Cómo ganar el Premio Nobel


La escena proporciona ternura, ¿no? Tres ratoncitos plácidamente dormidos sobre un lecho de virutas o de pedazos de papel, no se distingue bien. Ahí están, mamíferos los tres, vertebrados los tres, pulmonados los tres, con sus cinco deditos los tres en cada mano. O sea, hasta aquí, lo mismo que nosotros. Pero no es todo: los tres tienen cerebro y médula espinal y estructuras como el hipocampo o la corteza cerebral o el cerebelo, semejantes a las nuestras, por no mencionar la dopamina y la serotonina, neurotransmisores decisivos en la determinación de los estados de ánimo. Significa que son víctimas de instantes de depresión y euforia, como los hijos de usted o los de su vecino. No sé si hemos dicho que la lactancia, cuando son bebés, se lleva a cabo a través de glándulas mamarias.
¿Abundamos? ¿Sí? Pues ahí va: estos tres roedores durmientes poseen ojos (cada uno un par) dotados de bastones, retinas y conos. Oídos con estructuras internas muy parecidas a las nuestras, y nariz con epitelio olfativo (nos huelen y nos ven antes de que nosotros los olamos y los veamos a ellos). Tienen boca, esófago, estómago, intestinos, hígado y páncreas (pobres, con la lata que dan los intestinos y el páncreas), además de microbiota intestinal con funciones inmunológicas y digestivas.
¿Pueden llorar?, nos preguntamos. Lo lógico es que sí puedan llorar y que se pasen media vida haciéndolo en los laboratorios donde los estudiamos para estudiarnos. Nos vemos en ellos, como si dijéramos, los utilizamos como espejo. Hay gente que ha ganado el Premio Nobel haciendo llorar a los ratones.
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