Ir al contenido
_
_
_
_

De bicicleta plegable a icono global: 50 años que explican el éxito de la ‘brompton’

Tiene legiones de fans y ha reformulado la forma en que muchos se mueven por la ciudad. Entramos en la fábrica londinense donde se realizan estas bicis desde hace medio siglo

Brompton
Clara Blanchar

Que se pare el mundo para celebrar una bicicleta. En junio, la enfermera Cherry Tong viajó de Hong Kong a Londres, de miércoles a domingo, entre dos guardias del hospital donde trabaja, solo para correr el campeonato mundial de Brompton y conocer a fans como ella. Incondicionales de la bici plegable hecha a mano en Londres y reconocible por su forma: rara o feísima para unos, un prodigio del diseño para otros. Peter Hutchinson no se pierde una, vestido de escocés. También estaba Andrew Barnett, conductor de autobús londinense. Laura, Jorge y Lázaro se conocen de chats de forofos y volaron a la capital del Reino Unido desde Canarias, Madrid y Barcelona.

Son parte de la legión de fans de una bici pequeña, compacta, nerviosa pero sólida, de marchas cortas y muy fácil de plegar y desplegar que este año celebra medio siglo. La marca tiene 300 grupos de fans en 98 ciudades que suman medio millón de personas, recuenta el jefe de Comunidades, Peter Yuskauskas. La carrera anual, este año en un circuito habilitado de King’s Cross, en Londres, es un festival donde los participantes visten de traje o se disfrazan y el tiempo comienza a correr antes de que desplieguen sus bicis. Con fama de pija, el precio de una brompton va de los 1.100 hasta los casi 5.000 euros.

El ingeniero Will Butler Adams es el director general de Brompton. Está enamorado, así lo dice, de una bicicleta de la que es partícipe y que asegura que “cambia la manera de moverse por las ciudades y la vida de la gente”.

La de esta bicicleta es una historia de ingeniería y casualidades. La inventó el ingeniero Andrew Ritchie en 1975 y, después de varios prototipos, en 1981 se produjeron las primeras 500. Desde entonces se han vendido más de un millón sin apenas tocar la original, solo mejorándola. Mantiene las ruedas de 16 pulgadas, y el plegado en cuatro pasos. El modelo básico pesa 10 kilos y tiene 1.200 componentes. “Una locura, si falta una sola pieza, se para la producción”. Habla Will Butler-Adams, director general, mientras enseña la fábrica, en el londinense barrio de Greenford, durante una visita a la que este diario fue invitado.

De apellido compuesto, pronunciación del inglés como el de la BBC, anillo con sello en el dedo meñique y botas gastadas, Butler-Adams aprovecha para practicar el español que aprendió en Salamanca, cuando estudiaba Ingeniería: “Aquí están los 38 soldadores, la aristocracia de la fábrica”. Son los mejor pagados de la planta, cualquier empleado puede intentar aprender. Su trabajo es tan preciso, difícil e importante para la solidez del cuadro que cada brompton lleva grabadas las iniciales de su soldador. “Es un trabajo de habilidad extrema, de minimizar la distorsión”, explica el jefe mientras se agacha para recoger un cartoncito del suelo.

La soldadora Rebecca Francis forma parte de esta élite. Entró con 19 años. Ahora tiene 33 y lleva varios haciendo un trabajo cuyo secreto es “poner plena atención en la coordinación entre los dos brazos”. Alucinó un día que, en una tienda de Nueva York, levantó una bici y, chas, llevaba sus iniciales. En otras zonas de la planta se arman ruedas, cambios, accesorios, se pintan las piezas… Y al final, el carrusel de montaje: cuadro, horquilla delantera, tija, luces, guardabarros, ruedas, cadena, frenos y manetas. Cada año salen de Greenford 100.000 unidades.

La inmensa mayoría de los empleados va a trabajar en brompton. Parece publicidad, pero la prueba son los tres pisos de estanterías con bicis plegadas. “Nuestra gente cree en el producto”, asegura el jefe. ¿Cuál es el secreto? “Ingeniería”, “profundizar en la ingeniería” o “tomar decisiones sin presiones y a largo plazo”, en palabras de Butler-Adams. “Durante años no nos importó el cliente, nos importaba la bici. Como ingenieros estábamos obsesionados en producir algo útil; no sexy, ni moderno, sino útil en las ciudades y que durara mucho tiempo. Esta bici cambia cómo se mueve la gente”, presume.

Butler-Adams lleva 23 años en una casa que tiene unos 800 empleados, 600 en Gran Bretaña. Llegó por casualidad. Conoció en un bus a un amigo del fundador: “Tengo un amigo que está fabricando una bici, creo que necesita ayuda, ¿por qué no hablas con él?”, le propuso. Y hasta ahora. “Sigo porque esta bici cambia la vida de la gente, y cuando trabajas en algo así, no te quieres ir”. Expansivo y carismático, el día de la carrera había cola para hacerse selfis con él.

En una sala de reuniones, habla junto a su mano derecha, Will Carleysmith, jefe de producto y también ingeniero. Dos décadas de tándem. “Las primeras bicis de Andrew eran brillantes, pero no muy resistentes. Las evolucionamos, profundizamos para que funcionaran mejor”, apunta Carleysmith. “La utilidad es la otra clave y es insólito, porque es más útil de lo que la gente espera”, remata.

Otra casualidad digna de ser contada: en 2000, Andrew Ritchie, el inventor, se enteró de que cerraba la fábrica donde compraban los cambios de tres marchas de tubo. Problemón. Alquiló una furgoneta, condujo hasta Nottingham y compró todo el stock. A la salida, en el aparcamiento, había un hombre apoyado en el coche. ¡Era el diseñador de los cambios de marchas! Se llama Steve Rickels. Le ficharon. Suya fue la idea de añadir un pequeño piñón a la bicicleta; permitiría pasar de tres a seis ­velocidades.

Exportan el 80% de la producción a 47 países, del que China es actualmente el mayor mercado. Y por primera vez han sacado una nueva bici: más grande y con ruedas más gruesas, pensada para clientes que piden una brompton para salir de la ciudad.

El inventor de la Brompton, Andrew Ritchie, a comienzos de los años 80. Joven ingeniero, se mudó a Londres y se le ocurrió crear una bici plegable para moverse por la ciudad. La marca se llama así por la iglesia que Ritchie veía desde la ventana de su casa: Brompton Oratory.

Pero no siempre se pedalea cuesta abajo. Después de la pandemia, las ventas de bicicletas que se habían disparado se desplomaron de golpe. La resaca para el sector es larga. Para Brompton, también. En 2024 la marca perdió un 5,3% de facturación (que ascendió a 141 millones de euros) y el beneficio fue cero. “Lo pasamos mal, y si solo perdimos un 5% fue por el crecimiento en China, que ha compensado la caída de Europa”, admite el máximo ejecutivo. Pero presume de no haber vendido con descuentos como otros fabricantes: “No podemos permitírnoslo, tenemos que proteger la marca”. Les salvó captar casi 21 millones de euros emitiendo acciones, que invirtieron, entre otras cosas, en la nueva bici. Butler-Adams confía en crecer un 10% y recuperar beneficios, “pero no rápido, en dos o tres años”.

En Asia (China, Japón o Hong Kong) las brompton son un fenómeno: grandes ciudades, pisos pequeños y una sociedad que valora la personalidad de los productos. Los dos ingenieros celebran “la soledad” que su bici ha contribuido a romper, con grupos locales muy activos.

En el campeonato de junio corrieron varios empleados de la fábrica de Greenford. Los delataba el griterío del público. ¿Y qué relación diaria mantienen con la bici y pedalear Butler-­Adams y Carleysmith? El director general vive fuera de Londres: conduce un tramo y pedalea otro. Andar en bici es “alegría, libertad, transportarse a la infancia”, dice. Carleysmith siempre siempre va en bici. Los 11 kilómetros de trayecto le regalan “tiempo para desconectar del móvil y los auriculares”. “Una hora de bici al día es una hora de ejercicio y pensar”, proclama.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Clara Blanchar
Centrada en la información sobre Barcelona, la política municipal, la ciudad y sus conflictos son su materia prima. Especializada en temas de urbanismo, movilidad, movimientos sociales y vivienda, ha trabajado en las secciones de economía, política y deportes. Es licenciada por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_