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MANERAS DE VIVIR
Columna
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Sin lágrimas

Hay tanto por lo que llorar en este mundo que no me quedan suficientes lágrimas. Ojalá, esta vez sí, gane la paz

Columna Rosa Montero
Rosa Montero

Mientras escribo esto se acaba de firmar el plan de paz sobre Gaza en Egipto. Un rayo de esperanza, pero con qué precio. Y, sobre todo, ¿durará? Mi apellido paterno, Montero, indica un oficio, así que es probable que sea de converso. En cuanto al apellido materno, Gayo, viene de los vaqueiros de alzada asturianos, un pueblo seminómada que ha sufrido una dura discriminación durante siglos. Aún hoy se puede ver, en alguna iglesia de la zona, la centenaria raya pintada en el suelo, junto a la puerta, con la leyenda de “hasta aquí los vaqueiros”, porque no los dejaban entrar en sagrado. Despreciados y pobres, eran de origen celta, el último reducto de la Edad del Bronce que hubo en Europa, como dijo el antropólogo Julio Caro Baroja en un precioso libro sobre ellos. Pues bien, dentro de mis mitos fundacionales, de esa fabulación con la que solemos adornar nuestra identidad, desde muy niña he pensado con ardiente orgullo que desciendo de dos pueblos perseguidos, judíos y vaqueiros. Amo la herencia nórdica de brumas y montañas, y admiro profundamente la historia judía, su genialidad, su resistencia, el increíble porcentaje de Premios Nobel que acumulan.

Cuento todo esto para dejar claro que condenar SIN PALIATIVO ALGUNO el crimen contra la humanidad cometido por Netanyahu y sus matones no es antisemitismo, sino el inevitable y necesario repudio de las atrocidades de unos monstruos. Atrocidades que, por cierto, han sido denunciadas también por judíos dentro y fuera de Israel, en una cascada cada día más numerosa. Como, por ejemplo, diversos manifiestos o actos de repudio de personalidades judías chilenas, argentinas y uruguayas, países todos ellos antes muy pro Israel; o el alegato espeluznante y conmovedor hasta las lágrimas que hizo el gran director de orquesta israelí Ilan Volkov en los recientes conciertos PROM de Londres, una denuncia especialmente valiente porque Volkov vive en Israel y está siendo testigo, allí, de primera mano, de los horrores cometidos (recomiendo buscar en internet su intervención, estremece y admira). Por no hablar de los diversos intelectuales judíos que, como Ariel Feldman o Thomas Friedman, han publicado artículos diciendo que Netanyahu es el peor enemigo de Israel, porque está haciendo crecer el antisemitismo dramáticamente. Omer Bartov, historiador israelí especializado en el Holocausto, ha dicho: “Lo que ocurre en Gaza se ajusta a la definición de genocidio”.

Hay que tener claro, pues, que no es un problema de los judíos, sino de Netanyahu y sus matones. Ahora, coincidiendo con los testimonios de las torturas psíquicas y físicas sufridas por los detenidos de la flotilla (golpes, carencia de agua potable, denegación de medicamentos esenciales como insulina para diabéticos), la banda del mal ha lanzado una contraofensiva en redes y medios de comunicación hablando de nuevo de las 1.200 víctimas del terror de Hamás. Una estrategia miserable. Todos los que nos oponemos a la barbarie de Gaza nos hemos pasado más de un año condenando una y otra vez el indecible espanto que fue el ataque de Hamás y el largo suplicio de los secuestrados. Y lo hemos repetido con diligencia cada vez que queríamos denunciar la masacre palestina. Para que quede claro, para mí los de Hamás no solo son unos asesinos, sino, además, mis enemigos. Su modelo de mundo es un ataque a mi integridad como persona. Pero a estas alturas de la carnicería tener que volver a repetir la letanía de la maldad de Hamás me parece ridículo y tramposo. Porque la perversa dimensión de la tragedia de Gaza ya ha perdido relación con lo anterior. Es un crimen contra la humanidad per se, sin más añadidos. Y lo increíble es que la gente se pliegue a esas burdas maniobras de intoxicación informativa. Que, de repente, justo cuando sucede lo de la flotilla, empiecen a aparecer en los periódicos los atroces (que lo son) relatos de las víctimas de Hamás. Casos abominables, sí, pero que no justifican la bestial sangría de Gaza. Lloro por ellos, por cada una de las víctimas de Hamás, y por los casi 70.000 muertos de Gaza, y por el director de orquesta Volkov, que también lloraba, y por todos los judíos valientes que se están poniendo en riesgo al denunciar su Gobierno, y por las 150.000 víctimas mortales que lleva Sudán, que nadie menciona, y por las mujeres de Afganistán, a las que los talibanes han prohibido hablar en público y que languidecen en el olvido. Hay tanto por lo que llorar en este mundo que no me quedan suficientes lágrimas. Ojalá, esta vez sí, gane la paz.

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Sobre la firma

Rosa Montero
Nacida en Madrid. Novelista, ensayista y periodista. Premio Nacional de Periodismo y Premio Nacional de las Letras en España. Oficial de las Artes y las Letras de Francia. Animalista, antisexista y ecologista. Su obra está traducida a cerca de treinta idiomas.
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