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Punto, juego y ‘suite’: así es el hotel parisiense donde se jugaba en el siglo XVII el deporte precursor del tenis

El hotel Jeu de Paume, en la isla de Saint-Louis de París, ocupa un recinto que rinde homenaje a su legado en la historia de los deportes de raqueta

Vestíbulo junto a la recepción del hotel Jeu de Paume, en la isla de Saint-Louis de París.
Use Lahoz

En 1610, Luis XIII de Francia llegó al poder con apenas nueve años tras el asesinato de su padre, Enrique IV, quien en vano se había esforzado por transmitir a su hijo su pasión por la caza, porque al pequeño lo que más le atraía era un deporte que empezaba a despuntar, que practicaban reyes y nobles y que había venido para transformarse y quedarse: el jeu de paume, juego de palma, precursor del tenis moderno y de todos los deportes de raqueta.

Entre las acciones que impulsó Luis XIII (con ayuda de su madre, María de Médici) para mejorar el bienestar de París en el siglo XVII podemos recordar la terminación del Pont Neuf, la decisión de poblar l’Ilot Vache (la isla de las vacas) y rebautizarla como isla de Saint Louis y, por supuesto, la proliferación de pistas de juego de palma, su debilidad.

Pintura del siglo XVIII que representa a jugadores del llamado juego de palma, precursor del tenis actual y de los deportes de raqueta.

Precisamente en esta isla, hoy joya turística y reducto de calma y estilo en mitad del Sena, en el 54 de la calle de Saint-Louis en l’Île se encuentra el hotel Jeu de Paume o, lo que es lo mismo: el único campo de juego de palma original del siglo XVII que se conserva. Conviene recordar que en el jeu de paume, el jugador que iba a servir tenía la obligación de avisar a su oponente con el grito de “Tenez messire!” (pronunciado “tené mesir”, que vendría a significar en el contexto deportivo “toma” o “recibe”; “tenez” es la forma imperativa del verbo francés tenir, tener, sostener). Si no se advertía el saque de ese modo, se perdía el punto. En el siglo XVII llegó a haber en la capital de Francia 150 pistas donde practicar jeu de paume. Al parecer fueron los ingleses quienes, tentados por el juego, se aficionaron de manera visceral a él y, como la lengua chic y noble de la época era el francés, con su pronunciación inexacta hicieron que la sonoridad derivara a un “Tenés mesir” y, con el tiempo, ese “tenés” se convirtió en “tenis”.

Una de las habitaciones del hotel, con todo su sabor de época.

Con intención de fomentar un ambiente atractivo para una isla que se consideraba insalubre y poco accesible, Luis XIII ordenó en 1634 la construcción de este Jeu de Paume en el que llegó a jugar varias veces y en el que nos encontramos ahora junto a Nathalie Heckel (París, 60 años), actual directora del hotel: “Tenemos suerte de estar ubicados en esta escenografía única, un pequeño pueblo en mitad de una gran ciudad. Fue el marido de mi madre, Guy Prache, un arquitecto con sentido de la estética y la tradición, quien descubrió el edificio en 1987. Estaba en ruinas, con un aspecto espantoso, pero se mantenía erguido, orgulloso de su accidentada historia. Mi padrastro decidió renovar el edificio y retirar todo lo que no fuera original para crear un hotel que respetara la tradición y la identidad original del jeu de paume. Así nació el hotel, enclavado entre dos brazos del Sena”.

Clasificado en el inventario de monumentos históricos de París, con una elegancia apuntalada sin razones, ya desde la entrada se aprecia la forma antigua de trinquete, con su muro central y los dos laterales, además del techo (hoy de cristal para favorecer la entrada de luz natural) y de las gradas o galerías en las que se agolpaba la gente para seguir los puntos. Aquí, donde hoy se sirve el desayuno, se jugaron partidos hasta 1747, fecha en que se mandaron cerrar todas las pistas para evitar que en ellas se conspirara contra los reyes. Cuando decayó la moda del juego, el lugar se transformó en un local comercial. Los propietarios lo alquilaron a artesanos, carpinteros, pintores y forjadores, y fue entonces, en 1750, cuando se construyeron las estancias en las que encontramos algunas de las 30 habitaciones de este hotel de cuatro estrellas. “Mi padrastro quería un hotel para venderlo, pero un hotel no lo puedes vender hasta que no funciona, así que pensó explotarlo dos años y le propuso a mi madre hacerse cargo… y, ya ves, casi 40 años después no hemos bajado nunca del 90% de ocupación. La clave, decía mi madre, fue no haber estudiado hotelería, porque como no sabía nada recibía a la gente como si fueran amigos que acoges en casa, y tengo que decirte que cuando haces eso con el cliente, funciona”.

Recorremos una pista de jeu de paume de casi 400 años de antigüedad, una atmósfera protegida, con carácter, que difiere de la otra sala parisiense en la que también se practicaba este deporte, el museo del Jeu de Paume en las Tullerías, que se construyó en 1861 por voluntad de Napoleón. Todos los demás fueron destruidos. En los años ochenta, uno de los vecinos del barrio era el músico Georges Moustaki, que tenía por costumbre aparcar aquí sus motos. “Desde que se abrió el hotel no pudo hacerlo, y siempre que me veía me decía: ‘Me has dejado sin parking, menuda faena, pero te ha quedado muy bonito”, recuerda Nathalie, que evoca de nuevo a Guy Prache y a la cantidad de gente de la federación nacional de tenis que durante años se alojaban aquí. “No trabajamos con Booking porque solo piensan en el negocio y carecen de sensibilidad artística. Tenemos una clientela que valora la escenografía, la piedra original, las vigas de castaño en las que todavía resuena la pelota y el grito ‘Tenez messire!”. En aquel entonces no había luz, y cuando por la noche terminaban los partidos aquí seguían jugando los niños, unos a la pelota, otros a representar obras de teatro; de ahí viene la expresión “les enfants de la balle” (los niños de la pelota), que se utilizaba para designar a los hijos de los maestros del jeu de paume.

Detalle de la pared original contra la que hace 400 años golpeaban las pelotas.

Desde que abrió sus puertas en 1987, este hotel no ha dejado de funcionar ni de sumar anécdotas: “Ayer llegó un cliente australiano que es íntimo amigo. Desde 1987 viene 15 días cuatro veces al año. En 1989 decidió casarse aquí y tuvo hijos que ahora vienen con sus nietos. Son familia. Hubo clientes adorables que lamentablemente ya no están. Sí, es un orgullo, y aunque esté cansada del individualismo al que nos abocamos, aquí sigo”.

La mayoría de la decoración viene del mercado de las Pulgas, del que era asiduo Guy Prachet, “salvo ese cuadro del siglo XVIII con jugadores de jeu de paume que estaba en un castillo y que nos lo vendió un señor que llamó un día de 1990 y nos dijo: ‘Tengo un cuadro para ustedes’. Nos costó 5.000 francos [unos 760 euros]. Lo pagamos con dolor, pero valió la pena”. 

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Sobre la firma

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Es autor de las novelas 'Los Baldrich', 'La estación perdida', 'Los buenos amigos' o 'Jauja' y del libro de viajes 'París'. Su obra narrativa ha obtenido varios premios. Es profesor en la Universidad Sciences Po de París. Como periodista fue Premio Pica d´Estat 2011. Colabora en El Ojo Crítico de RNE y en EL PAÍS. 'Verso suelto' es su última novela
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