
Raquel Buj: moda, arquitectura y diseño sin corsés
La creadora trabaja en la intersección entre el arte, el diseño y la investigación de materiales, donde ha llegado tratando de liberarse de las ataduras de la arquitectura y la moda.

La noche en la que pasamos a 2022, la artista Raquel Buj dio la campanada, en sentido figurado y literal, con la capa Metamorfosis que llevaba Cristina Pedroche aquella Nochevieja. Su diseño a modo de piel sobre el vestido de Manuel Piña, inspirado en las geometrías de las alas de las libélulas, representaba la transformación que experimentan muchos insectos y, de algún modo, también algunas personas, a un nivel más mental que físico. Con una estructura muy arquitectónica, su confección mezclaba técnicas artesanales y digitales a partir de materiales reciclados.
Aunque en la actualidad su trabajo es más artístico, Raquel Buj (Palencia, 46 años) estudió Arquitectura en la Escuela Técnica Superior de Madrid. De hecho, el piso en el que vive en el madrileño barrio de Huertas fue una reforma que hizo cuando tenía un estudio con el arquitecto Pedro Colón. “El proyecto de esta casa lo hicimos para una amiga que ahora vive en Berlín. Ya en su momento lo planteé imaginándome que vivía aquí. Nunca pensé que terminaría siendo así”, se ríe. La vivienda fusiona un piso con un trastero generando un dúplex, e incluye unos elementos a modo de muebles que, además, funcionan como filtros entre los diferentes espacios. El más complejo es el que hace de escalera, que conecta los dos pisos y proporciona almacenamiento abajo y un espacio de trabajo arriba.

Raquel Buj pasó de la arquitectura a la moda tras hacer un máster que mezclaba ambas disciplinas. En aquel momento se sentía encorsetada por la enseñanza y la práctica tan técnica de la arquitectura, y por las limitaciones normativas. Necesitaba desprenderse de esa estructura que le resultaba asfixiante. También abordar una escala más humana, pero no como se entiende en arquitectura. “Por un lado, sentía que había algo en mí que no estaba desarrollando del todo en el plano más experimental y artístico. Por otro, quería trabajar a una escala más humana. Pero no de dimensión, sino corporal: de cercanía, intimidad y emoción. Y esto es algo que con la arquitectura es muy difícil”, admite. “Al mismo tiempo, necesitaba ir hacia una mayor libertad, donde no sintiera un límite establecido; donde las cosas pudieran fluctuar y yo pudiera moverme en lugares intermedios, incluso también entre disciplinas”. Primer corsé soltado.

A partir de este momento, tomó el cuerpo como soporte y comenzó a trabajar más en el ámbito de la moda que en el de la arquitectura, aunque arrastrando el vínculo, pues sus primeras propuestas de indumentaria estaban elaboradas con materiales reciclados que procedían de aislamientos térmicos o acústicos, láminas decorativas de vidrio y elementos iridiscentes. Sus creaciones empezaron a formar parte de plataformas de moda para talentos emergentes como Ego, de la Mercedes-Benz Fashion Week Madrid.
Sus primeras propuestas abordaban la moda como una arquitectura de cercanía, lo que la llevó a explorar la vestimenta como una segunda piel; como una manera de hacer más íntima la arquitectura al considerarla esa primera capa del cuerpo que pudiera protegernos, abrigarnos o, incluso, convertirse en un pequeño espacio en el que relacionarnos con otra persona. De reciclar materiales procedentes de la arquitectura pasó a ir incorporando biomateriales, algunos 100% orgánicos, como mejillones, plumas o flores, y otros que desarrolla ella misma empleando agar-agar o glicerina.


De este modo creó piezas como la capa que llevó Cristina Pedroche, pero también otras como las de la colección Nidos, que exploraban cómo algunos animales hacen sus propias arquitecturas empleando materiales orgánicos así como residuos plásticos o sintéticos de los humanos. En el desarrollo de sus propios materiales multitextura y en la confección de las piezas mezclaba técnicas artesanales con digitales e impresión 3D.
Estas creaciones con estructura de segunda piel las solía presentar de un modo performativo y, en ocasiones, reaccionaban al calor humano. Según la pieza, resultan incluso inquietantes, pues sus materiales continúan teniendo vida. En algunos casos, son completamente biodegradables. En otros, es como si les hubiera pausado o transformado la línea temporal ya que siguen evolucionando a lo largo del tiempo, bien sufriendo una degradación posorgánica o reviviendo cuando se los hidrata.

Aunque al principio sintió que la moda podía ofrecerle una mayor libertad creativa, con el tiempo se ha dado cuenta de que también tiene sus limitaciones. Se había salido de una profesión que se le hacía encorsetada para meterse en una industria que también lo era. Y ahí ha sido cuando ha soltado un segundo corsé, girando hacia un planteamiento más artístico. Como cuando tienes la revelación de que sigues un patrón que te hace elegir una y otra vez un mismo tipo de pareja y te das cuenta de que por ahí no es. “Llegué a la conclusión de que me gustaba más cómo trabajan los artistas, porque lo hacen desde una investigación, con la libertad de no saber adónde los va a llevar”, reflexiona.

Y en esa etapa está ahora. Investigando en el desarrollo de biomateriales y moviéndose de un modo híbrido entre disciplinas, por lo que las creaciones que diseña y elabora a veces se manifiestan como indumentaria, a veces como objetos e instalaciones artísticas y, a veces, de nuevo, como espacialidades para escenografías o performances.
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