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La mujer que descubrió el deporte a los 60 y a los 89 es Medalla de Honor de Barcelona por sus clases de gimnasia

Bàrbara Martínez lleva 29 años dando clases de gimnasia a personas mayores en la barcelonesa playa del Bogatell y gracias a sus peticiones, distintos alcaldes han adaptado espacios de la ciudad para sus entrenamientos grupales al aire libre

Bàrbara Martínez

A sus 89 años, Bàrbara Martínez no tiene muy claro qué contestar cuando alguien le pregunta cómo lleva la vejez: “Lo sabré cuando me llegue, ¿no?”, dice riendo mientras da un sorbo a su refresco en una terraza del barcelonés mercado de Santa Caterina. El cielo ha amanecido gris en la capital catalana y amenaza lluvia, lo que le brinda una mañana libre que, entre semana, no suele tener. De lunes a viernes, Martínez da clases de gimnasia al aire libre a todo aquel que quiera acercarse a las diez de la mañana a la plaza de los Campeones, con vistas a la playa de Nova Icària. Allí suele reunir a grupos de personas de edad avanzada que quieren moverse y mejorar su salud. “De vez en cuando se acerca algún jovenzuelo y me pregunta si puede participar. Ningún problema por mi parte, pero después de la primera no suelen volver. Demasiado intenso para ellos, supongo”, comenta.

La charla se convierte por momentos en una carrera de obstáculos: “¡Adiós, Antonio!”, y como a él, Martínez saluda, despide o cruza un par de palabras con otras 17 personas que se acercan a su mesa a verla en apenas una hora y cuarto de reloj. Es una persona querida, admirada y reconocida en su ciudad natal. Tanto que fue premiada en noviembre de 2024 con la Medalla de Honor de Barcelona por su labor fomentando la salud de los mayores mediante el deporte o, como dice su amiga Beatriz, sentada a su lado, “por su capacidad de dar una ilusión a la gente cada día que se levanta por la mañana”. Martínez asegura que, pese a que se emocionó mucho cuando recibió la noticia, lo primero que se preguntó fue el porqué: “Yo hago lo que hago porque mis alumnos me empujan, y porque yo haría gimnasia aunque me tuviese que dar las clases a mí misma, así que en realidad… ¡no hago nada!”. Se jubiló a los 60, y por su cumple­años su hijo le regaló una bicicleta, aunque ella nunca había aprendido a montar. Lo hizo rápido y empezó a bajar con ella todos los días hasta la playa del Bogatell. Para descansar, se sentaba en el paseo marítimo y observaba a un pequeño grupo de señoras haciendo deporte, pero poco le duró la observación ya que, al tercer día, Genoveva —la entonces monitora de las clases— llamó a Martínez a filas para semanas después proponerle ser su “sucesora”, apelando a su potente voz. Desde entonces lleva ya 29 años dando clases a grupos que comenzaron siendo de una decena de personas y que hoy reúnen diariamente a hasta 105 alumnos.

Bàrbara Martínez muestra el colgante con la Medalla de Honor de Barcelona que recibió en 2024.

Martínez ha pasado toda su vida en Barcelona. Se crio con sus abuelos porque su madre murió nueve días después del parto y su padre durante la Guerra Civil. Ahora vive con su perro, Boss, en un pequeño piso en el que ella, dice, manda poco. “El nombre de mi mascota no es casualidad, es más jefe de la casa que yo. Cuando le miro y toca salir, toca salir. Tiene la suerte de que no soy perezosa”. Aunque es muy bueno, no lo lleva a las clases porque estaría pendiente de él, y ella va a lo que, afirma rotundamente, tiene que hacer: enseñar gimnasia. Además de buenas para la salud, sus sesiones sirven a sus alumnos de club social: “Señoras que se han quedado viudas, que no tienen con quién hablar, que están solas o simplemente aburridas… Van allí, hacen amigos y se van a la cama pensando en lo que le van a contar mañana a fulanita en la gimnasia”.

Bàrbara Martínez, al fondo, entre varios de sus alumnos.

Sus alumnas suscriben sus palabras. Paqui Vidiella (Barcelona, 85 años) dice que se encuentra muy bien, tanto físicamente por la gimnasia como por la amistad de Bàrbara, que “más que amiga es como una hermana… Y no porque esté delante”. Martínez replica: “¡Si me tengo que ir, me voy!”. Las ocho que estuvieron en las clases desde el principio ya han estrechado lazos y quedan a desayunar cada domingo y hacen viajes juntas. El último, a Praga el pasado diciembre, viaje que ellas describen como “una semana haciendo maldades por el Moldava”. Anduvieron una media de 11 kilómetros diarios para suplir que no había playa a la que ir a hacer gimnasia.

Otra de sus alumnas, Llum Massot (Barcelona, 80 años), habla de lo estricta que es Martínez como jefa: “En las clases está todo el mundo callado, porque tiene que ser así. Si alguno se queda rezagado no se enfada, pero le pide que lo intente cinco veces antes de rendirse. Si no consigue hacer el ejercicio, le convence de que lo conseguirá el próximo día; y el próximo día, lo suele conseguir”.

A ella, además de la satisfacción que le provoca ver a personas de su edad conseguir una vida mejor, sus propias clases le aportan la vitalidad y la energía que su gesto, su discurso y su sonrisa perenne muestran. Sus clases, dice, son un reducto de alegría durante el que “está mejor de lo que realmente está”. Explica que la edad avanza también para ella, pero que cada día puede hacer una sentadilla más que el día anterior: “Yo en la gimnasia me veo mejor que cuando empecé hace casi tres décadas. Cuando noto la edad es cuando tengo que sacar a Boss a pasear, o cuando tengo que subir las escaleras de mi casa, pero nunca en mis clases”.

Cada año se disfrazan con una temática distinta para dar la clase que, por fecha, coincida con carnavales. El año pasado, todas fueron vestidas de bailarinas clásicas: “¿Tú te imaginas a 100 personas con 40 años en cada pata vestidas todas de El lago de los cisnes? Y los señores contribuyeron. Este año nos disfrazamos de hippies, y después fuimos todas juntas a comer sin cambiarnos de ropa. El cachondeo en el restaurante no te lo puedo explicar, pero éramos las reinas del lugar”, explica Bàrbara.

Hay personas que llegan a ella no solo con el objetivo de mejorar su movilidad o su salud en general, sino con la necesidad de cubrir vacíos que ha dejado alguien o algo. Explica que algunas mujeres llegan tristes y sin demasiadas ganas de hacer nada; unas porque se han quedado viudas, otras porque llevan tanto tiempo sin salir de casa que ya supone un esfuerzo titánico no ya ponerse a hacer ejercicio, sino el simple hecho de socializar y tener que abrirse de nuevo al mundo. De esta apatía inicial surge una de las normas fundamentales de sus sesiones, en las que prohíbe terminantemente la ropa negra: “Si el negro lo llevas por dentro, es mejor que no lo lleves por fuera. Una persona se ha de ver bien en el espejo, más aún a nuestra edad que el rostro se pone triste. Si vistes ropa clara te miras al espejo y dices: ¡me cago en la mar, qué guapa estoy! Y sales a la calle para comértela”.

Bàrbara Martínez charla con algunas alumnas tras finalizar una de sus clases.

Antes entrenaban en la playa del Bogatell, aunque han tenido que moverse porque el Ayuntamiento está arreglando unos desagües en la zona que provocan malos olores. No es la primera vez que se mudan por obras, pero en ocasiones anteriores las reformas han sido a petición de la propia Bàrbara; solicitudes que, cuenta, varios alcaldes de la ciudad han atendido: “Trias [Xavier] me movió un aparcamiento de bicis que nos quitaba muchísimo espacio. A Colau [Ada], que vino a ver una de mis clases e incluso se unió un rato a nosotras, le pedí que pusieran más barandas de hierro porque no había suficientes, y al día siguiente me mandó a 10 obreros a preguntarme cuántas me hacían falta. A Collboni [Jaume] le he pedido que me instale más bancos porque hay pocos y hacen falta para muchos de los ejercicios y, aunque todavía no han llegado, estoy segura de que me los pondrá. ¡Parezco la concejala de mi plazuela!”.

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