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La trampa mortal del cayuco que naufragó en La Restinga: mujeres y niños, atrapados en ‘jaulas’ de madera

El vuelco de la embarcación cuando ya estaba en el puerto provocó la muerte de cuatro mujeres y tres niñas

Aminata Dansolo (izquierda, de gris) y Sannasi Calama, junto a los hijos de ella y los sobrinos de él en el Parque de La Granja, en Santa Cruz de Tenerife, el lunes.Foto: MIGUEL VELASCO ALMENDRAL | Vídeo: EPV

Pasadas las 9.30 de la mañana del 28 de mayo, un cayuco de madera, con un escudo del Barça pintado en la proa, entraba en el puerto de La Restinga remolcado por un buque de Salvamento Marítimo. Hacía dos semanas que no llegaba una embarcación a la isla de El Hierro, el sol brillaba y el mar estaba en calma. A bordo, 152 personas, entre ellas 45 mujeres y 29 niños celebraban estar a salvo. En cuestión de minutos, la barca volcó. Cuatro mujeres y tres niñas murieron.

Las imágenes que emitieron ese día todos los telediarios muestran cómo el barco se traga a muchas personas que ni siquiera logran sacar la cabeza a la superficie porque se quedaron atrapadas en el interior del barco. Habrían sido muchas más víctimas de no haber sido por pasajeros como Ibrahima, un mecánico de 29 años, procedente de Mbour (Senegal).

Enfundado en un jersey verde con capucha calada hasta los ojos, el joven ejerce de portavoz de otros senegaleses en el exterior del campamento para inmigrantes de Tenerife adonde les han trasladado. Pide que no se publique su verdadero nombre. “Un grupo de mujeres y niños quedó atrapado cuando el cayuco se dio la vuelta. Comenzamos a bucear por debajo del barco: llegábamos hasta ellos, los sacábamos y los entregábamos. Una y otra vez”, recuerda. Relata que, por fortuna, debajo de la barca se había creado una burbuja de aire. “No sé a cuántas personas sacamos. Fueron bastantes”.

El cayuco volcado, en tierra firme en La Restinga el 29 de mayo.

El propio barco acabó siendo una trampa mortal. El cayuco que naufragó en el mismo puerto no era como los que habitualmente llegan a Canarias: ocultaba en su interior al menos tres compartimentos de madera en los que viajaban hacinadas las mujeres y los niños, un grupo que en esta barca era más numeroso de lo habitual. “Había familias enteras ahí adentro”, rememora uno de los supervivientes, un joven guineano de 26 años. La misma estructura que les protegió del viento, las olas y el frío durante un viaje de cinco días por el océano se convirtió en una jaula durante el agónico rescate retransmitido en directo por Televisión Canaria.

“Nos pusieron a mujeres y niños ahí”, recalca enfadada Aicha, una guineana que pide que no se publique su verdadero nombre. “¡Pero no era seguro, no era seguro!”, exclama. Esta madre de dos hijos supo que habían llegado porque oyó los gritos de felicidad que venían de la cubierta y se apresuró a salir. “Me puse de pie en medio de mucha gente. Sentí mucho miedo al caer al agua, pero nadé y me lanzaron un salvavidas”.

El suceso es una nueva tragedia en una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo en la que cada año mueren miles de personas que no encontraron otra manera más segura de emigrar a Europa. Pero este naufragio —el tercero que ocurre en el último año mientras se produce el rescate— también plantea interrogantes sobre cómo adaptar los protocolos de salvamento y los medios ante este tipo de emergencias.

Las siete fallecidas, según se lee en una crónica de la revista 5W, fueron enterradas en diferentes cementerios de El Hierro tan solo dos días después del suceso. A los entierros pudieron acudir los familiares que viajaban con algunas de ellas —algo inusual porque aún estaban bajo custodia policial—, y un puñado de vecinas de la isla. “Perdieron cuando estaban a punto de ganar. Y fue retransmitido en directo”, escribe la fotoperiodista Anna Surinyach.

Se llamaban Fatoumatta Banaro, Mariama, Sarah Samoura, Mami Kamara, Adama Keita, Makia Binti Kamara y Aissatou Tabassa. Fatoumatta, de 12 años, viajaba con su madre, su hermana mayor y su hermano pequeño. Aissatou, de solo cinco años, lo hizo con su madre, su hermano pequeño y un tío. Mami, de cuatro años, murió junto a su madre, Adama.

Aminata Dansolo, una peluquera guineana de 22 años, se salvó. Quizá porque no viajó en lo que ella bautizó como “las cajas”. Dice que tuvo suerte. “Vine sentada en el fondo del barco con mis dos hijos, en el suelo”, explica. “Al llegar a puerto, nos dijeron que si llevábamos niños fuésemos los primeros en bajar. Pero ahí nadie tuvo paciencia. Todos fueron al barco naranja”, recuerda con el gesto torcido. Dansolo cayó al agua, pero pudo ser rescatada, al igual que sus niños. “Mi objetivo ahora es llegar a Rennes (Francia). Allí están mis padres desde hace 10 años, que también llegaron en patera. Llevo mucho tiempo sin verlos”.

Bubacar, un adolescente senegalés de 17 años, no logra quitarse de la cabeza los recuerdos del suceso. Cuando la embarcación comenzó a volcar, fue de los primeros en trepar al casco para ponerse a salvo, pero enseguida se lanzó al agua para ayudar. No se le ve en las imágenes porque estaba bajo el agua. “Me tiré para sacar personas y otro chico que se quedó arriba tiraba de ellas”, explica por videollamada desde el centro de menores de El Hierro donde está acogido.

Mientras repasa los vídeos del naufragio, Bubacar se detiene en el tercero. “Aquí estoy”, le dice al monitor que lo acompaña y que traduce la conversación. En la imagen, una de las más impactantes de aquel día, no se le distingue, pero sí al otro chico —un adolescente de rostro aniñado— con quien formó equipo de rescate. La cámara capta el momento en que Bubacar le entrega un recién nacido y cómo su colega pide a gritos que lo pongan a salvo en tierra. Como les ocurrió a muchos de los supervivientes —y también a los rescatadores —, la gasolina volcada en el agua amagó con quemarles los ojos.

¿Son naufragios evitables?

El trágico rescate será investigado internamente por Salvamento Marítimo, como todos aquellos en los que hay víctimas mortales. En la entidad pública defienden la actuación de los rescatadores y señalan que, entre todas las causas que llevan a un naufragio, la concentración de personas en los compartimentos de madera determinó el desenlace. “Se tuvo en cuenta en el momento del rescate, pero la disposición a bordo de los pasajeros y cómo pueden reaccionar son variables muy difíciles de controlar”, explica una portavoz.

También la CGT, el sindicato mayoritario de las tripulaciones marítimas de Salvamento Marítimo, defiende la intervención y los protocolos actuales de rescate. “El problema está en que cuando el barco va a abarloar, se ve que viene muy hundido. Ya amarrado da un primer vaivén y logra recuperar la estabilidad. Pero llega un segundo vaivén, y entre que la gente se ha apelotonado y que entra un poco de agua…”, describe el marinero Marcos Díaz, portavoz del sindicato.

Lamarana, un pescador guineano superviviente del cayuco que se hundió el 28 de mayo.

Este era el cuarto intento de Lamarana, un pescador guineano de 22 años, de dar el salto a España. Intentó saltar la valla de Melilla tres veces entre 2015 y 2019 hasta que lo deportaron a su país. La precariedad del negocio pesquero le llevó a intentarlo de nuevo. “Había mucha gente en las cajas para que fuesen más seguros en el viaje y es que ellos desde dentro también se movieron para intentar salir”, rememora a punto del llanto. “Yo tuve suerte. Ya estaba de pie cuando el barco empezó a zozobrar, así que, cuando volcó, me pude agarrar al barco de salvamento y, desde allí, me puse a tirar salvavidas a los demás”, cuenta.

La aproximación de los barcos de rescate y el desembarco de los pasajeros es el momento más delicado. Las personas, que llevan días de navegación precaria, con los músculos agarrotados, con miedo, con hambre y con sed, suelen ponerse muy nerviosas y cualquier movimiento brusco puede provocar el vuelco de la embarcación. Los accidentes, en un contexto en el que se rescatan cientos de embarcaciones cada año, ocurren, pero esta última tragedia ha despertado preguntas. ¿Puede Salvamento Marítimo adaptar sus protocolos para el rescate de pateras?, ¿hay formas de evitar naufragios como este, en el que las víctimas, están a punto de salvarse?

Cuando vio las imágenes, Gerard Canals, que lleva casi una década rescatando migrantes con Open Arms, pensó en cómo evitar estas tragedias. No critica a Salvamento Marítimo, porque justamente ese barco, con compartimentos cerrados, era especialmente peligroso al volcar. Cree, sin embargo, que los protocolos pueden revisarse, empezando por asegurar flotabilidad a todos los ocupantes. “Nosotros entregamos chalecos salvavidas. Es un rescate más lento, pero ganas tiempo y vidas si vuelca”, dice el jefe de operaciones de la ONG. También destaca que las ONG usan lanchas semirrígidas con socorristas que pueden lanzarse al agua, a diferencia de los grandes buques de Salvamento. “Con las semirrígidas tomas la temperatura de lo que sucede y aseguras un entorno de calma”, añade.

El origen de este cayuco de madera, grande, colorido, se ha convertido en un misterio. La activista Helena Maleno aseguró en sus redes sociales que su organización, Caminando Fronteras, recibió un aviso desde esa embarcación. Según Maleno, el cayuco habría salido de Guinea Conakry el 18 de mayo, 10 días antes de su llegada a El Hierro. Aunque Guinea es un puerto de salida muy lejano y poco habitual, ya van al menos un par de barcas que han llegado a las islas desde ese país de la costa occidental africana, a más de 2.300 kilómetros de distancia. La de Maleno es la misma tesis con la que trabaja la Guardia Civil, pero algo no cuadra: los 10 supervivientes entrevistados por EL PAÍS aseguran que embarcaron en la costa mauritana. Por sus características, también es raro que este barco sea mauritano porque suelen ser blancos y de fibra, y no de madera pintada como este. Una tercera hipótesis validaría las dos anteriores: el cayuco salió de Guinea, paró en Mauritania, cargó más gente y continuó con su ruta.

Supervivientes del cayuco que volcó el pasado miércoles 28 de junio en el Puerto de la Restinga, en El Hierro.

“Fue un viaje tranquilo”, recuerda Aicha. Hubo agua y comida suficientes y ningún altercado reseñable. Ella pagó algo menos de 1.000 euros al cambio por meterse en Nuakchot en una de las cajas. Y creyó, como el resto de pasajeros, que todo había salido bien cuando aquel cayuco con jaulas atracó en el pequeño puerto de La Restinga.

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