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Palo de ciego
Columna
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Por la abolición total del trabajo

No he trabajado nunca porque trabajar de verdad consiste en ganarte el pan haciendo algo que no te gusta

Un miembro de UGT sostiene una bandera del sindicato durante la manifestación del pasado 1 de mayo por el Día Internacional de los Trabajadores.
Javier Cercas

Hace unos años conseguí que mis odiadores me pusiesen por enésima vez a caldo porque en una entrevista se me ocurrió decir que yo no había trabajado en mi vida. Esa gente entrañable debió de pensar que por fin salía del armario, que esta vez sí me habían pillado, que pronto reconocería que en realidad era nieto del vizconde de Ibahernando e hijo de un potentado extremeño y por eso no había dado un palo al agua en mi vida. Pero la realidad siempre es decepcionante, sobre todo para los odiadores: la realidad es que en Ibahernando no hemos visto un noble en nuestra puñetera vida, que mis abuelos eran campesinos sin estudios, que mi padre perteneció a la primera generación de la familia que fue a la universidad y que yo no he trabajado nunca porque trabajar de verdad consiste en ganarte el pan haciendo algo que no te gusta y yo he procurado arreglármelas siempre para hacer lo que más me gusta, que es leer, escribir y pensar en las musarañas, y por eso sería insultar a quienes trabajan de verdad decir que yo he dado un palo al agua en mi vida.

Esa es la realidad. Ganarte el pan haciendo lo que te gusta no es trabajar (y por eso los que nos ganamos así la vida no solemos ir de vacaciones: para qué vas a dejar de hacer lo que te gusta si es lo que te gusta); trabajar, insisto, consiste en ganarte la vida haciendo algo que te disgusta. Hay que evitarlo a toda costa. Es un atentado contra la dignidad humana, que debería estar penado con sanciones severísimas. La primera vez que lo pensé fue una tarde en la Feria del Libro de Madrid. Un chaval me había pedido que le firmara unos ejemplares de mis libros y, mientras lo hacía, le pregunté de dónde era. De Madrid, me dijo. Luego me dijo que era ingeniero y trabajaba en Alcobendas, y yo le pregunté si le gustaba su trabajo; entonces dudó: primero dijo que no mucho, luego que poco y al final que nada. Lo que de veras me gusta es leer, dijo. Levanté la vista y vi unos ojos jóvenes y apagados. En realidad, añadió, señalando los libros que le estaba firmando, el único momento del día en que lo paso bien es cuando viajo en tren de Madrid a Alcobendas y de Alcobendas a Madrid, porque entonces puedo leer. Para qué mentir: me entraron unas ganas espantosas de llorar, sentí un deseo irresistible de abrazar al chaval, de gritarle que lo mandase todo a la mierda y no volviera en su vida a Alcobendas, pensé que ese chaval, que hubiera podido ser un buen profesor, un buen editor, un buen escritor, qué sé yo, solo podía ser un ingeniero mediocre, y fue entonces cuando supe sin posibilidad de dudas que el trabajo debería prohibirse cuanto antes. Por una parte, porque está científicamente demostrado que hace infeliz a la gente, y nadie tiene ningún derecho a ser infeliz; y, por otra, porque está igualmente demostrado que es del todo estéril y que la única forma de llegar a ser una persona de provecho consiste en no trabajar, es decir, en ganarse la vida haciendo lo que a uno le gusta. Dicho de otro modo: en cuanto empiezas a trabajar, ya estás perdiendo el tiempo. Esto, insisto, es una evidencia: nadie puede dar lo mejor de sí mismo si no hace lo que más le gusta, es decir, si no se dedica a no pegar golpe en vez de perder el tiempo trabajando; haciendo lo que a uno no le gusta, es decir, trabajando, lo único que se consigue es tirar la propia vida a la papelera. Por supuesto, no siempre se puede no trabajar, sobre todo si uno no es hijo de un potentado, a veces no queda más remedio que dar algún que otro palo al agua, yo mismo hice la mili y durante años enseñé en la universidad; pero, en cuanto sea posible, hay que huir del trabajo, porque en esta vida no se puede hacer nada peor que trabajar. Y por eso propongo sentar sin más en el potro de tortura al próximo padre bienintencionado que le diga a su hijo que no estudie lo que le gusta —el arte de tocar las castañuelas, por ejemplo— y estudie algo práctico —Derecho o Ingeniería, por ejemplo—: ¡a los hijos no se los educa para trabajar, coño; se los educa para no pegar golpe!

“El trabajo libera”, se leía a las puertas de Auschwitz; mentira: el trabajo esclaviza. Muerte al trabajo.

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Sobre la firma

Javier Cercas
Javier Cercas nació en Ibahernando, Cáceres, en 1962. Es autor de 12 novelas que se han traducido a más de 30 idiomas y le han valido prestigiosos galardones nacionales e internacionales. Ha recibido, además, importantes premios de ensayo y periodismo, y diversos reconocimientos al conjunto de su carrera. Es miembro de la Real Academia Española.
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