Una brutalidad infinita


Hay quien disfruta echando palomitas de maíz a las palomas y quien goza dando de comer bebés a los reptiles. Va en temperamentos. Trump ha hecho muchas bromas sobre este centro de detención de migrantes situado en Florida y cuya característica principal es que está rodeado de un foso con caimanes hambrientos. Le hace gracia la idea de que a un desgraciado se lo coma un lagarto. Todo ello proporciona una idea de su mentalidad infantil y desalmada. En los dibujos animados vemos con frecuencia castillos medievales protegidos con este tipo de recursos. Donald Trump vive en una especie de filme de animación del que usted y yo somos personajes secundarios. Tal es su idea de la estética y de la ética a la que quiere someternos. El mundo como parque de atracciones de la miseria mental y del horror físico.
El planeta de los simios exhibía a un grupo de monos a caballo y dando caza a los seres humanos que intentaban evadirse de esa tiranía animal. La escena nos recuerda a las batidas en las que las autoridades estadounidenses persiguen a familias en la frontera sur del país. Pone los pelos de punta asistir en los telediarios a las carreras de padres y madres con sus hijos en brazos, tropezando y cayendo y levantándose, como si fueran perseguidos no por seres de su misma especie, sino por monstruos mitológicos de brutalidad infinita. El invento de los caimanes no funciona solo como una forma de coerción mecánica, sino como metáfora de hasta dónde será capaz de llegar este sujeto en sus manifestaciones de animalidad y xenofobia.
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