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Palos de ciego
Columna
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Yo soy vuestra venganza

Y ahí está Trump, máxima expresión invertida de lo ‘woke’, de vuelta en el poder gracias a lo ‘woke’

Donald Trump durante una visita al Centro John F. Kennedy para las Artes Escénicas en marzo de 2025.
Javier Cercas

Sostiene Pascal Bruckner que Donald Trump es un woke absoluto. ¿Puede serlo el máximo antiwoke? En teoría, sí —hay que tener mucho cuidado con lo que se odia: casi siempre se acaba imitándolo—, pero ¿también en la práctica? Según Bruckner, Trump es woke porque encarna el victimismo del varón blanco heterosexual, que sufre porque se siente víctima del feminismo y el antirracismo, de la élite globalizada de Washington y de quienes, según piensa, le han robado su país, condenándolo al empobrecimiento económico y la pérdida de relevancia social. ¿Lleva razón Bruckner?

Entiendo por woke un movimiento nacido en Estados Unidos que llama a mantenerse alerta —en inglés, woke significa “despierto”— y a combatir el racismo, el sexismo, la homofobia y las desigualdades sociales y de género, y que en definitiva pretende la emancipación de los colectivos oprimidos y marginados. Estas aspiraciones no pueden ser más justas, ni los sentimientos que las inspiran más inequívocamente de izquierdas, lo que explica que la derecha, empezando por Trump, identifique sin más la izquierda con lo woke y que, a la inversa, muchos consideren cualquier crítica a lo woke como una forma más o menos solapada de hacerle el juego a la derecha. Lo cierto sin embargo es que, contra lo que creen los militantes del wokismo, éste se asienta en ideas muy reaccionarias, como ha mostrado Susan Neiman en un libro lúcido e invulnerable al chantaje del sectarismo de la izquierda (uno de los responsables decisivos de algunas de sus grandes derrotas): Izquierda no es woke. La principal de esas ideas pseudoizquierdistas es el tribalismo. “La derecha siempre ha asumido que uno solo puede conectar a fondo y sentir obligaciones respecto a personas de su misma tribu”, recuerda Neiman, “mientras que la izquierda pensaba que la tribu abarca a todo el mundo, y que uno puede conectar con todo tipo de personas diferentes y sentir obligaciones hacia ellas”. Por poner un ejemplo: la llamada “apropiación cultural” —una idea típica del movimiento woke, según la cual es ilegítimo tomar o usar elementos de una cultura o tribu ajena a la tuya— es por completo retrógrada, porque la creación cultural se fundamenta precisamente en la apropiación cultural, en la mezcla o hibridación o mestizaje de tradiciones diversas, sin la cual no hay manera de forjar una cultura valiosa. El wokismo afirma que es necesario defender los derechos de las minorías históricamente oprimidas, como las mujeres o los homosexuales; la izquierda, en cambio, afirma que es necesario defender los derechos de todos sin excepción, incluidas las minorías históricamente oprimidas, o empezando por ellas. (Sobra añadir que una minoría oprimida puede convertirse en opresora: que se lo pregunten a los palestinos de Gaza, cuyo verdugo de hoy basa todos sus derechos, incluido el derecho ficticio de aniquilarlos, en su condición verdadera de víctima pretérita). Se trata de una diferencia sutil, pero trascendental. La prueba es que Trump ha vuelto al poder en gran parte porque muchos estadounidenses sintieron que los demócratas eran más woke que de izquierdas, y la intuición política del magnate le dictó que, si la lucha se planteaba en términos tribales, él tenía todas las de ganar, porque su tribu sigue siendo la más poderosa. Por supuesto que esa tribu —los varones blancos y heterosexuales— no es, como grupo, víctima de nada, pero así es como se sienten algunos de sus miembros o, más bien, así es como quieren sentirse en este tiempo que fomenta la perversión ética de transformar a las víctimas en héroes (“Nadie quiere ser una víctima”, escribió Tzvetan Todorov, “pero todo el mundo quiere haberlo sido”). En un discurso espeluznante, Trump clamó: “Yo soy vuestra venganza”. Se dirigía a los suyos, a su tribu. Y, dado que incluso la izquierda había planteado la pelea política como una pelea entre tribus, los suyos le siguieron. Y ahí está él, máxima expresión invertida de lo woke, de vuelta en el poder gracias a lo woke.

En Estados Unidos no ha sido la derecha quien derrotó a la izquierda. Ha sido la izquierda quien se derrotó a sí misma. Como de costumbre.

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Sobre la firma

Javier Cercas
Javier Cercas nació en Ibahernando, Cáceres, en 1962. Es autor de 12 novelas que se han traducido a más de 30 idiomas y le han valido prestigiosos galardones nacionales e internacionales. Ha recibido, además, importantes premios de ensayo y periodismo, y diversos reconocimientos al conjunto de su carrera. Es miembro de la Real Academia Española.
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