Arte y plátanos
Respeto a todo creador que necesite perentoriamente hacer lo que hace, me gusten sus obras o no


Estoy leyendo un libro formidable de Laura Revuelta, Arte parece, plátano es (Taurus), cuyo título, como muchos habréis deducido al instante, hace referencia a una famosa patochada perpetrada por el italiano Maurizio Cattelan, que, en la feria Art Basel Miami 2019, presentó una obra consistente en un plátano auténtico pegado a la pared con un pedazo de cinta adhesiva gris. Un día llegó a la sala otro artista, David Datuna, que despegó la fruta y se la comió, redondeando la bobería. Como es obvio, sustituyeron la banana enseguida. En Art Basel se vendieron tres copias de la obra a unos precios que oscilaron entre 103.000 y 130.000 dólares, pero, si esto os parece chocante, esperad a saber que en octubre de 2024 el plátano fue subastado en Sotheby’s Nueva York por 6,2 millones de dólares. Lo adquirió, esto ya no lo cuenta Laura, un millonario chino del negocio de las criptomonedas, Justin Sun, que también se zampó la banana en una rueda de prensa (en realidad lo que hizo Sun fue costearse una ruidosa campaña publicitaria sobre su negocio). Lo de devorar la fruta es una supuesta genialidad que se ha repetido hasta el aburrimiento; el pasado julio otro tipo se comió la obra de Cattelan, que formaba parte de una exposición en el museo Pompidou Metz. Ya sabéis, todos los días un plátano, como decía la famosa campaña canaria.
El ensayo de Laura Revuelta se subtitula 21 claves para entender el arte del siglo XXI y ofrece lo que promete, una profunda, amena y documentadísima visión del arte actual. Trata temas muy importantes, como la descolonización, la reivindicación de las mujeres artistas o la corrección e incorrección política, pero sobre todo reflexiona sobre el sentido del arte en nuestro mundo. Un asunto que me parece crucial. Hay una frase luminosa que se ha convertido para mí desde hace años en un lema vital, hasta el punto de que me la he tatuado en una pierna, y es esa aguda idea que atrapó el francés Georges Braque; y digo atrapó porque tengo la sensación de que todos los pensamientos humanos, pasados, presentes y futuros, revolotean a nuestro alrededor como aves transparentes, y que tan sólo necesitamos ser capaces de verlos y materializarlos. Pues bien, Braque dijo: “El arte es una herida hecha luz”. Y, en efecto, qué vamos a hacer con las innumerables heridas de la vida sino intentar convertirlas en luz, para que no nos destruyan. El arte, todo arte, es en primer lugar comunicación, es un esfuerzo común para darle un sentido al sinsentido, para hacer del caos un lugar habitable, para intentar domesticar a los monstruos del Mal y del Dolor. Para poder, simplemente, sobrevivir.
El problema es que sobre las artes plásticas, quizá por su condición casi siempre matérica, es decir, por tratarse en general de objetos dentro de una sociedad enloquecida por el deseo de poseer cosas; o porque los soportes a veces ya son caros (esos bronces, esos mármoles); por alguna razón, en fin, que se me escapa, sobre ese tipo de arte ha caído como una trituradora la fiebre del dinero y del mercado. De los polvos de ese envilecimiento vienen muchos lodos. Me parece especialmente elocuente, por ejemplo, la gamberrada (o tal vez debería decir estafa) del artista danés Jens Haaning, que tampoco recoge Laura porque, como es natural, en su libro no caben todas las necedades. Haaning recibió 71.500 euros en billetes de un museo danés para pegarlos en dos de sus cuadros representando el sueldo anual medio en Dinamarca y Austria, pero lo que hizo fue quedarse con la pasta y enviar dos lienzos en blanco enmarcados y titulados Coge el dinero y corre. En 2023, Haaning fue condenado judicialmente a devolver lo mangado.
El arte, claro, es otra cosa. Algo tan esencial y natural como el oxígeno. También es arte colocar bellamente una flor en un vaso, y que su humilde contemplación apacigüe tu día. Respeto a todo creador que necesite perentoriamente hacer lo que hace, me gusten sus obras o no. “Si no fuera por el arte, yo me habría quitado la vida hace mucho tiempo”, confiesa la genial artista japonesa Yayoi Kusama, que vive desde hace décadas por su propia voluntad en un psiquiátrico (Laura habla mucho de ella: fascinante). O, como decía Clarice Lispector: “Escribo como si fuera a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida”. Exacto. Por eso leemos, y escuchamos música, y vemos cuadros. Ahí estamos todos. Viva el arte.
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