Una huella en un portal permite resolver el asesinato de Paco el Kiosquero diez años después
Una larga investigación de la Policía Nacional ha llevado a la detención de uno de los dos autores de la muerte a golpes en Marbella

Cuando el subinspector Garzón llegó al escenario del crimen se sorprendió. A sus pies, en el suelo, había un cuerpo sin vida y rastros de haber recibido muchos golpes. “Se notaba que había recibido una paliza enorme, con extrema violencia” relata el agente, que encontró hasta huellas de pisadas en la cara de la víctima, fallecida por politraumatismo. Su mal estado no dificultó su identificación. Paco, de 57 años, era una persona muy conocida en el barrio donde residía —en el centro de Marbella (Málaga)— porque regentaba un kiosco en la zona, y era conocido por su nombre de pila más el de su oficio. Aquella madrugada, la del 6 de noviembre de 2015, supuso el punto de inicio de una larga investigación que ha tenido a decenas de sospechosos, en la que han testificado hasta 70 personas y que ha seguido varias pistas que acabaron en caminos sin salida. Hasta que hace unos días el tesón de los agentes del grupo de Homicidios de la Policía Nacional en la comisaría marbellí obtuvo resultado. Una década después, consiguieron detener a uno de los dos autores del crimen. El segundo, fuera de España, sigue en busca y captura.
A pesar del tiempo transcurrido, Tito Garzón, ahora inspector y jefe del grupo de Homicidios en Marbella, recuerda con bastante claridad aquella escena. También que había poco hilo del que tirar, puesto que los vecinos apenas habían visto a dos personas correr. Nada más. No había más que dos sombras huyendo de lo que apuntaba a un robo con violencia que se fue de las manos. La reconstrucción posterior permitió conocer que los autores habían coincidido con el quiosquero en un bar, le habían seguido hasta el portal del inmueble y allí le habían golpeado con saña. Luego, se hicieron con sus llaves y subieron hasta su vivienda para robar la recaudación del día, cerca de 2.000 euros. Más tarde fueron al kiosco y se llevaron todas las existencias de tabaco. Después fueron a un prostíbulo donde contrataron a unas prostitutas y más tarde fueron a comprar cocaína. Fue una noche larga. Y se cree que no eran conscientes de que habían matado al hombre que habían robado: pensaron que lo habían dejado inconsciente.
Conocer toda esta información no fue fácil. Todo arrancó con una chaqueta. Para ganar tiempo —para que pareciese que estaba durmiendo en la calle— o por miedo ante la situación en la que habían dejado a la víctima, los delincuentes habían tapado la cara de Paco el Kiosquero con esa prenda antes de escapar. En pocos días los agentes llegaron a saber dónde y por cuánto había sido adquirida. Y quién era su propietario. Tras identificarlo, comprobaron que su teléfono indicaba que la noche del crimen había estado en la zona donde había ocurrido. Y las siguientes averiguaciones sirvieron para saber que al día siguiente abandonó su trabajo sin cobrar el finiquito que le correspondía y que, además, salió de España. Se convirtió en el principal sospechoso. Las gestiones internacionales para dar con él se alargaron y, aunque permanece en busca y captura desde entonces, aún no ha sido arrestado.
Con el paso del tiempo la investigación tomó múltiples direcciones, siempre sobre la base de que había dos autores y que debían conocer a la víctima, puesto que al robarle las llaves supieron exactamente a qué puerta correspondían. Los policías realizaron más de 70 pruebas testificales, acumularon más de 2.000 números de teléfono de personas que habían pasado por el escenario del crimen cuando se cometió y se investigó al fallecido en profundidad para entender quién o quiénes podrían haber tenido algún motivo para matarlo. Los miembros de la Policía Científica también tomaron numerosas huellas en el interior de la vivienda de Paco e incluso en el portal del edificio. Allí había decenas, la inmensa mayoría anónimas, era como buscar una aguja en un pajar.
Una pista, un interrogatorio y un ritual
Las múltiples gestiones realizadas durante los siguientes años no conseguían llegar a ningún sitio, hasta que en 2022 surgió otra pista. Era floja. El sistema policial alertó de que había una persona detenida cuya huella correspondía con una de las tomadas en la entrada del bloque donde residía Paco. “Podía ser de cualquier vecino o de cualquiera que pasara por allí, porque es un sitio en el centro de Marbella muy transitado”, subraya Garzón. Sin embargo, como el resto de indicios que habían surgido a lo largo de los años, los agentes decidieron echar un vistazo. “Era un tema pendiente y queríamos acabarlo. El equipo nunca ha dejado de trabajar en ello desde 2015, pero las gestiones son lentas y no siempre se avanza como uno quiere”, relata el ahora inspector, quien mantiene que hay delitos como los homicidios o las personas desparecidas que “nunca se meten en un cajón ni se olvidan”.
Sin demasiado optimismo, eso sí, los agentes investigaron a la persona detrás de aquella huella. Resultó que había tenido un teléfono anterior al actual que confirmaba su presencia en la zona que mataron a Paco justo aquella la noche del 6 de noviembre. El análisis de su vida laboral también destapó que al día siguiente del crimen había dejado su trabajo y que, igualmente, dejó su finiquito sin cobrar. “Era todo muy débil, podía ser casualidad”, sostiene Garzón al que, sin embargo, la intuición le pedía ir más allá. Con el apoyo de la Sección de Análisis de la Conducta (SAC) de la Policía Nacional, citó al nuevo sospechoso para, en teoría, simplemente charlar con él. Residente en un pueblo de Sevilla, prefirieron quedar con él en terreno neutral y se citaron el pasado 25 de junio en Jerez de la Frontera (Cádiz).
Los especialistas del SAC, psicólogos y policías, arrancaron con un cuestionario alejado del caso que tenían entre manos. Y, poco a poco, fueron acercándose hasta lo ocurrido en Marbella. El presunto asesino empezó entonces a torcer el gesto. Primero negó haber pasado nunca por la calle donde murió Paco. Después aseguró rotundamente no saber nada sobre el edificio donde la víctima residía. “Pero sus caras iba cambiando”, recuerda Garzón, que cuando vio que el sospechoso entraba en contradicciones con las pruebas que habían recopilado, decidió arrestarlo. Entonces la situación cambió: ya con un abogado de oficio presente, el detenido quiso colaborar con la justicia y terminó confesando su participación en los hechos, revelando detalles —como el color de los muebles de la casa de Paco o el estilo de peinado que llevaba aquel día el segundo sospechoso— que solo podía conocer por ser uno de los autores. “Llevo años esperando este momento”, dijo el hombre, que aseguró que jamás había contado nada a nadie, pero que cada noche soñaba con el asesinato. Incluso, aseguró, había hecho un ritual para intentar olvidarlo: había escrito todo lo ocurrido, quemado las hojas y enterrado las cenizas. No funcionó.
Tras el interrogatorio, que duró tres horas, el inspector Garzón realizó dos llamadas. La primera, a su superior, el comisario de Marbella. La segunda, a la sobrina de Paco. “Me presenté y le dije: lo tenemos y ha confesado”, relata. La mujer se puso a llorar, quizá porque pensaba que una década después de que su tío fuera asesinado el caso ya nunca quedaría resuelto. Mientras, la investigación sigue abierta para dar con el paradero del segundo responsable de un crimen que nadie en Marbella ha olvidado. El primer detenido fue enviado a prisión provisional, comunicada y sin fianza por el Juzgado de Instrucción Número 4 de Jerez de la Frontera, según fuentes del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía.
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