Una vivienda en Portugal para acoger a una comunidad de creadores
El artista sevillano Miki Leal reformó una vivienda rural y unos edificios industriales al norte de Lisboa con la intención de convertirlos en su casa-estudio


Pocas canciones hay más hermosas que Uma casa portuguesa. La escribió el poeta Reinaldo Ferreira (hijo), portugués nacido en Barcelona en 1922, y la popularizó la voz inmensa y exquisita de Amália Rodrigues. Su belleza reside en la sencillez con que habla de comunidad y hospitalidad doméstica, de sentirse bien en la casa de uno y compartir ese bienestar con los demás. “En una casa portuguesa queda bien / el pan y vino sobre la mesa / Y si a la puerta humildemente llama alguien / Se sienta a la mesa con la gente”. Esta es, con certeza, una casa portuguesa, aclara su estribillo. Y una casa portuguesa, con certeza, es la que ha abierto el artista español Miki Leal (Sevilla, 51 años) en la freguesía de Vimeiro, a una hora de viaje en coche hacia el norte desde Lisboa. A decir verdad, no es una sino tres casas, aunque en tiempos solo la primera sirvió como vivienda. Abiertas a la luz, al paisaje y a las visitas, recubiertas de azulejos y siempre provistas de víveres locales —pan y vino incluidos—, las casas portuguesas de Miki Leal tienen, hoy, vocación de punto de encuentro para una amplia comunidad.

Como siempre, hay una historia detrás de esto. Y empezó en Sevilla, hace más de 15 años. A Leal le habían propuesto una intervención en el CAAC, el museo de arte contemporáneo de la ciudad, que se ubica en la antigua Cartuja que después fue una fábrica de loza fundada por el británico Charles Pickman Jones. La propuesta artística debía guardar relación con aquel pasado, pero Leal, ya un joven pintor reconocido, nunca había trabajado con cerámica. “Y entonces me enteré de que mi bisabuela y mi tía-bisabuela habían sido pintoras en La Cartuja, y me empezó a enganchar el tema”, recuerda. “Terminé haciendo unas cuantas obras de cerámica para aquella exposición, y luego me llamaron para participar en la tercera Bienal del Alentejo, en Portugal, para la que hice otra, esta vez aludiendo a Bordallo Pinheiro, el gran dibujante y ceramista portugués”. Siguiendo esa pista llegó hasta la localidad de Caldas da Rainha, donde está la fábrica en la que Pinheiro producía sus míticos trabajos con formas vegetales y animales, y donde hoy colaboran creadores de todo el mundo. “Allí conocí a un hombre llamado Pedro Pacheco, que se convirtió en mi ceramista, y que a través de mí empezó a trabajar también con otros artistas españoles”, apunta. Desde entonces, Miki Leal es uno de los artistas visuales contemporáneos españoles que han incorporado la cerámica a su práctica habitual con más originalidad, y al mismo tiempo con más respeto por la tradición.
Y al poco llegó la casa: “Después de varios años trabajando en Portugal, me puse a buscar una vivienda, algo que estuviera alejado, pero que tampoco hiciera de mí un ermitaño. Un día, pasando por la zona, vi tres ruinas: una antigua fábrica de cerámica de mitad del siglo XX medio derruida, un almacén de aperos y la casa familiar de los propietarios. Estaban en un parque natural y no se podía edificar nada, pero sí era posible arreglar lo que ya existía. Me venían muy bien para construir sobre ellas”. Era 2019 y, después de vivir entre Madrid y Sevilla, acababa de volver de una estancia en Nueva York, se había separado de su mujer, y su hijo había partido al extranjero para proseguir sus estudios. “Era un buen momento para el cambio”, prosigue. “Compré las casas y empecé enseguida con la obra, pero se paralizó con la covid y con los procesos administrativos. Pero cuando la situación se despejó volví a ponerme a ello, y este año al fin lo he terminado”.



Contó con la ayuda del estudio de arquitectura Martín Maján, con el que ya había trabajado en otros proyectos. Pero, aclara, “esta vez quería que me dejaran hacer a mí de arquitecto”. Impuso la utilización de materiales de la tierra: “Nada de acero, sino arcilla, piedra… lo que haya por aquí. Y quería introducir la cerámica, como vínculo con Portugal, pero también como algo que hago en mi práctica artística. Abel, el arquitecto de Martín Maján, se dedicó sobre todo a la parte de estructura, y yo introducía cosas, como el suelo, con mis propios recursos creativos. Por ejemplo, quería hacer todas las chimeneas y los baños en azulejo, tener cerámica dentro y también fuera, y que la casa de invitados fuera un cubo de cerámica. Es lo mismo que hago como artista: allí parto de una idea, pero nunca tengo un esquema muy claro de lo que voy a hacer. Todo el que viene me dice: ‘Esta casa parece un cuadro tuyo”.
Los azulejos que cubren fachadas y paredes interiores son fundamentales para lograr esa sensación. La mayoría de ellos los ha pintado él mismo, y muchos proceden de instalaciones artísticas suyas reutilizadas. “Por ejemplo, los de los baños son como murales de restos de una instalación”, explica “En algunos casos, además de pintar los azulejos a mano, también los he colocado yo mismo, porque me resultaba más difícil explicar a los albañiles cómo hacerlo. Las chimeneas las he hecho yo enteras”. Los colores también están cuidadosamente elegidos: “La base son el azul, el verde y el blanco. Hay dos colores míticos en cerámica, el cobalto que te da toda la gradación de azules, y que en Portugal se usa mucho, y el verde, que es típico de Caldas da Rainha y tiene un brillo algo tornasolado”.

En cuanto a la decoración y los muebles, primó que todo fuera sustentable: “Económicamente, quiero decir. Mucho de lo que tengo fue un poco como ‘a ver qué me encuentro’. Hay muchas piezas de mobiliario encontradas en viajes, muebles de Palermo o de Roma, o heredados de mi familia. Para mí toda la casa es como un autorretrato psicológico. Es un reflejo de mí, porque me gusta vivir como creo y crear como vivo”.
La casa principal tenía un molino de agua, y allí Miki Leal ubicó la cocina. “Dejé sus piedras originales como testimonio, aunque el molino ya no esté”. El edificio tiene tres plantas de unos 90 metros cuadrados cada una, aunque pudo añadir un apartamento habitable sobre la tercera planta. La casa de invitados es lo que en otro tiempo fue el almacén de aperos, un cubo de algo más de 60 metros. Y en la fábrica ha instalado su estudio, diáfano, de unos 100 metros.
Está rodeado de extensiones de árboles frutales. “Así que no tengo vecinos, y lo más cercano hacia el mar es el pueblo de São Martinho do Porto, aunque también me queda cerca Nazaré”, prosigue Miki. “Para hacer la compra, voy a un sitio que se llama Labrador, que son unos supermercados familiares que venden cosas muy sofisticadas, como jabones y productos de perfumería, lo que contrasta mucho con el ambiente rural, y también tienen una pescadería y una carnicería increíbles. Eso está a nada, casi andando. Y el pueblo, Vimeiro, es muy pequeño, pero me basta”.

Sigue manteniendo sus casas de Madrid y Sevilla y su estudio profesional, Nave Oporto, compartido con otros compañeros, en el barrio madrileño de Carabanchel. Pero pasa temporadas cada vez más largas en Portugal. Su intención es que su casa portuguesa se convierta también en un centro creativo con programas y talleres para artistas, y reuniones con comisarios y críticos. Espera que el lugar opere como una residencia artística, pero de forma distinta a la habitual: “En una residencia, se espera que el artista cree algo durante su estancia. La mía sería solo para estar, para leer, o hacer lo que te dé la gana, y tener tutorías con comisarios y otros artistas. Convivir, y hacer buenas comidas, y que la creación venga después. Una casa más de encuentros que de hacer”.
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