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Otoño en la sierra da Gata: días de setas, caminatas y recuerdos de contrabando

Bosques llenos de hongos exquisitos y sendas que recuerdan los días del estraperlo invitan a perderse por estas montañas del noroeste de Cáceres, a tiro de piedra de Portugal, y sus bonitos pueblos y rincones gastronómicos

Sierra de Gata

Un lugar bellísimo donde el agua corre por las calles y el forastero ha de usar el diccionario, aunque tampoco mucho, porque lo que hablan allí se parece bastante al castellano. Ese es San Martín de Trevejo, una localidad del noroeste de Cáceres incluida con toda razón —y no solo porque paga— desde 2024 en la lista de Los Pueblos Más Bonitos de España. Son bonitas sus tradicionales casas de entramado de madera y es preciosa el agua que desborda sus numerosas fuentes y baja por las rúas empedradas —Ciudad, Corredera, Fuente, Hospital…— formando rumorosos regatos. Arroyus, los llaman en su lengua vernácula, el mañego. Pero aquí el agua no es solo decorativa: al salir de la población, riega los campos.

Junto a una de esas fuentes, la del Pilón das Hortas, arranca la calzada medieval por la que se sube en un par de horas al puerto de Santa Clara, atravesando el mayor castañar de Extremadura: el de los Ojestos o, como prefieren decir los que falan mañegu, el de O Soitu. El camino forma parte del sendero PR-CC 184 (Ruta de A Fala), bien señalizado con letreros y marcas de pintura blanca y amarilla. En otoño no puede estar más bonito ni ser más entretenido, con las hojas de los árboles doradas y cobrizas y con el suelo repleto de setas y castañas. Como a una hora del inicio, aparecen los Abuelos, dos castaños gigantes a los que se les calcula 600 años. Y media hora después se cruza el río de la Vega, que con las lluvias otoñales forma unas buenas chorreras.

San Martin de Trevejo

Junto a otra fuente rebosante, la de la plaza Mayor, está el restaurante Saboris de Sempris, donde después de la caminata los senderistas se zampan unos Boletus edulis acompañados con unas tostas de torta del Casar y se quedan como nuevos. El mojo de bacalao y la pluma ibérica son menos de temporada, menos de ahora, pero gustan igual. Lo único que hay que decidir, aparte de qué comer, es qué dirección seguir después en coche. Si se sale de San Martín como el agua, por la parte de abajo, se va a Eljas, muy cerca ya de la raya con Portugal. Si se sale por arriba, se va por Villamiel a Trevejo, otro de los Pueblos Más Bonitos de España desde el año pasado.

Quien se decante por Eljas podrá pegar allí la hebra con los vecinos que ahora andan con bastón por el Parqui do Castelo y que, en sus años mozos, cruzaban la frontera de noche con la mochila cargada a tope de café, azúcar, tabaco…, siempre pendientes de la luna y de los guardias civiles. Era eso o el éxodo. O el hambre. Un monumento recuerda aquí a los viejos contrabandistas, con una placa escrita en lagarteiro, la variante de la Fala serragatina que hablan en Eljas: “En memoria de aquelis homis i mulleris de un lau y oitru da Raia que, con sua arriría e intercambius gañorin a vida i a amistai sinceira dus lugaris”. Se entiende bastante bien, pero quien quiera una traducción exacta, puede consultar el Diccionariu: lagarteiru, mañegu, valverdeñu escrito por Miroslav Valeš, un lingüista checo que vino hace 13 años a estudiar la Fala y se enamoró de la sierra y de una serrana y montó casa en Eljas. Se puede consultar en internet y, de paso, buscar en Wikiloc la Ruta del Contrabando, una senda de 16 kilómetros que une Eljas con el pueblo portugués de Foios.

Contrabandistas Eljas

En otoño (el 8 y 9 de noviembre, este año) el monumento se llena de flores y los vecinos de Eljas y de Foios celebran juntos As Borrallás, asando castañas, bailando y paseando por la vieja ruta. En un mundo cada vez más hermético y desconfiado, alegra el corazón ver a gentes de aquí y de allá celebrar una fiesta transfronteriza y oírlas cantar y bromear en portugués, en español, en lagarteiru e incluso en checo.

En el vecino término de Valverde del Fresno, más cerca aún de la raya, está Hábitat Cigüeña Negra, un cuidado hotel rural para adultos cuyo restaurante ha merecido una estrella verde Michelin por lo sostenible que es su propuesta culinaria, basada en las carnes de retwagyu (un cruce de vaca retinta extremeña con buey wagyu japonés) y de cerdos ibéricos criados en su finca de más de 200 hectáreas. Los amigos de las setas pueden probar el risotto de hongos con parmesano y, en octubre, salir con la cesta a buscar bajo estas encinas lo mejor del reino fungi, la Amanita caesarea. También en octubre, se puede ver cómo empiezan a recoger las aceitunas de la variedad manzanilla cacereña en los 8.000 olivos de la propiedad y cómo se convierten en aceite en la almazara del hotel.

Valverde del Fresno

Un día perfecto de otoño continúa acercándose a la laguna donde abreva el ganado y donde hay un hide para espiar a las cigüeñas negras que vuelven a sus cuarteles africanos de invierno después de tener a sus cigoñinos en la sierra portuguesa de Malcata (una treintena llega a juntarse aquí) o a algunas de las 140.000 grullas que vienen del norte de Europa a Extremadura, a pasar menos frío. Y esa jornada lenta y feliz termina observando las estrellas. Para eso hay un telescopio.

Si se sale de San Martín de Trevejo por el otro lado, por arriba, y se recorre la zona más oriental de sierra de Gata, donde ya solo se habla castellano, hay que parar en tres lugares: en Trevejo, en Gata y en Robledillo de Gata. En realidad, en cuatro, porque subiendo a este último pueblo hay que detenerse en la ecoquesería Terra Capra, en Cadalso, para llenar el maletero de Dehesa de Arriba, un queso de cabras felices extraordinario.

Trevejo —no confundir con San Martín de Trevejo— es lo más parecido que hay a un poblado celta en esta sierra: 30 casas de pura roca aupadas sobre un peñasco junto a las ruinas de un castillo hospitalario, sin una calle asfaltada, casi sin gente. Los 14 que viven aquí de continuo, si quieren, no comen mal, porque en la taberna El Buen Avío está todo rico: hamburguesas de toro, aove de olivos montaraces, vinos de viñedos históricos de Villamiel… Todo de proximidad, de la tierra, como los Boletus otoñales.

Gata, la población que da nombre a la sierra, también tiene algo de castro en su parte más alta, donde los curiosos se asoman boquiabiertos al mirador del Regajo. Poco más abajo, en la calle Fuente Melona, se reconocen las marcas en forma de cruz que delataban a los conversos en el llamado Barrio Judío. Y abajo del todo, en la plaza, está Los Portales, un rústico gastrobar donde se come una deliciosa ensalada de naranja. Y más Boletus, que en esta comarca los ponen casi como el pan, para empujar.

Robledillo de Gata

Robledillo de Gata, última parada de esta ruta otoñal por la sierra de Gata, es otro de Los Pueblos más Bonitos de España, y van tres. Lo mejor del pueblo, sin duda, es Julio Rodríguez-Calvarro, el dueño del Molino del Medio, que después de enseñarles a los viajeros las tripas de esta almazara medieval donde nació y jugó con los muñecos —los cabezales excéntricos de la bomba de presión—, los guía por el laberinto empinado de pizarra, madera y adobe, salpicado de fuentes y cascadas, que es Robledillo, parando aquí y allá en las bodegas subterráneas de los vecinos para beber unos vinos caseros, de pitarra. En vez de una lista de los pueblos más bonitos, habría que hacerla de los pueblos más hospitalarios. Esa sí que serviría para viajar.

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