Hanif Kureishi: “Vivimos una era puritana, es deprimente ver cómo los escritores se reprimen a sí mismos”
Fue uno de los ‘enfants terribles’ de la literatura británica. En 2022 quedó tetrapléjico tras una grave caída en Roma. Perdió las ganas de vivir, pero consiguió recuperarlas con ayuda de su familia y tras pasar por cinco hospitales. Lo cuenta en su nuevo libro, ‘A pedazos’


Hanif Kureishi (Bromley, Reino Unido, 70 años) saluda afectuosamente desde la cocina de su casa londinense, en el distrito de Hammersmith, y enfila su silla eléctrica hacia el salón. El espacio entre ambas habitaciones es amplio y diáfano, sin obstáculos, habilitado para la movilidad de un inquilino discapacitado. El 26 de diciembre de 2022, el enfant terrible de la literatura británica era un hombre feliz y asentado. En el apartamento de Roma de su pareja, Isabella D’Amico, tomaba una cerveza mientras veía un partido de fútbol de la Premier League en su ipad. De pronto tuvo un mareo. Se levantó vacilante. Dio unos pasos atrás. Perdió el conocimiento. Al despertar, en medio de un charco de sangre, divisó un par de objetos extraños cerca de su rostro. Eran sus manos, pero ya no las sentía propias.
El escritor se había roto el cuello, y quedó paralizado por completo. Tetrapléjico. Durante un año recorrió hasta cinco hospitales, italianos y británicos. Se desesperó. Cayó en la depresión y la angustia. Quiso morir, y a la vez quiso salir adelante. Se aferró de inmediato a su vocación, con la ayuda de Isabella y de sus hijos. El resultado fue un blog, en la plataforma digital Substack. Luego una riada continua de mensajes en Twitter (hoy X). Y finalmente, el libro A pedazos (Anagrama), una mezcla de anotaciones directas, llenas de crudeza y de humor —como la serie sucesiva de enemas, o de enfermeros y enfermeras que intentan ayudarle a aliviarse con un tacto rectal— y de reflexiones sobre su pasado, sobre el amor y la amabilidad de los seres humanos, y sobre el oficio de escribir.
Kureishi descubrió al mundo la Gran Bretaña multicultural, vibrante, racista, creativa y convulsa de los años sesenta y setenta del pasado siglo. Con el guion de la película Mi hermosa lavandería, dirigida por Stephen Frears, nominada al Oscar, y con la novela El buda de los suburbios, puso al frente de la escena a los hijos del Imperio Británico que estaban forjando un país y una ciudad —Londres— nuevos.
Transgresor, gamberro, brillante y comprometido con su tiempo, es hijo de un indio musulmán de familia adinerada, escritor frustrado, que acabó trabajando como funcionario para la Embajada de Pakistán en la capital británica, y de una inglesa blanca, procedente de la clase trabajadora. Kureishi es el descendiente de un matrimonio mixto, criado en la dureza de Bromley, en el sur londinense, donde conoció el racismo de primera mano. La violencia en las calles. El sexo como refugio y escape. Y más tarde, el fundamentalismo y la locura islamista.
Pero nada le preparó para su propio descenso a los infiernos, del que apenas comienza a salir dos años y medio después.

Han pasado ya dos años y medio de aquel accidente. ¿Cómo está? ¿Ha cambiado algo?
Me siento mejor ahora que ya no estoy internado. Fui de hospital en hospital, entre Roma y Londres, durante todo un año. Aquel fue un tiempo duro y doloroso, para mí, para mi pareja, Isabella, para mis hijos, para la familia, para todo el mundo. Desde entonces he estado trabajando, tanto en un nuevo libro como en una película basada en lo que cuento en A pedazos. Sigo enseñando y estoy con otros proyectos. Me siento más fuerte, hago ejercicios con el fisioterapeuta todos los días y estoy incluso contento de estar vivo.
En A pedazos describe una montaña rusa. Días en los que piensa en morirse, otros en los que decide dar un sentido a su nueva vida. ¿Ha alcanzado ya cierta paz con su situación?
En general, sí, porque trabajo, veo a mis amigos, paseo por el barrio. Y tengo planes para el futuro. Quiero ir a París en el tren [Eurostar], porque hasta ahora no he podido salir del vecindario. Y me voy a casar el próximo lunes [el pasado 16 de junio]. Y he empezado a caminar, con la asistencia de una máquina y de tres fisioterapeutas, que me ayudan a dar pequeños pasos por la casa. Ya estoy planeando salir a andar hasta el final de mi calle.
Adoraba escribir a mano, y su colección de plumas. ¿Será posible recuperar eso?
No, no puedo usar mi mano en absoluto. No puedo agarrar nada, mucho menos un bolígrafo o una pluma. Es imposible. No puedo doblar los dedos. Por eso mi hijo Carlo viene todos los días, yo le grito mis ideas, y él las escribe.
Cuenta cómo en apenas unos días, después del accidente, sintió la urgencia de recuperar la escritura.
Quería volver a ser un ser humano cuanto antes. No simplemente un cuerpo roto y aplastado. Quería ser alguien consciente, capaz de comunicarse. Quería demostrar que aún podía ser un escritor.
Su amigo Salman Rushdie, tantos años escondido y sin libertad de movimiento por la fetua de los ayatolás iraníes que dictó su muerte, le recomendó ejercitar la paciencia. Y esos largos tiempos muertos le ayudaron a recuperar su pasado.
Siempre estamos ocupados, ya sea frente a la computadora, al teléfono móvil o con nuestros amigos. En el hospital pasas muchas jodidas horas solo, tumbado, pensando, soñando, con tus recuerdos. Así que empecé a explorar todos estos recuerdos en mi blog. Regresé a mi infancia, pensé en mis padres, en mis primeros años, en mi propósito de convertirme en escritor. Todo eso regresó a mi cabeza.
Eso, junto al descubrimiento de la bondad de los demás.
Enormes cantidades de amabilidad por parte de gente que vino a verme al hospital. Gente que me trajo un montón de comida, flores, chocolate. Que se sentaba conmigo y me leía los periódicos y las revistas. A veces, gente a la que tampoco conocía tanto, como ese actor con el que trabajé en la década de los ochenta, que de repente comenzó a visitarme todos los días y a ofrecerme constantemente su ayuda.
Pero también resulta curioso que, a una edad en la que ya te acostumbras a un grupo reducido de amigos y familiares, usted descubrió de repente la maravilla de conocer gente.
Quería escuchar a la gente, y pasar tiempo con ellos. Cuando se iban yo ya no tenía nada que hacer. No podía jugar con mi teléfono móvil o poner música. O ver una película. Para mí era fabuloso tener a un ser humano que me contara su propia historia. Era fascinante.

Hablemos de su carrera profesional. Usted tuvo la suerte de formar parte de una generación, la de los escritores de la Commonwealth, que triunfó y ganó dinero casi como las estrellas del rock. Eso ha desaparecido.
Sí, tiene toda la razón. Ahora necesitas un montón de suerte. Hablaba sobre esto hace unos días con mi amiga Zadie Smith. Los dos nos asombrábamos de que autores como nosotros, de nuestro entorno, fruto de parejas raciales mixtas, nos hubiéramos convertido en autores consolidados y de éxito. Y que viviéramos de ello. Los dos dimos con un tema central, que en nuestro caso era la Gran Bretaña multicultural, que cambió tanto después de la Segunda Guerra Mundial gracias a gente como mi padre o su madre, que cambiaron la máscara racial de este país.
¿Es mejor o peor ahora el Reino Unido? ¿Se ha logrado esa integridad tan anhelada?
Las cosas han mejorado, y a la vez han empeorado. Cuando yo crecí, en la década de los setenta, había mucha violencia callejera. Mucho racismo en las calles, con manifestaciones del Frente Nacional. Fue un tiempo muy duro y con mucho racismo en el Reino Unido. Ahora volvemos a ver un resurgimiento de los partidos de extrema derecha racistas por todo Europa. Aquí tenemos a Nigel Farage. Son días muy oscuros para los inmigrantes. Hoy la palabra “inmigrante” o “refugiado” aterroriza a la gente. Creen que esos forasteros oscuros van a apropiarse de su país. Es terrible.
Usted firmó, junto a más de 300 escritores británicos e irlandeses, una carta denunciando el genocidio en Gaza. Es algo que le mantiene indignado.
Porque estas personas son musulmanes y su piel tiene un tono marrón. Si fueran franceses o noruegos, no podrías asesinar a miles de sus hijos cada día, como ocurre en Gaza. Sería imposible, la indignación sería mundial. Lo que está ocurriendo allí es horrible y vil. Leer sobre ello cada día te revuelve el estómago. Y no está pasando tan lejos de aquí, en un lugar que se llama a sí mismo democracia. Creo que es una profunda vergüenza que recaerá sobre el Estado de Israel, una oscuridad de la que no va a poder recuperarse. En cierto sentido, Hamás ya los ha derrotado, porque Israel nunca será perdonado por los crímenes contra la humanidad y el genocidio que ha cometido en Gaza.
¿Cómo vive usted esta nueva ola de recelo hacia lo musulmán, que algunos no dudan en calificar de islamofobia?
Mi padre era un musulmán, y nunca se identificó a sí mismo como un musulmán. Se consideraba un indio. Un indio de la India que vino al Reino Unido al final de la pasada década de los cuarenta para estudiar y emprender una nueva vida con mi madre y sus hijos. Nunca te identificabas entonces con una religión, porque mi padre no se la tomaba más en serio que cualquier otro de sus vecinos, que no se autoidentificaban como cristianos. Eran ingleses o británicos o lo que fuera. Todo esto llegó mucho más tarde, y yo apenas me enteré de ello hasta que viajé a Pakistán en la década de los noventa.

No es algo que venga intrínsecamente asociado a una religión…
Comencé a conocer a jóvenes radicales, aquí en el Reino Unido, que se identificaban como musulmanes o islamistas. Escribí sobre todo esto en mi novela El álbum negro y en mi película Mi hijo el fanático. Fue entonces cuando comencé a pensar sobre todo esto, que era algo nuevo. A mí me resulta muy extraño describirse a uno mismo a partir de su religión. Puedes ser religioso, pero no es todo lo que eres. También puedes ser un aficionado al fútbol, un padre, alguien de Mánchester… Todos tenemos muchas descripciones. Pero claro, aquello enseguida comenzó a asociarse con el terrorismo, con un terrorismo que era algo muy real.
Incluso el partido de Nigel Farage quiere importar a suelo británico el debate sobre el velo o el burka.
A nadie le importa una mierda todo eso. ¿Cuánta gente viste realmente hoy con el burka? Y si lo hacen, ¿qué vas a hacer? ¿Detenerlos? ¿Exigirles que se quiten sus ropas? Es ridículo. Eso es solo racismo y estupidez. Así funciona el populismo, con ideas locas que consiguen incendiar a la gente. ¿A quién coño le importa cómo visten los demás? Si alguien pasa ahora por la calle con una bolsa en la cabeza, ¿vas a arrestarle? Es una broma.
¿Qué queda de ese Londres violento, libre y vibrante que nutrió sus novelas?
Londres se ha convertido en el patio de recreo de los ricos. En esta misma calle no puedes comprar una casa, porque todas valen tres millones de libras o más [unos tres millones y medio de euros]. Aquí ya apenas viven familias como en los viejos tiempos. Aquí ya solo hay banqueros de los que trabajan en finanzas, o directivos de Amazon. Ha desaparecido la clase media.
El Servicio Nacional de Salud, el NHS (en sus siglas en inglés), era la joya de la corona, el orgullo de los británicos. Ahora que usted ha podido verlo como paciente, ¿es realmente un declive imparable?
Basta con que vayas al final de esta calle, para ver el hospital de Charing Cross. Está cayéndose a pedazos. Echa un vistazo a sus techos o a sus paredes. La gente lo describe, con bastante rudeza, como una instalación tercermundista. Es algo muy duro, con una enorme falta de personal. Con las enfermeras y enfermeros quejándose de la cantidad de trabajo que tienen. Con un equipamiento viejo y gastado. Eso sí, todo el personal es maravilloso. Todos ellos, inmigrantes. Todos. Yo era el único inglés por allí durante muchas semanas, y solo soy medio inglés. Filipinos, sudafricanos, gente del sudeste asiático o de Namibia… y casi ningún europeo ya, por culpa del Brexit.
Ahora gobierna en el Reino Unido el Partido Laborista, después de 14 años de gobiernos conservadores. Y el desencanto parece haber llegado pronto.
Me interesa la política, pero nunca he participado activamente. Creo que Keir Starmer [primer ministro del Reino Unido] no lo ha hecho muy bien. En el asunto de Gaza ha sido algo vergonzoso. Y lo mismo con sus recortes sociales, o con el fin de las ayudas a las personas discapacitadas. Si eres una persona de centro izquierda, el Partido Laborista no ha resultado ser el partido progresista que pensamos que era. Tiene algo de decepción.
Sigue dando clases de escritura, y se queja de que sus alumnos se autocensuran.
Están preocupados todo el tiempo ante la posibilidad de haber escrito algo políticamente incorrecto. ¿Puedo escribir sobre una persona negra? ¿Puedo escribir sobre alguien que sea chino? ¿Puede una mujer escribir como si fuera un hombre o un hombre como si fuera una mujer? Les preocupa toda esa mierda. Nosotros nunca pensamos en todo eso. Yo fui un escritor joven en un tiempo de mucha libertad, durante los setenta y los ochenta. Podías escribir sobre sexo, sobre sexo gay, sobre sexo lésbico, sobre negros o blancos. De lo que querías. Ahora vivimos una era puritana, y resulta deprimente ver cómo los escritores se reprimen a sí mismos.
En sus obras hay mucho sexo. Sexo extremo, casi escatológico, pero lo que se esconde detrás es amor.
No me interesan las cópulas aleatorias, me atrae sobre todo cómo las personas intentan quererse las unas a las otras. En el hospital pude ver cómo la gente cuidaba a los demás y era buena con ellos, cómo disfrutaba de los demás. Llegaban un día y mantenían una conversación. Al día siguiente tenían otra. Surgían las relaciones. Eran cosas maravillosas e interesantes, actos de bondad, lo que podrías llamar amor. Todo eso me interesa más que la gente follando, aunque claro, yo crecí en los sesenta y los setenta, y follar era algo muy importante para nosotros. Nos sentíamos libres en los años de posguerra, y las relaciones sexuales surgieron de una forma desconocida hasta entonces en Inglaterra.
Incluso durante este tiempo oscuro, el humor ha estado presente en su escritura.
El humor forma parte de mi personalidad, a pesar de que esta experiencia tuvo poco de divertida. Pero no lo puedes evitar, las cosas graciosas ocurren. La gente dice cosas locas. En el libro cuento cómo una de las enfermeras venía a lavarme, y al final del proceso, me daba un golpecito en la mejilla y me decía: “Al menos no estás en coma”. ¡Por Dios! ¡Vete a tomar por culo! [y sonríe cuando lo cuenta]
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