El escándalo del cura de Valdepeñas
Emilio Montes denunció en misa las condiciones en que viven los inmigrantes empleados en los campos de la zona, les dijo a sus feligreses que “nadie debe aprovecharse del débil” y que los inmigrantes trabajan mucho y cobran poco


Es uno de los escándalos del verano, o así lo han bautizado algunos. Emilio Montes, párroco de Valdepeñas, denunció en misa las condiciones en que viven los inmigrantes empleados en los campos de la zona, les dijo a sus feligreses que “nadie debe aprovecharse del débil” y que los inmigrantes trabajan mucho y cobran poco, exigió que nadie abuse de ellos. “Si el jornal son ocho horas, son ocho horas, no doce”, advirtió. “Y si son doce, se pagan las horas extra”. Dijo que los inmigrantes deben tener derechos, que hay que darles de alta en la Seguridad Social y proporcionarles un alojamiento digno. “Si tengo que darte vivienda”, dijo, “te la daré en un sitio donde yo también pueda vivir. No digo el hotel Hilton”, precisó, “pero tampoco un sitio donde no viviría ni yo ni mis hijos”. Dijo que los inmigrantes son seres humanos, que tienen dignidad, que nadie debe tolerar ni justificar desmanes contra ellos, que es una vileza aprovecharse del más débil y que a quien lo hace “se le debería caer la cara de vergüenza”. Eso dijo el cura de Valdepeñas.
¿Quién es el cura de Valdepeñas? Obviamente, un seguidor de Jesucristo. ¿Y quién fue Jesucristo? Permítanme volver a lo más elemental, que es lo que con más facilidad se olvida: Jesucristo fue un peligro público, un radical, un revolucionario, un subversivo, un tipo tremendo que decía cosas tremendas: yo no he venido a traer paz sino espada, por ejemplo; o antes entrará un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos; o todos los seres humanos somos iguales y merecemos la misma consideración y el mismo afecto (esto era lo más subversivo en un mundo dominado por la esclavitud, al fin y al cabo quizá no tan distinto del nuestro: me gustaría saber qué opina el cura de Valdepeñas al respecto). Ítem más, Jesucristo andaba por ahí rodeado de individuos poco recomendables: de marginados, de pobres de solemnidad, de prostitutas. A Jesucristo no lo crucificaron para proporcionarle al cristianismo un logotipo insuperable; lo crucificaron porque la crucifixión era el castigo más cruel, reservado a los peores criminales. No sé a cuántas almas de cántaro oímos sorprenderse durante años porque el papa Francisco se preocupaba por los pobres. Virgen Santísima del Perpetuo Socorro, pero ¿qué tiene eso de raro? ¿Habrá echado esa gente un vistazo al Evangelio? Si lo hubiera hecho, comprendería que lo raro no es un papa que se preocupe por los pobres: ¡lo raro son los papas que jamás se preocuparon por ellos (es decir, la inmensa mayoría)! Todo esto es una pura obviedad, claro está, y por eso el cura de Valdepeñas no tiene que darle ninguna explicación a nadie; él ha dicho simplemente lo que hubiera dicho Jesucristo. Miento: él ha sido muchísimo más conciliador de lo que hubiera sido Jesucristo; si el cura de Valdepeñas hubiese leído según qué pasajes del Evangelio en misa, habrían podido acusarlo de trotskista, y, si Jesucristo hubiera ocupado el lugar del cura de Valdepeñas, no hubiera zurrado a los sinvergüenzas que abusan de los inmigrantes de milagro (nunca mejor dicho) y porque era un pacifista intransigente (con permiso de los mercaderes del templo)… En fin, a nosotros todo esto nos puede gustar más o menos; lo que uno no puede es decir que es cristiano y no ponerse de parte de los pobres y los indefensos, como hace el cura de Valdepeñas, sino de los ricos y los poderosos, que es lo que ha hecho la mayor parte de la Iglesia católica durante la mayor parte de su historia. Mejor que nadie lo explicó el cristiano furibundo Dostoievski en la parábola del Gran Inquisidor, incluida en Los hermanos Karamazov: la historia de la Iglesia católica es la historia de la perversión del cristianismo de Cristo.
En resumen: el escándalo no es lo que dijo el cura de Valdepeñas; el escándalo es que la Conferencia Episcopal todavía no haya amenazado con excomulgar a todos los dirigentes de Vox —ese partido que quiere implantar en España un Estado cristiano— si no retiran de inmediato su repugnante política xenófoba y no piden disculpas de rodillas y sollozando por haberla propugnado. El escándalo no es lo que dijo el cura de Valdepeñas; el escándalo es que sea un escándalo lo que dijo el cura de Valdepeñas.
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