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Pepe Blandino, la leyenda viva del vino de Jerez: “Fue triste ver cómo desaparecían bodegas históricas”

Tras un trabajo de seis décadas, primero en Domecq y después en Bodegas Tradición, el capataz que ha moldeado el jerez del último siglo, sigue funcionando como oráculo para la nueva generación

Pepe Blandino
Abraham Rivera

Junto a la plaza del mercado, en el barrio de Santiago de Jerez, cuna de insignes cantaores flamencos como José Mercé, Vicente Soto o La Piriñaca, hay un coche que está poniendo muy fuerte algo que tiene los ritmos cadenciosos del reguetón. El sonido llega de una forma muy leve, pero permite que el patio de Bodegas Tradición, recién regado, tenga un cierto aire tropical. De todos modos, nadie se ha percatado de nada, excepto Pepe Blandino, que indica que quizás haya que buscar un lugar más silencioso. De pronto, la música, tal como vino, se va. Da la sensación de que todos tienen ganas de escuchar lo que este capataz de nariz y oído finos tiene que decir.

Blandino es una de las personas que mejor han sabido traer el vino de Jerez al presente. Siempre con una mirada puesta en todo el conocimiento que aprendió en las bodegas de Pedro Domecq, primero en El Puerto de Santa María, donde nació y donde vive, y luego en Jerez, el lugar que le ha visto crecer profesionalmente, con Bodegas Tradición en el punto más alto de su carrera. Sus más de 80 años están ligados a ese triángulo mágico que se ha dado en llamar Marco de Jerez, y cuya esencia está concentrada en toda la sabiduría y verbo fácil que Blandino transmite. También un vocabulario preciso, que describe y descubre, como si fuera algo profundamente bello, cada momento del ciclo del vino. Desde la viña hasta la bota, y posteriormente a la botella.

Toda la gama cromática de los vinos del Marco de Jerez.

“Mi padre era tonelero, un tonelero de los antiguos, de cuando no había máquinas y todo se hacía a mano. Trabajaba en Domecq”, afirma Blandino acerca de unos orígenes donde casi todo el mundo estaba ligado a la industria del vino. Su primera vendimia la realiza para Domecq con 21 años, en septiembre de 1963. “En aquellos tiempos, los mostos se recogían en botas. Llegaban camiones pequeños que traían 8 o 10 de ellas, no más. Esas botas venían sin fermentar, y descargarlas era todo un proceso manual. Usábamos palos y metíamos entre 1.500 y 2.000 botas a mano, sin ninguna máquina. Así fue como empecé a trabajar en la bodega”.

El historiador Manuel Marín, encargado del archivo histórico de Bodegas Tradición.

Los jereces experimentan a partir de la década de los sesenta un incremento de su demanda que no va a parar hasta mediados de los ochenta, cuando llegan al nivel máximo de producción de toda su historia. Las exportaciones totales de jerez crecieron de 180.000 hectolitros en 1950 a más de 1,5 millones en 1980. El Reino Unido fue el principal mercado para el jerez durante el auge de las exportaciones, que representaba el 65% de las ventas entre 1955 y 1969. En la década de los setenta, sus tentáculos crecen y llegan a regiones del norte de Europa cuyo poder adquisitivo se elevaba. El gasto total en publicidad también aumenta de 775.000 libras (unos 900.000 euros) en 1966 a los 3,3 millones de libras (unos 3,7 millones de euros) en el ejercicio 1975-1976. Todas estas cifras las ofrece Eva Fernández en un importante ensayo para la Universidad Carlos III llamado Brands and the Expansion of the Sherry Exports, 1920-1980.

“El Jerez de esos años lo recuerdo con mucho trabajo y muchos bares, tabancos por todos lados. Pero algo que también me viene a la memoria es la cantidad de personas alcoholizadas”, comenta Blandino, que aunque no bebiese en el trabajo, describe cómo la misma empresa le empujaba a beber. El concepto del llamado gasto en la bodega era algo común. “A las once de la mañana la gente ya entraba en la bodega y se dirigía directamente al gasto, que era básicamente un barril con una canilla donde todos se servían vino en la misma copa. La gente se tomaba dos o tres copas antes de comenzar a trabajar, y esto era parte del día a día”.

Legajos centenarios que evocan el comercio y la historia de Bodegas Tradición en el archivo histórico de la bodega.

Una década más tarde, en 1973, a Blandino le hacen capataz de segunda, lo que le obliga a ir con chaqueta, una distinción más que había dentro de las bodegas. “Como siempre he sido trabajador y algo espabilado, mis jefes se dieron cuenta de ello. Además de ser capataz, también hacía tareas administrativas, como las nóminas, que redactaba a mano”, señala un Blandino que posteriormente pasará a ser capataz general de las bodegas en El Puerto, Sanlúcar y Chipiona. Desde esa posición vislumbra todos los cambios que va a vivir el Marco. También son los años en los que moldea su pituitaria de la mano de José Ignacio Domecq González, denominado popularmente La Nariz: “Le preparaba las botas, unas 300 o 400, y clasificaba las que consideraba importantes, marcándolas discretamente para que él no lo notara. Cuando él las revisaba, yo después comprobaba su clasificación. Poco a poco, fui ajustando mi perspectiva gracias a sus valoraciones”.

Los vinos de la bodega se construyen con los solerajes de reliquias que la firma compró antes de refundarse, como los de la imagen.

Blandino, a pesar de su cargo, también formará parte de algunas de las protestas más sonadas que se llevan a cabo en la zona. Como la legendaria huelga de 1982 que obligó a Domecq a parar casi medio año. “Aunque yo era capataz, siempre me consideré un trabajador. Viví cinco o seis huelgas grandes, incluyendo una que paralizó la bodega por cuatro meses. Fue duro, porque no cobrábamos nada durante ese tiempo. La empresa quería despedir a 100 o 150 personas, pero no podía. Domecq nos empujó a la huelga para provocar un cierre patronal”, cuenta, a la vez que señala la importancia en aquellos días de los sindicatos: “Pasamos de no ganar casi nada a luchar por mejores condiciones”.

Domecq prejubila a Blandino con 56 años, a finales de los noventa. Es un periodo oscuro, en el que muchas firmas echan el cierre. Hoy Jerez sigue pareciendo un osario de cascos de bodegas vacías. “Fue algo triste ver cómo desaparecían bodegas históricas. La primera que vi cerrar fue Manuel Antonio de la Riva, que la familia Do­mecq compró en los setenta. Desmontamos la bodega, y aún conservo en casa botellas de esa marca”, dice con pena.

Colección de arte de Bodegas Tradición, con obras maestras de los siglos XV al XIX.

Sin embargo, el empresario Joaquín Rivero, con increíble buen ojo, le ficha para fundar Bodegas Tradición, continuadora de CZ, una de las firmas con más historia (1650) que hubo en Jerez y que formó parte del legado familiar de Rivero hasta inicios de los noventa, cuando desaparece. Y además recomienda que compren algunas soleras de estas bodegas que estaban cerrando, y de otras que a pesar de estar funcionando no daban demasiado uso a los vinos viejos que tenían: Croft, Sandeman, Delgado Zuleta, Agustín Blázquez, Harveys, Osborne, Paternina, Fernández de Bobadilla. Así nacen los VORS de Bodegas Tradición, vinos de una vejez calificada extrema. También una forma diferente de elaborarlos, donde el fino cuenta con más de 10 años y el amontillado con 30, la mayoría alimentados por estas reliquias.

Hoy Blandino disfruta de una feliz jubilación y, aunque sigue asesorando y cuidando la bodega, ahora es su hijo Selu quien está al frente. Como homenaje a toda su carrera, Tradición ha decidido retirar una serie de botas destinadas a fino para añadas, seleccionadas por él, y que serán disfrutadas ya por las siguientes generaciones. Un reconocimiento necesario a uno de los nombres que ha modelado el jerez del último siglo.

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Sobre la firma

Abraham Rivera
Escribe desde 2015 para EL PAÍS sobre gastronomía, buen beber, música y cultura. Antes ha sido comisario de diversos festivales, entre ellos Electrónica en Abril para La Casa Encendida, y ha colaborado con Museo Reina Sofía, CA2M y Matadero. También ha presentado el programa Retromanía, en Radio 3, durante una década.
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