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palos de ciego
Columna
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Idealistas al poder

La izquierda no puede desvincularse de la moral, porque pierde su razón de ser. El cinismo le sienta fatal

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una rueda de prensa en Ferraz el pasado mes de junio.
Javier Cercas

El filósofo mexicano Luis Villoro sostenía que ser de izquierdas era practicar una forma de vida, y que lo esencial no son las ideas, sino la conducta que generan esas ideas. En un libro admirable, La figura del mundo, Juan Villoro resumió el pensamiento de su padre con un aforismo de Lichtemberg: “No hay que juzgar a los hombres por sus opiniones, sino por aquello en que sus opiniones los convierten”. La izquierda no es moralmente superior a la derecha —esa idea es el pasaporte ideal para los canallas—, pero debe aspirar a serlo, porque es inseparable de un compromiso moral: con la justicia social, con la igualdad de oportunidades, con el respaldo a los más débiles, con “una actitud colectiva contra la dominación” (Villoro padre, de nuevo). Moral y política mantienen relaciones complejas, pero la izquierda no puede desvincularse de la moral, porque pierde su razón de ser. El cinismo le sienta fatal a la izquierda.

Muchos políticos juzgan que lo anterior son ingenuidades de soñadores que, como Luis Villoro, desconocen el funcionamiento de la política real; a mí, en cambio, me parece una de las causas fundamentales del descrédito creciente de la izquierda. En 2018, Pedro Sánchez y sus socios tumbaron a Mariano Rajoy por la corrupción, pero siete años más tarde Sánchez y sus socios permanecen en el poder a pesar de su propia corrupción. Ya sé que no todos los socios de Sánchez son de izquierdas (el PNV es de derechas, y Junts×Cat de ultraderecha: basta ver su política migratoria); también podría discutirse cuál de las dos corrupciones (la del PP o la del PSOE) es más corrupta. Lo cierto es que ambas son corrupciones y que el ciudadano medio lo sabe; también sabe que, para nuestros partidos, cuando la corrupción es de los otros, resulta imperdonable, pero, cuando es nuestra, no es corrupción, o apenas: he ahí un ejemplo de cinismo, de ruptura total entre moral y política. “Mucha gente de izquierdas prefiere un PSOE corrupto a que lleguen las (ultra) derechas”, dice Pablo Iglesias; lleva razón (sobre todo si se refiere a los socios del PSOE, que por eso lo sostienen en el Gobierno pese a una corrupción que no tolerarían en el PP). Pero también hay mucha gente de izquierdas que rechaza esa disyuntiva, entre otras razones porque sabe que es precisamente la corrupción del PSOE lo que está acercando al poder a la ultraderecha: Vox es hoy el partido con mayor intención de voto entre los menores de 45 años; como ha escrito Enric Juliana, Vox “capitaliza el brutal desgaste del cuadro político oficial”. Hay quien cree que los jóvenes no se enteran; pero sí se enteran: desde luego, no ignoran que tanto el PP como el PSOE padecen gravísimos casos de corrupción, y saben que ambos viven instalados en el cinismo y no combaten a fondo la corrupción; así que cada vez más jóvenes concluyen que no son los partidos sino el sistema el que está corrompido, el que tolera o fomenta los desmanes, y —surfeando la ola mundial de autoritarismo capitaneada por Donald Trump, deslumbrados por el prestigio imbatible de la rebeldía contra el sistema— piensan votar a un partido antisistema. El hundimiento de la confianza en la política y los políticos, el descrédito de las instituciones y la pestilencia de la corrupción dibujan un cuadro temible: no es extraño que, desde hace un tiempo, los periódicos y las librerías prodiguen la palabra Weimar, nombre con el que conocemos la democracia que destruyó Hitler.

¿Son conscientes nuestros políticos del riesgo palpable que corremos o, cegados por el sectarismo patológico de los partidos y la lujuria del poder, no ven más allá de sus propios intereses? ¿Son conscientes los políticos de izquierdas? No lo sé. Lo único que sé es que a la izquierda le urge un revulsivo y que quizá, antes que político, ese revulsivo debería ser moral: tal vez habría que restaurar el vínculo roto entre moral y política, abolir el prestigio repugnante del cinismo y devolverle a la política la limpieza y el idealismo que nunca debió perder (y que, contra lo que sostienen los cínicos, no está reñido con su naturaleza práctica). Muchos jóvenes entienden muy bien estas cosas.

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Sobre la firma

Javier Cercas
Javier Cercas nació en Ibahernando, Cáceres, en 1962. Es autor de 12 novelas que se han traducido a más de 30 idiomas y le han valido prestigiosos galardones nacionales e internacionales. Ha recibido, además, importantes premios de ensayo y periodismo, y diversos reconocimientos al conjunto de su carrera. Es miembro de la Real Academia Española.
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