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Sin comida, sin agua y durmiendo en un parque: Baleares reproduce los fallos de la crisis migratoria canaria

El Gobierno central no cuenta con suficientes medios en las islas donde decenas de migrantes duermen en la calle hasta su traslado a la Península

Cuatro inmigrantes somalíes, el 8 de julio, en el ferry que les traslada de Palma a Barcelona.
María Martín

Son las cinco de la mañana de un martes ventoso en el puerto de Palma. El motor de los coches que aguardan el primer ferry apaga los susurros de un puñado de sombras que se mueven incómodas sobre un césped lleno de bichos invisibles. Todo pica. Son casi treinta personas que llegaron en patera el día anterior, y que la Policía Nacional ha ido dejando allí durante la tarde. No tienen comida, ni agua, ni información. Solo una bolsa de basura con su ropa sucia, un neceser básico que les dio la Cruz Roja y un número escrito con rotulador permanente en el dorso de la mano. El número 12 es Fouss, un joven de Malí que se ha introducido como un gusano en una bolsa de basura para protegerse de la tromba de aire frío. La 10 y la 11 son las somalíes Ikram y Aisha, que no pueden dormir rodeadas de desconocidos. El 23, Souleyman, un nigeriano fan de Michael Bolton, se mantiene en vela, pensativo. El que menos, lleva dos días sin comer. Están sucios y locos por conectarse a internet y llamar a su familia. El parque donde los vecinos pasean sus perros se ha convertido en un campamento de refugiados precario e improvisado.

La escena se repite desde hace al menos dos años, según refleja la prensa local. Antes era algo puntual, pero con el aumento de las llegadas de pateras a Baleares ha empezado a ser recurrente. Antes eran argelinos, a los que el sistema de acogida ofrece lo mínimo; ahora son refugiados de los países más castigados del mundo. En Ibiza también se han repetido las noches con inmigrantes y refugiados tirados al raso a la espera de ser trasladados en ferry a la Península.

El Gobierno central no cuenta con suficientes medios en las islas. En Baleares solo hay 44 plazas de acogida habilitadas en un edificio de los franciscanos. Están en Palma y allí solo se aloja a los más vulnerables ―mujeres y niños, sobre todo―, pero no a todos. Las mujeres también han empezado a dormir en la calle por falta de plazas. “¿Es seguro que estemos aquí?”, sondea Ikram, una joven somalí de 22 años con brazos de alambre.

La patera de Ikram, que huyó de Somalia con 17 años, fue rescatada a las 9.10 del lunes al sur de la isla de Cabrera con 23 personas a bordo. La mayoría eran somalíes, la nacionalidad más habitual de los últimos meses. Pasaron más de 24 horas en el mar después de haber vivido meses en las calles de Argel, esperando a que las mafias les subiesen a esa barca. En línea recta, la distancia entre la capital argelina y el sur de la isla de Mallorca es de casi 300 kilómetros. Un día de navegación que puede costarles hasta 3.000 euros. “Hui por la guerra, quería tener la oportunidad de vivir en un lugar seguro”, cuenta la joven. La guerra civil en Somalia comenzó en 1991 y los conflictos, la violencia terrorista y las crisis humanitarias se prolongan hasta hoy, tras más de un millón de muertos.

El Ministerio de Migraciones, responsable de la acogida de los inmigrantes y refugiados, insiste en que el episodio de este martes fue algo puntual, que las cuatro pateras que llegaron en un día desbordaron las previsiones. Pero Marta Albo, trabajadora del Centro Oceanográfico, con sede frente al parque, discrepa: “Ahora mismo, la excepción es el día que no hay personas durmiendo en la calle”. Albo recuerda el día de agosto del año pasado en el que dejaron a un grupo en el parque en plena alerta naranja por la dana. La camarera del bar de la estación marítima habla de una noche de invierno de mucho frío en la que acabaron abriendo la terminal para darles un techo. “No se entiende que los dejen así, ¿por qué no les dejan al menos algo de comer?”, reclama. “Esta primavera nos encontramos con 86 personas en el césped mientras desembarcaban los pasajeros de un crucero de lujo. Me impactó mucho porque a unos los recibían con trajes y carteles, mientras los otros estaban tirados en el suelo”, lamenta un trabajador que les atendió aquel día. “Esto tiene que saberse”, pide otra persona que se ocupa de los recién llegados. La Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) también señala que se están dando situaciones de calle “con frecuencia”. Su director, Mauricio Valiente, advierte: “Es urgente garantizar la primera acogida para evitar el mismo patrón de otros territorios que han llegado a situaciones extremas”.

Varios migrantes duermen en un parque de Palma.

Mohamed, un somalí de 22 años, es el primero en bajarse del furgón policial que les ha traído hasta el puerto. Está contento y va directo a la terminal convencido de que podrá subirse a un ferry con destino a Barcelona, como le han dicho. Pero no será hoy, son las ocho de la tarde y ese barco solo saldrá a las 11.30 de la mañana siguiente.

―¿Y ahora qué tenemos que hacer?

―Vais a tener que quedaros aquí

―¿Pero aquí?, ¿en el parque?, ¿y luego?

Tras el furgón de Mohamed, fueron llegando otros muchos, hasta que los agentes desembarcaron a los ocupantes de dos pateras. Aunque llevaban al menos dos días sin comer ni dormir, lo primero que pidieron fue cargar sus móviles y conectarse a internet. Diez minutos después, en la pantalla de Mohamed, aparecieron dos mujeres entre la risa y el llanto, cubriéndose la cara de la emoción. Estaba vivo.

Hay algo de azar en que Mohamed e Ikram y otras casi treinta personas durmieran esa noche en la calle: su patera llegó por la mañana. La Policía Nacional dispone de un centro con capacidad para albergar a 200 personas en colchonetas, donde se identifica y registra a los recién llegados, pero salen en cuanto acaban los trámites. Y como empezaron temprano, por la tarde ya estaban terminados y fueron puestos en libertad. “El Ministerio del Interior dispone de capacidad durante las primeras noches, mientras se prolongan las tareas de reseña. No se trata de un centro de detención, así que una vez finalizado el proceso de identificación su estancia allí concluye”, explican en el departamento de Fernando Grande-Marlaska. Si hubiesen llegado por la tarde, habrían dormido bajo un techo.

A Interior no le constan problemas en la atención letrada ―como ha ocurrido en Canarias durante años― pero los somalíes explican que tuvieron dificultades para entender a la intérprete que les hablaba en árabe (no todos lo comprenden) y que nadie les habló de su derecho a pedir asilo a pesar de ser un perfil claro de refugiado. Todos se limitaron a firmar una orden de devolución que no se ejecutará. ACNUR recomienda a los Estados evitar retornos forzosos a Somalia, ya que podrían poner en riesgo sus vidas o su libertad.

Récord de llegadas; medios insuficientes

Las Baleares nunca fueron un destino prioritario para la inmigración irregular porque las pateras de la ruta argelina solían llegar a las costas de Almería, Murcia o Alicante. En 2016, apenas llegaron 22 personas, pero en 2020 la tendencia empezó a cambiar. Ese año llegaron 1.464 personas a Formentera, Mallorca e Ibiza, casi el triple que en 2019. Desde entonces, el aumento ha sido constante hasta alcanzar un récord en 2024 de 5.846 llegadas. La cifra pasó desapercibida ―por la crisis en Canarias y porque, en realidad, las llegadas desde Argelia no estaban disparándose, sino concentrándose en las Baleares―, pero el primer semestre de 2025 ha terminado de confirmar una nueva ruta abierta en canal. Son ya más de 3.000 llegadas —el triple que en estas fechas del año anterior— y con los meses de mayor actividad aún por delante.

Los números son modestos en comparación con las decenas de miles de llegadas de los últimos años a Canarias, pero complicados de gestionar sin los recursos necesarios. La secretaria de Estado de Migraciones, Pilar Cancela, que viajó este miércoles a Ibiza y Mallorca, prometió “un plan de respuesta” y “una mirada preferente” sobre las islas, pero no pudo concretar más que la apertura “próximamente” de un espacio de primera atención en el puerto de Ibiza. Las ubicaciones de Palma y Formentera aún se están valorando.

La imagen de desborde y descontrol es gasolina para alimentar el discurso de la ultraderecha, que sustenta a los populares en el Gobierno balear. “Estamos muy acostumbrados a tener personas de muchas nacionalidades, esta es una tierra muy abierta, pero este incremento tan brutal genera un impacto económico y social, de rechazo, de inquietud”, afirma a EL PAÍS la presidenta Marga Prohens. La dirigente del PP es una de las que se ha negado a aceptar un solo menor extranjero no acompañado desde Canarias, aunque le corresponderían 49. Baleares, con 573 niños y adolescentes migrantes, tiene delegadas las competencias de infancia en los Consells, y el de Formentera asegura que no puede más: el 20% de su presupuesto se invierte en atenderlos. PP y Vox ya han pactado medidas, como limitar las ayudas a los que cumplen 18 años, para frenar “el efecto llamada”. “O se hace algo o en 10 años podemos ser como las islas Canarias. Pero los expertos, con esta tendencia de llegadas que tenemos, me dicen que en mucho menos”, asegura Prohens.

Un migrante intenta comunicarse con sus familiares desde el parque donde permanece toda la noche a la intemperie, el 7 de julio en Palma.

El fantasma de Canarias sobrevuela irremediablemente las islas Baleares. Hay muchos puntos en común. Son territorios aislados, pequeños, que requieren una logística de traslados y que pillan a las autoridades con el pie cambiado al convertirse en destino de miles de personas de camino a Europa. “Estamos como en septiembre de 2019 en Canarias, cuando teníamos 16 plazas de acogida y terminamos el año en más de mil”, recuerda Pepe Espinosa, director de Inclusión Social de Cruz Roja. Meses después, en otoño de 2020, el muelle grancanario de Arguineguín sirvió de cama durante semanas a más de 2.000 migrantes ante la lentitud para adquirir y negociar terrenos y levantar campamentos. “Nuestra insistencia es que todos tengan una acogida de emergencia garantizada”, dice Espinosa. Tras años de caos y miles de llegadas, los periodistas canarios, todavía en octubre de 2023, titulaban así sus crónicas: “Más de 200 migrantes duermen en el muelle de Los Cristianos ante la falta de espacio en los centros de atención”. “Sin agua, comida ni ducha: migrantes vulnerables llegados a Mallorca en patera duermen al raso”, titulan ahora en Baleares.

Amanece y el grupo espera, ansioso y hambriento, a que alguien venga a buscarles. La terminal del ferry ya ha abierto y, al menos, pueden entrar al baño para lavarse los dientes y la cara, todavía con resto de sal. Sobre las 8.20, aparecen por fin dos trabajadores de Cruz Roja —una mujer y un hombre― con una lista, unos billetes para el barco hacia Barcelona y Valencia y algunas bolsas de comida. Todos cantan victoria, pero ella cuenta con los labios a las personas que tiene delante y le cambia el gesto. Son muchas más de las previstas. En su lista solo figuran los nombres de la primera patera, así que casi la mitad no podrá embarcar ese día. “No podemos hacer nada”, advierte. La comida y el agua también son escasas: los tuppers tuvieron que repartirse entre todos.

Mohamed y su grupo lograron llegar a Barcelona tras siete horas y media de travesía, donde esta vez sí les esperaba una ONG movilizada por el Ministerio de Migraciones. Pasada la media noche, en Zaragoza, pudo tumbarse en una cama. Mientras tanto, en Mallorca, quince personas se preparaban —otra vez sin agua ni comida— para pasar su segundo día y su segunda noche en el parque de los perros.

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Sobre la firma

María Martín
Periodista especializada en la cobertura del fenómeno migratorio en España. Empezó su carrera en EL PAÍS como reportera de información local, pasó por El Mundo y se marchó a Brasil. Allí trabajó en la Folha de S. Paulo, fue parte del equipo fundador de la edición en portugués de EL PAÍS y fue corresponsal desde Río de Janeiro.
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