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Los dos pueblos con las temperaturas más altas de la historia apenas tienen árboles en sus calles

Los vecinos cordobeses de La Rambla, que alcanzó 47,6 grados, y Montoro, con 47,4, sufren en sus tórridos veranos el sol directo al salir de casa. El Granado (Huelva) con 46, récord en junio, tampoco tiene casi vegetación

Una persona pasea por una calle sin árboles en La Rambla (Córdoba)
Javier Martín-Arroyo

Pilar Seco y todos sus vecinos de La Rambla (Córdoba) sufrieron hace cuatro años el récord de la temperatura más alta registrada en la historia de España: 47,6 grados. Pero la sensación de asfixia se repite cada verano porque esta localidad de la campiña sur andaluza suele alcanzar siempre los 44 grados, repiten los vecinos. Por eso Seco echa de menos el frescor de algún árbol que proteja su fachada, golpeada cada día por un sol de justicia. “Empieza a las 12 y ya sigue pegando toda la tarde”, relata en la calle Labradores. Su bebé, de solo dos meses, seguirá previsiblemente viendo cómo el mercurio continúa su escalada, dada la progresión del cambio climático.

A pesar de la subida generalizada de temperaturas y de que este junio ha sido el más cálido en España desde que hay registros, la inmensa mayoría de calles de La Rambla (7.500 habitantes) carece de árboles que les aporte sombra y frescor para mitigar el sofoco. Las calles de Montoro (9.000 habitantes), localidad cordobesa que baña el Guadalquivir también llegó en 2021 a los 47,4 grados; y El Granado (500 habitantes, Huelva), a pocos kilómetros de la frontera con Portugal y que logró hace dos semanas el triste récord histórico de alcanzar los 46 grados por primera vez en junio, tampoco tiene apenas sombra natural en sus calles.

El gris gana al verde, hay coches por todos lados, aceras minúsculas cuando no inexistentes, y un calor que el pasado jueves impedía respirar a un ritmo natural. En el casco antiguo de La Rambla, las calles son estrechas y la prioridad es que los vehículos puedan circular sin problemas. Lo mismo pasa en Montoro, donde en las horas centrales del día es peligroso caminar en verano porque el sol castiga a los peatones. Hasta en la calle Ancha de La Rambla, de unos siete metros, hay coches aparcados, aceras de un metro, pero ni rastro de árboles. Mientras, este verano ya han muerto dos personas por golpes de calor este verano en la provincia de Córdoba.

Susana García, profesora de Urbanismo en la Universidad de Málaga, pone el dedo en la llaga sobre cómo en miles de pueblos del interior de la Península se repite el mismo patrón, sin apenas sombra natural: “El problema surgió cuando a los pueblos de calles estrechas los urbanistas les aplicaron los mismos mecanismos de diseño que a las ciudades, con transporte motorizado y que requiere calles con aceras y aparcamientos. Esta metodología de diseño urbano distorsiona el pueblo. Los alcaldes solo quieren aparcamientos y no consideran los árboles porque nadie se los pide. Y así generan las islas de calor, sin suelos drenantes ni vegetación, aunque sea arbustiva”.

Coincide en el diagnóstico el exalcalde de La Rambla entre 1995 y 2003, José Espejo (IU), que resalta cómo en los Ayuntamientos pequeños “lo urgente se come a lo importante porque siempre hay problemas inmediatos que atender”: “La idea de que los árboles de gran porte dañan las aceras, las redes de agua y el alcantarillado está siempre flotando en cada paso de un proyecto. Desde el técnico que lo redacta hasta el político que toma la última decisión, pasando por el vecino al que le van a poner un árbol en la puerta de su casa”. Los 70 árboles que su equipo de gobierno plantó se talaron para construir un helipuerto.

Pilar Seco, en la puerta de su casa de La Rambla, el pasado jueves.

La subida de las temperaturas hace tiempo que se ha convertido en un problema de salud pública, sobre todo en Andalucía, donde las muertes por golpe de calor van al alza. Los árboles son máquinas ambientales que generan frescor, paisaje y biodiversidad, además de generar molestias a los vecinos con sus hojas sobre los coches aparcados. “La evidencia dice que los espacios urbanos hay que vegetalizarlos en todos los municipios, necesitamos espacios para que la gente pueda andar y rutas seguras para los niños. Los alcaldes tienen parte de esa responsabilidad para lograr espacios públicos con menos impacto de calor, es un trabajo de fondo que beneficia a los vecinos”, recuerda Manuel Fernández, director general de Salud Pública y Ordenación Farmacéutica de la Junta andaluza (PP).

En La Rambla, los vecinos ya no toman tanto la fresca al anochecer como antes, en plena calle, en parte por el calor que lanzan los aparatos de aire acondicionado, en parte por el cambio de hábitos, coinciden varios testimonios. En el pueblo hay dos grandes parques, el del Paseo de la Cultura, cuyas fuentes están sin agua por recomendación sanitaria para evitar los mosquitos y el virus del Nilo; y los Jardines de Andalucía, en el centro histórico, pero que en verano cierra la mayoría de los días porque hay eventos. El Ayuntamiento teme que alguien robe parte del escenario y las sillas, alegan fuentes municipales. Es decir, la principal isla verde para bajar la temperatura en el casco histórico está cerrada y los vecinos no pueden acceder durante estos días bochornosos.

Victorio Domínguez, dueño de una empresa de jardinería en Montalbán, a solo tres kilómetros de La Rambla, ha trabajado durante dos décadas para los 11 pueblos de la campiña sur cordobesa, comarca donde se baten los récords de altas temperaturas del país. Tras constatar la evolución de parques y diseño de calles, tiene claro el porqué del retroceso del verde: “Desde el año 2000, en las remodelaciones municipales, los jardines se han llenado de cemento y a las calles se les quita arboleda. Los pueblos se han querido parecer a las ciudades, con gobiernos tanto de izquierda como de derecha. Los arquitectos, municipales y privados, alegaban que los árboles impedían ver sus obras, las plazas duras, el acerado o los edificios. Me lo decían sin tapujos, he tenido serias trifulcas. Y los alcaldes se dejan llevar por los técnicos y consideran los árboles un problema: hay que podarlos, mantenerlos, barrer las hojas… sensibilidad cero”, concluye Domínguez, técnico agrícola y miembro de Ecologistas en Acción.

Antonio Gómez, en la plaza Pepe Castilla de La Rambla, el pasado jueves.

Las pocas calles y plazas de La Rambla con alcorques tienen naranjos, ejemplares de apenas tres metros y pequeñas copas. En la plaza Pepe Castilla, con una palmera enferma y sin hojas, un seto y tres arbolitos, Rosa Quero, de 56 años y gerente de una mercería, lamenta: “Hoy hay más tráfico y menos costumbre de sentarse en la puerta con la fresca, recuerdo que antes hablabas con los vecinos. El problema es que para los comercios la gente debe aparcar. Yo me quejo de que no hay árboles, pero ¿dónde los pones si las calles son de único sentido?”. Los vecinos, entre ellos Antonio Gómez, relatan que antaño acudían a caminar a las afueras del pueblo, donde había enormes árboles en la carrera baja y la ronda, que se talaron para urbanizar los accesos del municipio.

En el pueblo, rodeado de olivares, girasoles y vides, y dedicado a la alfarería y la agricultura, gobierna el PP desde 2019. “La gente demanda más árboles, pero también que los quitemos por la suciedad y las cocheras. No sé si es el cambio climático o el cambio de temperaturas, pero el aumento de temperaturas es muy grave. Hacemos todo lo que podemos y hemos reducido tres calles a ciertos vehículos”, apunta el concejal de Obras, Francisco Zamorano, sobre la reducción del tráfico emprendida. Juan Bautista García, edil de Juventud, concede: “El Ayuntamiento tiene dos jardineros y la gente a veces seca los árboles con gasolina y lejía porque las raíces les molestan o se cuelan las hojas en su casa. Harían falta más árboles, pero lo más cómodo es el cemento y no queremos barrer”. En el Paseo de la Cultura, parque con unos 50 árboles, José Antonio Luque, bailarín contemporáneo de 29 años, subraya: “Trabajo en Múnich desde hace cuatro años y el contraste es brutal. Aquí levantan las calles con adoquines y no ponen nueva vegetación. La poquita que hay la quitan con las obras”.

Solo dos décimas por debajo del récord absoluto de La Rambla en 2021 se quedó Montoro, con 47,4 grados, según la agencia meteorológica Aemet. El pueblo, situado en el alto Guadalquivir, tiene un casco antiguo de calles estrechas copadas por los coches y donde los árboles brillan por su ausencia. Sin embargo, ni siquiera en la zona de expansión al sur de la localidad, con calles anchas, la sombra es natural. “La zona es un esperpéntico desierto de hormigón. En una remodelación de la mayor plaza se quitaron los árboles y los bancos para asfaltarlo todo para aparcamientos”, critica Luis Navarro, de Izquierda Unida. El primer teniente alcalde y concejal de Urbanismo, Antonio Javier Casado (PSOE), defiende que la orografía del pueblo hace muy complicado combinar el tráfico y la vegetación en el centro, por lo que cada verano instalan toldos. Sobre la zona sur, alega que es primordial la instalación de la Feria, incompatible con una arboleda, según su criterio. “Detectamos que la gente prefiere su comodidad. No es una arboleda una prioridad absoluta, pero sí el aparcamiento”, aduce.

En el extremo occidental de Andalucía, El Granado batió el récord de temperatura medida el pasado junio, con 46 grados, en la última ola de calor. La mayoría de calles de este pueblecito onubense carece de grandes árboles. “Deberíamos tener más árboles en el núcleo urbano. Yo soy de plantar árboles y otros dicen que rompen tuberías, levantan las aceras y provocan suciedad, porque el pueblo está muy limpio y a la gente le molesta las hojas. Ahora estudiamos cómo reformar la Plaza junto a la iglesia”, relata su primer teniente alcalde socialista, Óscar Giraldo. Mientras los políticos aún deciden si optan por las plazas duras que fomenten las islas de calor o incorporan vegetación frondosa que alivie el sopor a los vecinos, las temperaturas continúan su escalada imparable.

Un hombre se refresca en una plaza de La Rambla, el pasado jueves.

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Sobre la firma

Javier Martín-Arroyo
Es redactor especializado en temas sociales (medio ambiente, educación y sanidad). Comenzó en EL PAÍS en 2006 como corresponsal en Marbella y Granada, y más tarde en Sevilla cubrió información de tribunales. Antes trabajó en Cadena Ser y en la promoción cinematográfica. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y máster de EL PAÍS.
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