El problema de asociar la belleza al éxito social
La sobrevaloración del físico, distorsionado por las presiones que llegan desde la publicidad y las redes sociales, impone un ideal de belleza asociado al éxito social


En el segundo plano de muchas dolencias está el pulso malogrado de la mesura frente a los placeres desaconsejados. En la práctica, como esa piedra en la que siempre se tropieza dos veces, la enfermedad llega a ser un modo de aceptar un estilo de vida más sobrio y esencial, aun cuando, como opinaba Santiago Rusiñol, “si no pudieran contar sus enfermedades, hay muchos que no estarían enfermos”.
Las estadísticas e informes que regularmente diseminan datos sobre las patologías de la población adulta en España aturden: un 20,13% de los ciudadanos sufre de hipertensión, un 18,03% de colesterol alto y un 14% de diabetes, aunque hay expertos que elevan estas cifras considerablemente a partir de los casos sin dictaminar. En algún momento de su vida, el 80% de la población ha sufrido dolores de espalda, un 70% cefaleas y entre un 30% y un 40% dolor cervical (cervicalgia). La artritis aqueja a más de siete millones de personas. Las afecciones alérgicas perturban al 15,96% de la ciudadanía, cifra que se eleva al 25% si se tiene en cuenta también a la población infantil. Un 15,78% de los españoles asegura padecer dolor en el cuello de forma crónica. Un 11,5% afirma sufrir de varices en las piernas, afección que se calcula sube a un 30% entre las personas mayores de 55 años. Debido a los nuevos estilos de vida, la mitad de la gente tiene alguna patología digestiva; otros tantos, hemorroides, y un 56% problemas bucodentales. Si a esto se le suman los datos referentes a la ansiedad, el insomnio, la incontinencia urinaria, el sobrepeso, la sordera, las actividades extraescolares, los que no llegan a fin de mes, los robos, los miedos, las marcas blancas y el dinero negro, cuesta entender que alguien conserve el ánimo suficiente para entrar en el debate de la maternidad subrogada o para que Instagram muestre tanta felicidad por publicación.
“No eres tú, es mi microbiota”, podría ser la respuesta para acabar con un flirteo. Me cuesta imaginar en aquella Verona del final del siglo de los genios a una Julieta Capuleto disolviendo el hechizo amoroso ante Romeo recurriendo a la descripción de las flaquezas de vientre derivadas de un estómago desconcertado, estragado y lleno de calenturas. La solución a la angustia del Montesco la brindó unos siglos antes el notable médico de reyes y papas, Arnau de Vilanova, en su obra Tractatus de amore heroico, designación con la que en la Edad Media se conocía a la enfermedad de la pasión amorosa no correspondida. La solución al insomnio, la tristeza y la falta de apetito derivados del mal de amores sugería atenuarlo mostrando los defectos del ser amado o distrayendo el pensamiento con actividades agradables, como dormir, conversar, pasear por la naturaleza, escuchar música, tener relaciones sexuales y sobre todo viajar, cuanto más lejos mejor.
Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) en adolescentes de la edad de Romeo y Julieta han llegado con el desasosiego que ocasiona la figura corporal y el empleo de referencias no saludables a la hora de determinar la propia imagen. La sobrevaloración del físico, distorsionado por las presiones que llegan desde la publicidad, las series o las redes sociales, impone un ideal de belleza asociado al éxito social, familiar y profesional respaldado por los reportes que sostienen que la gente con “buena apariencia” tiene más oportunidades laborales, mayores retribuciones y se relaciona mejor que quienes no cumplen con las cualidades normativas. Y como el bienestar psicológico depende de la integración y de la aceptación social, la preocupación excesiva por el peso llega a transformarse en una prioridad, especialmente para las mujeres jóvenes, que deriva en comportamientos alimentarios anormales.
Estamos consiguiendo que la insatisfacción arraigue de tal forma que es ya un problema endémico y cultural modelado por ideas arbitrarias dentro de un estilo de vida frenético. Sostenía Gregorio Marañón que en este siglo acabaremos con las enfermedades, pero nos matarán las prisas. O los estereotipos. Inalcanzables, añadiría yo.
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