer boca arriba, agotado, y sonrió un poco. Casi no podía hablar, pero estaba vivo después de casi 48 horas en el mar. En su primera foto tras salvarse se lo ve acurrucado, envuelto en una toalla beis de la que solo sobresalían sus pies.

Antes de esa embarcación, otros cinco barcos se habían cruzado con él, pero ninguno lo auxilió. Lo ignoraron a pesar de ser una obligación legal atender a cualquier persona en peligro en el mar. “Me acerqué a ellos, cogían los prismáticos, me veían, pero no quisieron ayudarme”, lamenta el joven.

La aventura había comenzado dos noches antes, el 14 de julio a las 23.00, cuando Rafie y un amigo, un chico egipcio de 17 años, se lanzaron al agua desde la costa de Castillejos, en Marruecos. Nadarían durante la noche para evitar ser vistos. El plan, en realidad, era llegar a una playa de Ceuta, así que se trataba de avanzar a brazadas hasta bordear el espolón que protege la ciudad. Se habían comprado unos trajes de neopreno y unas aletas y habían pasado un mes entrenando varias horas al día con el equipamiento. Sabían nadar bien y creían estar preparados. Pero enseguida la travesía se torció. A las pocas horas, el oleaje se volvió salvaje y los separó. Las corrientes empujaron a cada uno por un rumbo distinto. Muy lejos de su destino. Rafie no volvió a ver a su amigo.

“Me asusté muchísimo al verme solo, en plena noche, en alta mar”, recuerda. “Tenía miedo por mi amigo y por mí. Había visto delfines, peces y por la noche uno no sabe lo que le está pasando por debajo. Pasé mucho miedo porque nunca me imaginé verme mar adentro”, relata con ayuda de una traductora. Siguió nadando. Con el flotador pegado al pecho y el traje apretado abrasándole el cuello, los brazos y los muslos. Pero lo peor era su cabeza atormentándole con que no iba a llegar: “Le pedía a Dios que me ayudara. Que apareciera tierra firme o un barco”.

―Déjame ver a mi madre una vez más.

Rafie nació en Minya, una ciudad egipcia a orillas del Nilo, algo más de 200 kilómetros al sur de El Cairo. Fue en ese río donde de niño aprendió a nadar. En noviembre de 2020 dejó Egipto. Quería prosperar y soñaba con vivir en Francia, el motor que mueve toda esta historia. Quería llegar allí, trabajar, formar una familia. Pasó cuatro años en Libia cultivando tomates y calabacines y haciendo peonadas en obras para poder pagar la siguiente etapa del viaje. Luego cruzó a Argelia, escondido, ayudado por las mafias a las que pagó 400 euros. Y Argelia, donde la inmigración irregular es un delito, fue una experiencia horrible. A Rafie lo arrestaron mientras intentaba entrar en Marruecos y lo encerraron una semana antes de dejarlo marchar.

A principios de marzo logró entrar en Marruecos. Pasó por Casablanca y Tánger. Cada vez estaba más cerca, pero no lo lograba. Su plan inicial era saltar la valla de Ceuta y lo intentó hasta cuatro veces, sin éxito. La ciudad está cada vez más fortificada. Los policías marroquíes siempre lo interceptaban y lo devolvían. Empezó a frustrarse, pero no había otra opción: no tenía dinero para pagar los 3.000 euros que le exigían para subirse en una patera. La ruta tomó entonces la forma definitiva. Siempre había sido un buen nadador, llegaría por sus medios. Y en un mercadillo de domingo se compró su salvavidas.

Las horas en alta mar fueron desesperantes. El sol. La noche. El silencio. El hambre. La sed. El cuerpo ardiendo por las rozaduras. Su cabeza. “Me invadían los pensamientos catastrofistas, pero sabía que si mantenía la mente firme y dosificaba la energía, podía salvarme”, explica. Pensó en que iba a morir. Pensó también que debía pensar que no. No se explica cómo tuvo fuerzas para nadar hacia el barco, pero recuerda la sensación al desplomarse en la cubierta. Como si hubiese resucitado. La entrevista, por videollamada, se interrumpe unos segundos porque él y la traductora se han emocionado, lloran un poco. Se recomponen. “Es un sentimiento de gratitud enorme. Sentí que mi vida tenía una nueva oportunidad”. Ojalá, dice, pueda darle las gracias en persona, o por teléfono, a la familia que lo salvó.

Rafie, de 23 años, habla con Sara, traductora del centro de la Cruz Roja en el que está acogido.

Rafie no puede dejar de sonreír cuando habla de su odisea de más de 100 kilómetros, de su rescate. Hay una mezcla de orgullo e incredulidad. Y fe. Al final apareció un barco. Luego una cuerda. Después una toalla beige. Y ahora su próximo destino: Francia. También una buena noticia: su amigo, el chico de 17 años, llegó a Málaga sano y salvo solo unas horas después.

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Sobre la firma

María Martín
Periodista especializada en la cobertura del fenómeno migratorio en España. Empezó su carrera en EL PAÍS como reportera de información local, pasó por El Mundo y se marchó a Brasil. Allí trabajó en la Folha de S. Paulo, fue parte del equipo fundador de la edición en portugués de EL PAÍS y fue corresponsal desde Río de Janeiro.
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