Jorge Redondo, el creativo más simpático del universo de la moda patria
Redondo Brand es un fenómeno de boca en boca ha llevado sus vestidos a México y Estados Unidos, donde concentra más del 10% de su facturación sin tener ningún punto de venta. Hablamos con su fundador de esta marca que aspira a democratizar la costura


Jorge Redondo (Cáceres, 32 años) hace más de dos años que no puede ver una serie de televisión. No se concentra. Su mente funciona como una caja donde van cayendo las piezas de un dominó de estímulos, cada uno más fuerte y brillante que el anterior, y no encuentra sosiego para dedicar toda su atención a seguir una trama con sus personajes, sus nudos y desenlaces. “Veo documentales y películas. Cosas que empiezan y terminan el mismo día, lo que es más largo no lo aguanto porque estoy muy cansado. Nadie más que yo lo nota, pero no estoy bien”.

Jorge es el director creativo de Redondo Brand, una marca de moda que en poco más de cinco años desde su fundación ha vestido a Naty Abascal y a Isabel Preysler, pero también a Ana Guerra y varias veces a las presentadoras de los Goya. Ha conseguido tener el 14% de su facturación en México y Nueva York a pesar de no tener allí ni un punto de venta ni haber hecho jamás una campaña de prensa o de marketing. Ni el propio Redondo sabe explicar muy bien cómo ha sucedido, pero no piensa desaprovechar la ola a pesar de los aranceles de Donald Trump. Aunque le cueste otros dos años de no poder ver series.
En 2019, en secreto y con un capital de solo 15.000 euros, Redondo creó la marca de costura menos petulante del panorama nacional. “Puede ser que haya sido con menos dinero”, aventura. “Vivía con mis padres y, aunque soy bastante derrochón, tenía eso ahorrado, y pensé: si lo pierdo no tengo que pagar una hipoteca, ni un coche, ni mantener a unos hijos. Y se lo oculté a mi madre porque ella ya pensaba que yo trabajaba demasiado. Entonces hacía estilismos para celebridades y tenía la marca de bolsos Tita Madrid con mi hermano”. Se puso a trabajar en 10 modelos y cuando lo tuvo todo le dijo: “Mamá, voy a lanzar en dos semanas”. No se lo contó ni a sus amigos porque quería hacerlo y no quería que nadie le metiera miedo.
Jorge tiene don: caerle bien a todos en el mundo de la moda, un ambiente que no es precisamente generoso y apacible. En el último de sus desfiles en Madrid la gente parecía alegrarse de sus éxitos y no se oyeron muchas maledicencias. Él cree que más que un don es la consecuencia de haber pasado por todos los estamentos del negocio. “Sé cuál es el trabajo de cada quien e intento ayudarlos a todos”, dice.
En cualquier caso, en sus comienzos contó con la generosidad de mucha gente. Amigas que él llama prescriptoras, influencers con miles de seguidores que le encargaron los primeros vestidos. La piedra empezó a rodar. “Vendí desde el minuto uno porque ya era conocido en el sector y tenía amigos. Siempre lo digo en mis charlas en las universidades: no os comparéis conmigo porque para mí fue mucho más fácil. Luego nos tocó la pandemia en nuestra primera temporada primavera-verano y fue duro”. En sus primeros Goya vistió a Candela Peña, Paula Usero y Marta Etura, pero fue su primer desfile lo que le cambió la vida. “Hasta entonces yo era ‘el bloguero’, o ‘el estilista de’ o ‘el ayudante de’, y no es que me molestara porque yo el ego lo tengo muy controlado, sé lo que hago y conozco el valor de mi trabajo, pero de alguna manera ese desfile sirvió para que mucha gente viera que había montado una empresa seria y se dejara de decir que yo tenía un hobby que me habían montado mis padres, como muchas veces escuché y leí; o que yo compraba aquí y allá los vestidos… A mí eso me molestaba porque yo trabajaba mucho”. Y aún sigue trabajando. Llega cada día al taller a las ocho de la mañana y sale pasadas las siete de la tarde. “Llevo todos los departamentos. Puedes preguntarme lo que cuesta la caja de un envío, el número del envío y la etiqueta de la alarma. Te los recito de memoria. También me sé los salarios de cada uno de mis empleados y llevo yo mismo las redes sociales. Me gustaría delegar, pero para eso se necesita tiempo y presupuesto”, admite. Los años de micromanaging lo han dejado agotado. “Trabajo todo el día y duermo poco. No me sienta bien la comida, me duele todo el cuerpo, voy al fisio todas las semanas. No sé si esta vida estresada era lo que yo quería. Lo único que me relaja es quedar a desayunar con amigos y hablar. Hablar sin parar, porque si voy al gimnasio (que no me gusta especialmente) sigo pensando en mis cosas”.
Redondo Brand tiene alrededor de 25 empleados, más los proveedores externos, para sacar al año entre ocho y diez colecciones de fiesta, tres o cuatro colecciones casual y la colección de costura. En este taller, donde se han hecho las fotos del reportaje, se diseñan trajes a medida y la línea prêt-à-porter de novia.
Desde el inicio, la idea de Jorge fue crear una marca de costura abierta, con menos rituales intimidantes. “Siempre me ha dado pena que mucha gente con capacidad de compra no entre en las tiendas por vergüenza. Me encantaba Colette en París porque lo tenían todo colgado y entraba todo el mundo, podías ver un Dior al lado de un Isabel Marant y un poco más allá una camiseta de 99 euros. Me encantaba ver lo bonito de la construcción de una falda de Dior sin sentirme vigilado, y eso era lo que yo quería que pasara en Redondo. No quiero que piensen que nuestra ropa es inalcanzable o que somos prepotentes”.
El concepto de Redondo Brand fue siempre de amplio espectro. Un rango más amplio de precios, de clientes e incluso de celebridades. “Esas marcas que solo quieren vestir a la alta sociedad y a la aristocracia están muy pasadas, eso no es el mundo. Yo quiero vestir a gente que tenga cosas que contar. No quiero una marca encorsetada en un solo tipo de gente, quiero que una aristócrata defienda un Redondo pero también que lo haga una campeona olímpica. Es lo que me divierte”.

Para hacerse un Redondo a medida el primer paso es tener una charla con Jorge. “El encuentro puede durar entre 30 y 40 minutos y me sirve para situarme. La gente llega muy lanzada, al principio lo quieren todo, pero se van desinflando. El miedo las hace recular y acaban eligiendo siluetas sencillas, convencionales y menos espectaculares”, cuenta. “El proceso es largo y complicado. Desde que la clienta viene al taller y se le hace una propuesta hasta que se prueba el traje por primera vez pueden pasar meses. Y con esa incertidumbre hay que lidiar. Intentamos acompañarlas en todo ese tiempo, que sepan que se pueden hacer cambios, pero es normal desconfiar cuando nunca te has hecho un traje a medida”.
Pasó por una temporada muy supersticiosa. Entonces tenía como amuleto de la suerte un calzoncillo que usaba siempre en “momentos específicos e importantes”, como sesiones de fotos, desfiles, entrevistas. “Ahora ya no lo llevo, pero hace como dos años me ha dado por comprar calzoncillos de marcas que siento que me representan, por ejemplo tengo un montón de la marca de Kim Kardashian, de Tom Ford y Celine, y cada día, según esté o según lo que quiera conseguir, elijo cuál ponerme”. También lleva un cuarzo, una pulsera y un pimiento hecho de coral, además de una estampita en la cartera. “Yo soy súper de Dios”. ¿Y qué fue de aquella vieja prenda de ropa interior? La usó mucho tiempo, pero un día importante se le olvidó ponérsela. “Iba de camino a una sesión de fotos y me di cuenta. Me agobié y pensé: algo malo va a pasar. Pero no pasó nada”. Ese día, por fin, su madre pudo tirar ese calzoncillo a la basura.
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